Las terapias colectivas con enfoque feminista y de derechos humanos son una de las formas más efectivas para que las sobrevivientes de diferentes tipos de violencia sexual puedan reconstruir sus vidas.
Por Eugenia Coppel
Elisa recordó entre lágrimas cómo sentía en su cuerpo de niña las “manos de lija” de su abuelo materno, quien la violentó desde que ella tenía 7 y hasta los 11 años. Renata cuestionó con rabia cómo es que su madre y su padre, ya fallecidos, nunca se dieron cuenta de que su hermano mayor la violó cuando ella tenía 4 o 6 años y él 17 o 19.
Los anteriores son dos fragmentos de las 60 historias de vida recogidas entre 2005 y 2006 por la investigadora mexicana Gloria González-López. En total, 45 mujeres y 15 hombres compartieron con ella que sufrieron algún tipo de violencia sexual por parte de un familiar.
La académica de la Universidad de Texas en Austin publicó sus hallazgos en el libro Secretos de familia: incesto y violencia sexual en México, un tema que hasta entonces había sido muy poco investigado. En su trabajo incluyó, además, entrevistas con 35 profesionistas, como psicólogos, psiquiatras, especialistas en derechos humanos, activistas, funcionarios y hasta sacerdotes.
“Gloria González-López ha conseguido avanzar hacia una teoría sociológica feminista sobre el incesto”, escribió en el prólogo Marcela Lagarde, la antropóloga y actvista que acuñó en México el término de feminicidio para referirse al asesinato de una mujer por razones de género.
En entrevista, González-López cuenta que comenzó a interesarse por entender la violencia sexual en las familias a raíz de trabajar con migrantes mexicanas en Estados Unidos. Como psicóloga y socióloga especializada en estudios de género, abordaba temas de sexualidad, y en sus entrevistas empezó a escuchar, una y otra vez, relatos de mujeres cuya primera interacción sexual había sucedido con algún miembro de su familia.
“Uno de los factores más importantes del por qué existe la violencia sexual en las familias es porque existe la desigualdad de género”, sostiene la investigadora. En las primeras páginas de su libro explica que la ética de las familias muchas veces fomenta la idea de que las mujeres deben estar al servicio de sus parientes varones, lo cual coloca a las niñas y a las jóvenes en condiciones de riesgo.
“En una sociedad patriarcal en la que las mujeres son entrenadas para estar sexualmente disponibles para los hombres, una niña o una joven que, por ejemplo, es forzada por su tío a tener sexo, puede percibirlo como algo ‘normal’ y jamás hablar al respecto”, escribe González-López.
La violencia sexual no es individual, es social
La violencia sexual es un problema social, y como tal, “tenemos que resolverlo de manera colectiva”, dice Gloria González-López. Por eso está convencida de que la terapia de grupos es una de las formas más poderosas para procesar y superar el dolor.
“Los grupos son extraordinarios porque ayudan a las mujeres a descubrir dimensiones de su vida que desconocían”, explica la socióloga. “Cada persona que participa en el grupo está en diferentes momentos y etapas a nivel psicológico, cronológico y humano. Cuando en esos espacios una mujer se culpabiliza por haber sufrido violencia sexual, ya hay alguien enfrente que tiene superado eso e interviene para decir ‘momento, no fue tu culpa’. La persona se siente validada y esa es una de las grandes contribuciones”.
La terapeuta Laura Martínez coincide en que la terapia grupal “es muy rica, porque en las sesiones hay muchas experiencias y vivencias”. Ella comenzó a trabajar en 1983 con personas agredidas sexualmente, y hoy continúa su labor desde la organización que fundó y dirige en la Ciudad de México hace 25 años: la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas (ADIVAC).
El centro terapéutico localizado en la colonia Santa María la Ribera en la Ciudad de México ofrece atención individualizada o grupal. La primera es para menores o mujeres que hayan vivido una violación reciente y, por lo tanto, aún atraviesan por procesos intensos de crisis, explica Martínez. Quienes acceden a la atención grupal son personas mayores de 15 años que fueron agredidas en su infancia o adolescencia y buscan sanar ya como adultas.
Las formas de trabajo son diversas. “Tomamos varias teorías y técnicas: la teoría Gestalt, la teoría humanista, psicoanálisis, teoría narrativa, cognitivo-conductual; también la terapia de reencuentro de Fina Sanz, la vegetoterapia para trabajar todas las partes del cuerpo, las técnicas de educación para la paz, siempre atravesadas por la teoría de género y el enfoque de derechos humanos”, comenta la psicóloga.
Todo esto se conjuga en un modelo de atención que dura de 90 a 100 sesiones, aproximadamente, con frecuencia de una vez por semana. “La terapia no puede hacerse en poco tiempo, porque la violencia sexual altera toda la estabilidad emocional de la persona y cambia el proyecto de vida en todos los casos”, señala Martínez.
También comenta que las terapias colectivas deben comenzar por la cohesión del grupo y no por los relatos de la violencia vivida. Martínez dice que estrechar los lazos entre las participantes es importante al inicio del proceso, pues después viene una etapa de profundización que suele resultar muy dolorosa y en muchos casos hay deserciones.
“Creo que la violencia sexual es una experiencia que nunca se olvida, pero quienes la vivieron sí pueden llegar a entender por qué sucedió, entender que es un problema social, que ellas no lo provocaron y así se pueden colocar de una forma diferente en la vida, ser menos explosivas, valorar sus encuentros amorosos y llegar a disfrutar de su sexualidad”, afirma Martínez.
Las huellas de la violencia sexual
En México, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016, una de cada 10 mujeres de 15 años y más (4.4 millones) sufrieron abuso sexual durante su infancia, siendo los principales agresores sus tíos (20.1%), seguidos de conocidos no-familiares (16%), primos (15.7%), desconocidos (11.5%) y hermanos (8.5%).
Por su parte, ADIVAC tiene un archivo que consta de más de 15 mil expedientes de violencia sexual ocurridos en los últimos 25 años, y en fechas recientes la asociación ha comenzado a procesarlos con fines estadísticos. Aunque ese trabajo no está aún terminado, Laura Martínez ha constatado que la mayoría de los agresores son personas conocidas de las sobrevivientes, como tíos, padrastros o padres biológicos.
Aunado a esto, la gran mayoría de las personas agredidas son mujeres o menores de edad. “Aunque sí hay casos de hombres violados, generalmente son violados por otros hombres. La violencia sexual es un abuso de poder en el que los miembros de un género se sienten con la autoridad y el privilegio social de ejercer su sexualidad con quien, como y cuando ellos quieran”, comenta la psicóloga Martínez.
La culpa, el enojo y la pérdida de autoestima son las consecuencias más comunes en las personas que vivieron violencia sexual.
“Es algo que se vive con mucho dolor y vergüenza”, menciona la terapeuta Juanita Núñez Flores, de 55 años, fundadora y coordinadora de la asociación de Mujeres Sobrevivientes de Abuso Sexual (Musas), también en la Ciudad de México. Núñez ha trabajado con esta población durante los últimos 28 años, por lo que ha sido testigo de la dificultad que estas personas tienen para establecer relaciones interpersonales basadas en la confianza.
“Hay patrones de conducta que se repiten de generación en generación. Cuando llega una mujer, es común escuchar que lo que ella vivió también le pasó a su mamá y a su abuela”, continúa Núñez.
En su experiencia, el tiempo de sanación depende de varios factores, como la edad a la que comenzó la agresión, la relación con el agresor y la duración de las agresiones. También influye si la sobreviviente habló al poco tiempo de la agresión y si las personas con las que se comunicó le creyeron o no. ”Entre más pequeña es la agredida, entre más cercano el agresor y entre más crónico el suceso, se necesita más tiempo para sanar”, dice la terapeuta.
La psicóloga también asegura que ha visto muchos casos de éxito, personas que se logran recuperar, rehacer su proyecto de vida, establecer relaciones sanas, equilibrar su autoestima. “Todo esto requiere un compromiso, porque la terapia es dolorosa, difícil, y generalmente las personas no queremos que nos duela”, agrega Núñez.
Al respecto, la académica Gloria González-López recuerda uno de los casos de su investigación que más le conmovieron. Una mujer de Ciudad Juárez había sido abusada por su padre biológico cuando era una adolescente pero ella afirmaba que no la había afectado.
“Cuando la señora se enteró de lo que había hecho el padre, en ese momento lo corrió de la casa, delante de su hija, y eso fue más poderoso que mil sesiones de terapia con la mejor terapeuta de la ciudad”, relata González-López.
Por eso la investigadora siempre hace énfasis en la importancia de creerle a las niñas y a los niños, así como en crear hogares donde haya respeto. “Yo siempre he dicho que una de las expresiones más importantes de amor que debe haber en las familias en México es la igualdad de género”.
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* Eugenia Coppel es una periodista independiente