Estudiar medicina, convertirse en ingeniero, ayudar a su madre con cáncer o darle una mejor vida a sus hijos: son tan sólo algunas de las metas que cientos de migrantes persiguen al atravesar Chihuahua para llegar a Estados Unidos. Ni el hambre o el secuestro que tuvieron que pasar alrededor de 340 de ellos en una colonia del sur de la capital, les quitaron las ganas de buscar una mejor vida para ellos y sus seres queridos
Texto: Óscar Rosales, Patricia Mayorga y Raúl Fernando
Fotografías: Raúl Fernando
Raíchali
Chihuahua- “Un cuarto, sólo en el piso. Estábamos llenos ahí. No podíamos dormir boca arriba, estábamos de lado, apretados. Todos los días y noches pasamos así (…) Si uno quiere salir, ahí tiene que pagar”, de esa manera explica Benjamín, un joven guatemalteco, como es que vivieron hacinados y encerrados alrededor de 340 personas migrantes en un pequeño cuarto ubicado al sur de la ciudad de Chihuahua.
Algunos de ellos llevaban hasta cuatro meses encerrados en el domicilio localizado en Vistas de Cerro Grande, según dijeron ellos mismos, cuando fueron rescatados por elementos policiacos y de la Comisión Estatal de Seguridad el pasado 17 de septiembre.
Luego de ser liberados, la Casa del Migrante, ubicada al norte de la ciudad, recibió a 90 personas de ese grupo. Las autoridades repartieron el resto entre la Casa del Migrante San Agustín y un refugio improvisado en el gimnasio Jorge Barousse.
El equipo de la Casa del Migrante también visitó el gimnasio para brindarles las mismas atenciones humanitarias y corroborar que sus derechos fueran respetados, informó Brenda Soto, la encargada de comunicación del refugio.
Les dieron volantes y muchos de ellos decidieron ir a la Casa del Migrante por su propia cuenta, donde recibieron atención humanitaria digna: comida, ropa, suero, baños y un lugar de descanso. Al final, se refugiaron 129 personas en el albergue, que se unieron a los otros migrantes que ya estaban ahí, la mayoría de Centroamérica.
Los migrantes entrevistados por Raíchali, todos los que fueron retenidos contra su voluntad eran guatemaltecos, provenientes de departamentos (el equivalente a estados en México) como Quiché, Petén y Chimaltenango. Se contaron entre 10 y 15 mujeres y alrededor de 17 menores de edad.
La mayoría de ellos habla una o varias lenguas indígenas mayas, como Q’eqchi, Kaqchikel, Qánjob’al, Mam o Ixil. Muchos se entienden entre ellos, por la cercanía de los idiomas, pero usan el español cuando no.
Cruzaron a México para llegar a los Estados Unidos en busca de una mejor vida, ya que la situación social y económica de sus países de origen les impide sostener dignamente a sus familias.
“Allá en Guatemala no hay trabajo, hay unos que dan empleo pero ganando 2,500 quetzales al mes (aproximadamente $6,500 MX), con eso no es suficiente para mantener una familia y poder ayudar a los padres”, especificó uno de ellos.
La historia de cómo fueron secuestrados coincide entre los migrantes. Sus familiares en los Estados Unidos les consiguieron un teléfono de las mismas personas que les ayudaron a cruzar a ellos. Entonces llegaron a la Terminal de Autobuses de Chihuahua y marcaron al número. Ahí fueron recogidos por un hombre mayor quien los llevó a la casa en Vistas de Cerro Grande, donde les dijo que tendrían que estar un tiempo.
Al momento de entrar a la casa no pudieron reconocer nada en el paisaje. Sólo vieron algunas tiendas y casas. Algunos llegaron a ver a algún vecino, pero eso fue todo. Una vez dentro, no volvieron a ver el exterior durante su cautiverio. Estaban encerrados, bajo candado.
“Sólo entra gente, sólo entraban y entraban pero no salían, sólo nos decían que la otra semana, dentro de tres días van a salir, treinta personas van a salir la otra semana, pero son mentiras”, dijo uno de ellos.
Muchos de los migrantes conservaron sus teléfonos celulares durante ese tiempo y los usaban para marcar a sus familiares. Por meses se resistieron a pedir ayuda a las autoridades por el miedo que sus captores infundieron en ellos.
“Todo lo que decían era que si uno salía, los mexicanos eran malas personas, que no nos querían aquí a los guatemaltecos, que nos iban a deportar. Tanto así más que todo es el miedo, por eso no salíamos, por el miedo a la policía que nos deportaran a Guatemala”, explicó Benjamín, un guatemalteco de 26 años de edad.
A algunos de ellos les llegaron a pedir dinero a cambio de su libertad: 30 mil quetzales, equivalentes a alrededor de 78 mil pesos mexicanos, una cantidad que no tenían.
“Cuando hacíamos bulla [ruido] nos apagaban el aire. Nosotros ya estábamos desesperados por los días, entonces empezamos a hablar que cuándo íbamos a salir, traíamos celulares, pero si estabas llamando y llamando te quitan el teléfono”, describió Alberto, uno de los guatemaltecos.
Durante todo ese tiempo sólo comieron huevo y algunas verduras que les arrojaban por una rendija. Ellos mismos tenían forma de cocinarlas dentro. El uso del baño estaba limitado y en ocasiones los cerraban por días como forma de castigo.
Aunque hubo algunos enfermos, con fiebre, dolores de cabeza, desmayos e incluso parálisis en piernas, el grupo de migrantes no podía salir. Con agua, un poco de alcohol y suero que cargaban algunos, intentaban remediar los malestares que llegaron a generarse.
Arrepentidos y asustados, una de las personas en el cuarto se armó de valor para marcar a la policía de Chihuahua y reportar su estado de hacinamiento y secuestro. Cuando los elementos de seguridad llegaron al lugar, creyeron que se trataba de alguien más.
“Nosotros pensábamos que era la mafia, en ese momento uno empieza a imaginarse cosas: ya nos van a deportar, el dinero que…, ¿la migración qué hace? Te deporta. Uno a veces se desespera por el dinero que ya pagó, por eso si regresamos al país ya no tenemos con qué pagarlo, la meta es llegar y ayudar a nuestras familias”, expresaron.
Las autoridades que los rescataron les explicaron que no los iban a deportar, ya que estaban en condición de secuestro. En unas horas ya estaban repartidos en los albergues.
“La comida, todo, el baño, ya con más dignidad, está bonito”, dijo uno de los migrantes cuando se le preguntó sobre cómo se sentía ahora. “Está fresco el aire. Qué rico aquí porque allá no sentimos el aire ni miramos el cielo todos esos meses que pasamos encerrados”.
Salir adelante, el sueño americano
Con el cubrebocas bien sujeto sobre el rostro y una mirada fija hacia el futuro, Ramsés, un joven guatemalteco que atravesó todo México con tan solo 16 años de edad, sueña con ser médico, pero el trato que ha recibido por parte del personal jurídico en Chihuahua lo ha motivado para considerar el derecho como otra opción profesional.
“Quisiera estudiar medicina, pero me llama la atención ser abogado para ayudar a las personas así como a nosotros, los abogados y todo los que estuvieron peleando por nosotros me gustó bastante la forma de cómo nos ayudaron y cómo nos trataron”, describió Ramsés, cuya madre padece cáncer de estómago desde el año pasado.
“No puede levantar cosas pesadas”, aseguró. En la comunidad de Ramsés, el servicio médico carece de las capacidades necesarias para atender a su madre. Para que la vean los especialistas, tienen que trasladarse hasta la capital, un costoso viaje que se suma al precio de los tratamientos.
El joven que atravesó la frontera del sur de México a base de “rides”, compartió que es el mayor de sus hermanos, a los cuales tuvo que explicar que el motivo de su partida era para apoyarlos a ellos y a su madre.
La mayoría de ellos se dedicaban a la agricultura antes de salir del país. Con sus familias cultivaban maíz y frijol, sobre todo. Pero los precios han caído y así no pueden sostener a sus familias. Eso, aunado a la situación política y la crisis que viven en el país por el COVID-19, los forzó a salir.
Algunos interrumpieron sus estudios. A uno le faltaban un par de años para titularse como ingeniero. Otros hicieron el equivalente de primaria o secundaria. Otros son electricistas o mecánicos. Todos ellos jóvenes, de menos de 30 años de edad.
“En el transcurso del camino que uno pasa nuestra intención no es arruinar el país, sino simplemente es la meta de nosotros llegar allá. Tal vez en nuestro país se han escuchado rumores de que los guatemaltecos tal y tal, pero en realidad cuando visitamos otros países tratamos la manera de comportarnos bien ahí y de no violar las leyes que tienen ahí…” dijo uno de los guatemaltecos migrantes, menor de edad.
Poco a poco los migrantes han abandonado el albergue. Amablemente se despiden de los trabajadores y voluntarios que les brindaron un plato de comida caliente y un techo.
Hay quienes intentarán cruzar la frontera por segunda vez. Otros ya llevan una o dos deportaciones encima. Si los detienen nuevamente, podrían pasar algún tiempo en prisión.
Pero eso no los detiene. Su meta es Houston o Miami, Nueva York o California, donde están sus familiares que les ayudarán a cumplir el sueño americano.
Aunque el fiscal del estado, Roberto Fierro Duarte, declaró que los migrantes rescatados planeaban llegar a la frontera en Uber o Didi, los entrevistados por Raíchali dijeron que no sabían cómo iban a llegar hasta allá.
“Cada uno tiene diferentes rutas para cruzar”, dijo uno de ellos, “unos a Monterrey, otros a Sonora, diferentes ya de aquí íbamos a Juárez”.
Seguir, quedarse o regresar
Después de su rescate, los migrantes tuvieron que enfrentarse a una difícil decisión: continuar su camino hacia el norte, quedarse en México o regresar a su país de origen.
Los migrantes que deciden quedarse en Chihuahua, son apoyados en todos los aspectos posibles para que puedan continuar una vida normal desde la Casa del Migrante, explicó Brenda Soto. Desde clases de computación e inglés hasta la búsqueda de empleos dignos, sin pasar por alto el estatus jurídico.
“Nosotros nos encargamos de hacerles una entrevista (a empleadores) para asegurarnos que estas personas les van a brindar un empleo digno, que les van a pagar lo debido (…) Otras personas son voluntarias, de repente nos traen algunos insumos y ellos mismos brindan trabajo a las personas de aquí”, dijo Soto.
Sin embargo, pese a regularizarse con la documentación correspondiente dentro de México, la discriminación laboral y financiera hacia los migrantes que deciden quedarse se mantiene.
Por ejemplo, es común que los bancos les nieguen una cuenta o tarjeta, ya sea de débito o crédito, a pesar de tener la residencia en el país y una credencial oficial que lo compruebe, lo que dificulta su capacidad de cobrar salarios o adquirir bienes y servicios.
“Batallamos con un compañero que es de Honduras, él es del área administrativa y batallamos para pagarle la nómina, porque no puede tener una tarjeta de débito, ni siquiera en Coppel”, refiere Soto.
Es parte de la misión de la Casa del Migrante el brindarle una atención integral a las personas que la necesiten, ya sea inscribirse en una escuela, encontrar trabajo o una casa.
“Vamos continuando todo para que puedan seguir con su vida como una persona chihuahuense”, señalan.
El equipo de la Casa del Migrante también les brinda información jurídica y les asiste a regresar a su país de manera segura si así lo desean.
“Nos vinculamos con OIM, Organización Internacional para las Migraciones, y con ellos tienen un programa con el que los muchachos pueden retornar voluntariamente. Se los llevan hasta su país, casi casi hasta su casa, de manera gratuita”, dijo Soto.
El proceso puede durar algunas semanas y los migrantes que deciden regresar pueden permanecer en el albergue mientras se arreglan los trámites. Algunos de los migrantes rescatados así lo decidieron, después de pasar por la experiencia traumática del secuestro.
¿Cómo ayudar?
La Casa del Migrante es un espacio seguro que brinda ayuda humanitaria a los migrantes que pasan por Chihuahua, a partir de la creación de la asociación civil Uno de Siete Migrando en abril del 2016. Las donaciones voluntarias que reciben de aquellas personas de buen corazón, se han convertido en uno de sus principales sostenes.
Ubicados al norte de la capital, en la Colonia Revolución, Calle Ciudad Camargo #101, se reciben tanto donaciones en especie (alimentos, ropa, cobijas, libros, etc) así como recursos económicos.
Se pueden realizar transferencias o depósitos bancarios al número de cuenta Bancomer/BBVA 011 571 2602 con Clabe: 012 150 00115712602, a nombre de Uno de Siete Migrando A.C.
Si tienes alguna duda, puedes comunicarte con ellos al 614-688-28-42 o visitar su sitio web www.unodesietemigrando.org.mx.
****
Este trabajo fue publicado originalmente en Raíchali que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.