En el sureste de México hay comunidades que conservan grandes extensiones de la selva maya y, con ello, han permitido la recuperación de las poblaciones del pecarí de labios blancos, especie en peligro de extinción.
Pablo Hernández Mares / Mongabay
Ni el jaguar, el máximo depredador de la selva maya, se anima a atacar un grupo de pecaríes, especie gregaria que vive en manadas de cien o más individuos. Esta fortaleza que le da el moverse en grupo, también es su debilidad. Cuando un cazador los encuentra, puede matar varios ejemplares: porque si uno muere, los demás no lo abandonan.
La cacería, pero también la pérdida de su hábitat, ha llevado al pecarí de labios blancos (Tayassu pecari) a ser incluida en las listas de especies en riesgo. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), por ejemplo, la considera como Vulnerable, mientras que en países como México se encuentra catalogada En Peligro de extinción.
La distribución histórica del pecarí labios blancos va del norte del estado de Veracruz, en México, hasta el norte de Argentina. Su presencia en esa geografía es cada vez menor. En México, por ejemplo, se estima que el 84 % de su rango histórico de distribución ha desaparecido, de acuerdo con los datos que se incluyen en el documento del Programa de Acción para la Conservación de la Especie, publicado por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) en 2018.
Este mismo documento resalta que las poblaciones de pecarí de labios blancos que se han confirmado en el país, “se encuentran limitadas a las grandes extensiones remanentes de bosques tropicales húmedos” que aún es posible encontrar en la Reserva de la Biósfera Calakmul y Área de Protección de Flora y Fauna Laguna de Términos (Campeche), en la Selva Lacandona (Chiapas), en los Chimalapas (Oaxaca), en la cuenca alta del río Uxpanapa (Veracruz), en la Reserva Ecológica Dzilam de Bravo (Yucatán), así como en la Reserva de la Biósfera Sian Ka’an y en los ejidos forestales del centro y sur de Quintana Roo.
Investigadores dedicados al estudio y conservación del pecarí de labios blancos han documentado la recuperación de las poblaciones de esta especie en ejidos del sureste del país que, entre otras cosas, se caracterizan por realizar aprovechamiento forestal en forma sustentable, a través de programas de manejo.
Es en lugares como Nuevo Becal, en Campeche, en Noh-Bec, en Quintana Roo, y en algunas zonas de la Selva Lacandona, en Chiapas, en donde esta especie ha encontrado las condiciones necesarias para que sus poblaciones se recuperen.
Nuevo Becal: conservación comunitaria
El Ejido Nuevo Becal —ubicado dentro de la Reserva de la Biósfera de Calakmul, en Campeche— se distingue, entre otras cosas, por contar con el Área Destinada Voluntariamente a la Conservación (ADVC) más extensa del país.
Los 74 ejidatarios de Nuevo Becal decidieron que poco más 50 mil hectáreas de su territorio comunal, cubierto por selva mediana subperennifolia, se registrara bajo esta categoría de conservación. En enero de 2018, la Conanp les entregó su certificado como ADVC.
Además, desde 2009, los ejidatarios de Nuevo Becal realizan silvicultura comunitaria, a través de un programa de manejo, que le permite aprovechar recursos maderables y no maderables en forma sustentable.
En mayo de 2020, el ejido obtuvo el primer certificado comunitario en México, por “Demostración del Impacto sobre Servicios Ecosistémicos”, otorgado por el Forest Stewardship Council (FSC); el cual reconoce el trabajo que ha realizado esta comunidad por conservar la biodiversidad que hay en su territorio. Entre las especies que se han beneficiado con el trabajo que realizan los ejidatarios de Nuevo Becal está el pecarí de labios blancos.
“Hemos concientizado a la gente de que en vez de matarlos para consumo es mejor cuidarlos”, comenta Lucio López Méndez, presidente del consejo de vigilancia del ejido Nuevo Becal, quien también explica que en las zonas donde se hace aprovechamiento maderable, se desarrollan varias acciones para que el área forestal se recupere.
Rafael Reyna Hurtado, investigador del Departamento de Conservación de la Biodiversidad del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), unidad Campeche, explica que el pecarí es “muy sensible; es más sensible a la perturbación (de un ecosistema) que el jaguar. Es tan sensible como el tapir”. Por ello, resalta, encontrar una población de pecaríes es un indicador de que el bosque está en buen estado de conservación.
En Nuevo Becal se ha documentado la presencia de, por lo menos, cuatro manadas de pecarís de labios blancos. La más numerosa se conforma por cerca de 60 ejemplares, asegura Héctor Arias, quien desde 2014 se encarga de las cámaras trampa con las que realizan el monitoreo de la fauna en el ejido.
Hace 25 años, Héctor Arias cazaba al pecarí labios blancos para llevar alimento a su familia. Ahora es el encargado de la Unidad de Manejo Ambiental (UMA) creada por 15 ejidatarios de Nuevo Becal, para la reproducción de especies como el venado temazate rojo y su aprovechamiento a través del turismo cinegético o turismo que gira en torno a la cacería. Con esta actividad, ese grupo de ejidatarios tiene otra entrada de recursos económicos.
Esa UMA funciona en tres mil hectáreas. Para que los ejidatarios puedan tener los permisos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), deben presentar estudios sobre el estado de las poblaciones de diferentes especies. A partir de esos datos se determina cuántos ejemplares se autoriza cazar al año.
“Para el pecarí de labios blancos no tengo permiso de cacería”, comenta Héctor Arias. “Se les dijo a los cazadores que dejaran recuperar a la especie y la verdad sí se han recuperado”, dice el ejidatario y como ejemplo menciona que los primeros muestreos permitieron documentar que una de las cuatro manadas tenía como 40 individuos; hoy esa manada tiene ya alrededor de 60 pecaríes.
Hace 10 años, investigadores como Rafael Reyna, Eduardo Naranjo y Rodrigo Medellín lograron demostrar la urgencia de incluir al pecarí labios blancos como una especie En Peligro de extinción, en la Norma Oficial Mexicana 059.
Rafael Reyna explica que eso llevó a que se prohibiera cualquier tipo de cacería de la especie, incluso en las Unidades de Manejo Ambiental (UMA) que realizan turismo cinegético.
En México, apunta el investigador Rafael Reyna, también habita el pecarí de collar (Pecari tajacu), cuyas poblaciones no enfrentan un riesgo tan alto como el de labios blancos.
En busca de agua
En Calakmul, las fuentes de agua están muy focalizadas y el pecarí de labios blancos es de las especies que más dependen de ellas, “dirigen sus movimientos en búsqueda de este recurso”, detalla Khiavett Sánchez, bióloga por la Universidad Autónoma de Campeche, quien estudió la abundancia de las dos especies de pecaríes y su relación con la disponibilidad de agua en la Reserva de la Biósfera Calakmul.
Entre los años 2014 y el 2015 comenzó una de las sequías más intensas que se hayan registrado en la región de Calakmul. “Esos años tuvimos un gran número de visitas por parte de los pecaríes de labios blancos —apunta Khiavett Sánchez—, sin embargo, en el 2016-2017 empezamos a notar una baja en el número de registros de la especie y en el 2018 no tuvimos ningún registro de labios blancos en las aguadas y esto estuvo relacionado con la disponibilidad de agua”.
En junio pasado, esta zona sufrió graves inundaciones como consecuencia de la tormenta Cristóbal. Además, con la emergencia sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19, los biólogos han tenido dificultades para acudir a monitorear la especie.
Conocer con precisión cuántas manadas e individuos de pecaríes se encuentran en el sureste mexicano es complicado. Los investigadores han realizado algunas proyecciones. En 2010, por ejemplo, se estimó que en la Reserva de la Biósfera Calakmul podría haber casi 2000 pecaríes. Si se toma en cuenta toda la Selva Maya, que abarca territorios de México, Guatemala y Belice, “podría existir una población estimada de alrededor 5000 individuos. Sin embargo, es necesario hacer estimaciones actuales”, explica Khiavett Sánchez.
Reducir la presión de la cacería de subsistencia y mantener extensiones grandes de selva, como en la Reserva de la Biósfera Calakmul, ayudan a la distribución y estabilización de la población del pecarí, que es considerada una “especie paraguas”, porque su conservación permite proteger en forma indirecta a muchas otras especies con las que comparte hábitat.
Un pequeño ejemplo de la cadena de beneficios que desata su conservación: los pecaríes cavan hondonadas en la selva para revolcarse y llenarse de lodo para matar pulgas y garrapatas; en temporadas de lluvias esas fosas se llenan de agua y, con ello, se propicia la existencia de distintas especies de anfibios.
Manejo forestal que ayuda a cuidar a una especie
Los pecaríes de labios blancos emiten un olor tan fuerte que puede distinguirse a gran distancia. Además, frotan sus colmillos para advertir de su presencia, marcando su territorio. Si detectan a un jaguar, en lugar de huir, lo enfrentan. Así se han defendido, durante miles de años, de sus depredadores naturales.
Pero ese comportamiento no les ayuda en otras situaciones. Sus rastros son tan evidentes que los cazadores los reconocen fácilmente, sobre todo si llevan perros entrenados. Además, como los pecaríes a diario se acercan a las fuentes de agua, un cazador puede instalarse en un árbol y matar cuantos quiera.
“Hay registros de cazadores que mataron 13 ejemplares en un solo día. Hay reportes en Costa Rica de cincuenta pecaríes (cazados) en un día, o en el Amazonas de ochenta. Los cazadores puede erradicar esta especie muy fácilmente”, lamenta Rafael Reyna Hurtado.
En el territorio comunitario del ejido Noh-Bec se prohibió la cacería del pecarí “tamborcillo”, como se le llama a la especie en estas tierras de la selva maya. Eso permitió que la población vaya en aumento, asegura Abraham González, presidente del comisariado ejidal de esta comunidad ubicada muy cerca de Reserva de la Biósfera Sian Ka’an, en Quintana Roo.
En el ejido Noh-Bec, además de realizar aprovechamiento maderable de árboles, como la caoba o el chechén, se hace la extracción del látex de chicozapote, para producir chicle. Además, tienen un proyecto de ecoturismo.
El manejo forestal comunitario que realizan en Noh-Bec permite conservar 18 mil hectáreas de bosques y, por ello, el ejido cuenta con la certificación FSC. De hecho, esta comunidad fue la primera a nivel mundial en obtener esa certificación a mediados de la década de los noventa.
El ejidatario Abraham González comenta que si no se realizara manejo forestal comunitario —que genera los ingresos económicos de los que dependen los pobladores— especies como el pecarí de labios blancos estarían más amenazadas por la cacería de subsistencia.
“Esta especie es la primera en desaparecer cuando el humano va avanzando, colonizando. Afortunadamente, en las grandes áreas naturales protegidas del sur de México todavía tenemos bosques en buen estado de conservación que protegen a esta especie, sobre todo en la Reserva de la Biósfera de Calakmul en Campeche, en Reserva de la Biósfera Sian Ka’an, en Quintana Roo o la Reserva de la Biósfera de Montes Azules en Chiapas”, explica el biólogo Rafael Reyna Hurtado.
Selva Lacandona, zona vital
Fredy Falconi Briones es un biólogo especializado en la población de pecarí labios blancos en la Selva Lacandona, en Chiapas, que está convencido de que el manejo forestal comunitario es crucial para la conservación de los bosques tropicales y, como consecuencia, del pecarí de labios blancos.
“Es una especie que requiere de amplias extensiones de tierra, pero no de cualquier tipo, son especialistas en escoger hábitats en muy buenas condiciones”, detalla Fredy Falconi, quien desde 2011, a partir de los estudios con cámaras trampa, ha documentado una tendencia poblacional de 27 individuos por 10 kilómetros cuadrados en un sector sur de la Selva Lacandona frente a la reserva Montes Azules.
La Selva Lacandona, en Chiapas, es una de las áreas con más problemas de deforestación en las últimas décadas, sobre todo por el avance de la ganadería y el cultivo de la palma africana.
Cada vez son menos los pobladores de esa región que resisten las presiones económicas y prefieren conservar los recursos naturales que tienen en sus tierras. Entre los que siguen apostando por la conservación está Baltazar Ríos Lorenzo, del Ejido El Pirú, un territorio de 5894 hectáreas casi en la frontera con Guatemala, que aún recibe del gobierno federal un Pago por Servicios Ambientales.
Baltazar cuenta que, gracias al monitoreo con cámaras trampa que realiza el ejido, se ha confirmado la presencia de fauna como el pecarí de labios blancos: “Como aquí estamos en un clima tropical, son animales que les gusta mucho la humedad; siempre se la pasan en las orillas de los arroyos, en los pantanos, en las partes más inundables. Cuando viene el tiempo de lluvias, vienen a buscar su comida”.
El ejidatario conoce las ruta de las manadas de pecaríes. Como cualquier familia, dice, “hay unas grandes y otras chicas, pero siempre anda un líder, un macho alfa que los guía. Este animal es el más grande, siempre anda como observando y también es interesante ver cómo las hembras protegen a sus crías, siempre van en medio rodeadas por las mamás y por los machos”.
Los pecaríes no tienen buena vista, por lo que en forma continua emiten sonidos para corroborar que todos los miembros de la manada están presentes. Al ser manadas numerosas necesitan grandes cantidades de comida y, para conseguirla, recorren amplias extensiones de territorio. “Cada grupo se mueve entre 100 a 120 kilómetros cuadrados, que son entre 10 mil a 12 mil hectáreas”, señala el investigador Rafael Reyna, quien logró determinar esos datos durante sus estudios de doctorado.
Los investigadores infieren que los pecaríes tienen una cierta memoria espacial que les permite recordar los sitios donde hay agua. Posiblemente se dirigen a ellos guiados por el líder, que pueden ser el individuo más viejo de la manada.
Eduardo Naranjo Piñera, investigador titular del departamento de conservación de la Biodiversidad del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, recuerda que en 2005 —cuando el uso de las cámaras trampa no tenía tanto auge— caminaban por los senderos entre la selva, buscaban huellas y hacían moldes. “Si lográbamos ver a los animales, los contábamos directamente y con base a modelos estadísticos y matemáticos hacíamos estimaciones del tamaño de las poblaciones, nunca con exactitud, pero sí una aproximación”.
En la actualidad, lamenta el académico, la situación del pecarí de labios blancos es más preocupante de lo que se pensaba. Los resultados de los estudios más recientes muestran que en algunas zonas hay éxitos y ligeros aumentos en el número de pecaríes, pero en otros sitios hay un declive dramático de las poblaciones.
Khiavett Sánchez, quien ha trabajado de cerca con los ejidatarios de Nuevo Becal, considera que el manejo forestal comunitario es una buena estrategia para la conservación de la diversidad. Sin embargo, también plantea que es necesario fomentar en las comunidades la educación ambiental para informar sobre la importancia de esta especie y que las personas se apropien de ese conocimiento.
Si se pierde al pecarí de labios blancos, advierte la investigadora, se perderán también las funciones ecológicas que tiene este herbívoro de talla mediana: “se encarga de remover la tierra, de controlar el crecimiento de las plantas, de modificar los suelos, de mantener fosas de agua… No se puede reemplazar a quienes hacen esas funciones”.
La unión hace fuertes a los pecaríes frente a sus depredadores. De la misma forma, ejidatarios y comuneros de Nuevo Becal, Noh-Bec y la Selva Lacandona han utilizado las asambleas comunitarias para tomar decisiones colectivas, como apostar por el manejo forestal como una herramienta para aprovechar en forma sustentable estos bosques que son parte de la selva maya, que son los territorios que pueden garantizar el futuro de muchas especies.