Renovación del sistema representativo, federalismo solidario, división real de poderes, respeto a las autonomías, balanzas y contrapesos y laicidad
Jaime García Chávez
El Presidente López Obrador, antes y después de su triunfo, ofreció la construcción de un nuevo régimen para el país. Muchos pensaron que esa enorme tarea se apoyaría en los principios constitucionales, para imprimirles vigencia, renovarlos y, por fin, hacer del sistema democrático algo mucho más allá de las simples pero imprescindibles elecciones.
Renovación del sistema representativo, federalismo solidario, división real de poderes, respeto a las autonomías, balanzas y contrapesos y laicidad. Pero con la instalación en Palacio Nacional de un comercio político de símbolos que se va progresivamente acrecentando, llegó la realidad que hoy observamos que va a contrapelo de todos los enunciados anteriores.
Analistas de muy diversas orientaciones políticas concluyen que más que los próceres de la Independencia, la Reforma o la Revolución, la figura central del lopezobradorismo es Luis Echeverria Álvarez, el Presidente mexicano de 1970-1976. Alguna razón tienen, desde luego. Pero el estilo y contenido de las prácticas políticas del porfiriato han llegado y son demostrables con el tabasqueño, hoy empeñado en edificar el Templo Mayor de Sheet-rock en el Zócalo capitalino de la Ciudad de México, a saber convertido en su ágora principal.
Me detendré exclusivamente en un tema que no pocos autores han tratado a profundidad y de los cuales tomo a Francois-Xavier Guerra y su obra México: del Antiguo Régimen a la Revolución, pues es más que sustento para comprender el modus operandi de López Obrador para navegar en las entidades que conforman la abigarrada federación mexicana.
Para el autor, los “gobernadores (son) unos de los centros más importantes del poder”, porque a través de ellos es que se vertebra el poder nacional y las fuerzas locales, más en la tradición petrificada de resolver en agencias informales lo que debiera hacerse con estricto apego a las supremas normas de la Constitución.
Así, durante las pasadas elecciones de ejecutivos locales, vimos el paradigma porfirista desplegarse en el proceso electoral. Siguiendo el modelo del oaxaqueño, López Obrador fue contra “caciques independientes”, que no le obsequiaron su apoyo y a una buena parte de gobernadores se les abrió la puerta para echarlos afuera. Cuando esto sucedió, López Obrador empezó a apoyar a sus “caudillos dependientes”, aquellos que se le adhirieron desde un principio y a ellos se les recompensó, inicialmente con candidaturas y, posteriormente, con su instalación futura al frente de sus estados. Y donde perdió Morena nombra procónsules, como el grotesco caso de Chihuahua.
Con ese esquema y siempre con el estilo de ambicioso porifírico, pretende que muy pronto lleguen sus fieles, independientemente de que tengan o no apoyo local. ¿Y todo para qué? Para que se concentre y reconcentre todo el poder en una persona. O como dijo Emilio Rabasa, que algo sabía de esto, pues el mismísimo Díaz lo nombró gobernador en Chiapas: para acrecentar su poder en menoscabo de los otros poderes.
Todo esto lo estamos viendo hoy y ya no ha de ser sólo tema de preocupación, sino de ocupación y tarea para ponerle fin a esto, que se nos endulzó con la promesa de un nuevo régimen, y ha venido concluyendo en la reproducción del estilo porfirista de tratar a las entidades federativas.
13 agosto 2021
***
Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.