Samuel no sigue una tradición familiar, llegó en busca de trabajo a una funeraria y consiguió ser camillero. No duró mucho en ese puesto, pues le ofrecieron dedicarse a la cremación. Durante la pandemia del COVID-19 los servicios de incineración de cadáveres aumentaron un 200 por ciento en Ciudad Juárez
Por Karen Cano / La Verdad
Ciudad Juárez– En medio de la oscuridad, Samuel González Dueñes llega a su lugar de trabajo. Su turno inicia a las tres de la mañana en un crematorio situado a las afueras de la ciudad, donde los cuerpos de los fallecidos se queman hasta los huesos, a una temperatura que puede alcanzar hasta más de mil grados centígrados.
El lugar se encuentra a un lado del Panteón Municipal San Rafael, es uno de los siete crematorios que existen en Ciudad Juárez, y que durante los meses más álgidos de la pandemia hubo ocasiones que operó las 24 horas del día.
“Me voy cuando acabo, a veces más temprano, a veces más tarde, depende del trabajo”, responde tajante Samuel, de 27 años, al hablar sobre su jornada que inicia de madrugada, cuando en el lugar solo se escuchan algunos aullidos de coyotes.
Después de varias horas de labores, ya con el sol en el cielo, el hombre sale del crematorio. Fuma a espaldas de un paisaje dominado por tumbas y desierto. Es una mañana fresca de octubre, el viento sopla fuerte y choca contra sus brazos desnudos, donde se aprecia una leyenda grabada en su piel: “Cremar asta morir”.
“No van a encontrar otro tatuaje así en la ciudad”, dice Samuel que pese al temporal solo viste una playera que le permite exhibir su antebrazo. El hombre explica que su tatuaje no lleva una falta ortográfica, sino un juego de palabras.
“Son los pasos a seguir al cremar, porque para mí, la persona sigue viva cuando llega conmigo, y muere hasta que saco sus cenizas del horno. ‘Asta’ es en referencia a la osamenta de los toros, los huesos; y esto quiero hacer hasta morir, estoy muy en paz entre los muertos”, expresa con una sonrisa encima de la barba espesa que enmarca su rostro.
A diferencia de la mayoría de los empleados funerarios de la ciudad, Samuel no sigue una tradición familiar; llegó en busca de trabajo a una funeraria y consiguió ser camillero. No duró mucho en ese puesto, pues le ofrecieron capacitarse y dedicarse a la cremación.
“No muchas personas quieren hacer esto, tienen creencias y a veces yo digo que también ignorancia, yo no creo en nada porque no he visto nada”, dice y encoge los hombros.
Con cuatro años de experiencia, Samuel enfrentó la crisis pandémica que se atravesó este 2020 y que saturó los establecimientos de cremación, luego de que este método llegó a mencionarse como la única opción para darle un destino final a los restos de personas que fueron víctimas fatales del COVID-19.
“Al principio no creía, pero luego empezaron a llegar los muertos, sí sentí un poco de miedo, más que nada por mi familia”, relata.
El incremento en la demanda del servicio de quemar el cadáver de una persona para reducirlo a cenizas en la ciudad se ve reflejado en las estadísticas otorgadas por Registro Civil, a través del departamento de Comunicación Social de Gobierno del Estado.
Las cifras exhiben que previo a la pandemia, durante el 2019, se incineraron un total de cinco mil 683 personas; mientras que en el 2020, la cifra total de permisos de incineración otorgados ascendió a 12 mil 581 personas; es decir, los servicios de incineración aumentaron más del 200 por ciento.
Los meses con más servicios fueron el de mayo del 2020, con mil 304 personas; y los últimos tres, octubre con mil 306, noviembre con dos mil 766 y diciembre con mil 358.
En el punto más álgido la pandemia, Samuel dice que no tuvo oportunidad ni de ir a su casa. Sus únicas pausas de sus jornadas eran para ir por algo de comer “al veinte”, la región poblada más cercana a este sitio, o incluso para dormitar en medio del silencio de las tumbas y los cuerpos.
La cremación ganó confianza entre las personas, eso provocó una sobredemanda de trabajo, cuenta Marcelo Ruiz Cantú, líder de la Unión de Funerarios de Ciudad Juárez.
Menciona que aún cuando todavía es un año atípico, y todavía no hay un balance real, sí se percibe un aumento de preferencia a la cremación por parte de los deudos.
“Estábamos cremando un 27 por ciento de las personas que llegaban a las funerarias, ahora llegamos hasta el 36. Antes la gente no conocía el proceso y nadie opta por lo desconocido porque le da miedo”, dice.
Hasta septiembre de este 2021 se han incinerado seis mil 507 personas, aunque la cifra aún es menor con relación a la alcanzada el año pasado sigue mostrando un alza, con relación a los permisos que se otorgaron en todo el 2019, de acuerdo con los datos oficiales.
“Ahora se encontró las ventajas de la cremación, lo más importante está dentro de las personas, el recuerdo y la honra del ser querido queda dentro de su familia”, expresa.
Samuel comenta que, aunque parece sencillo, se requieren de muchos conocimientos para realizar su trabajo, algunos de los cuales solo se adquieren con la práctica.
Estos van desde el uso del horno, encenderlo, hasta saber el orden en que deben de ser ingresados los cuerpos, según su peso y tamaño. Además, durante su labor es necesario que use mascarilla, un overol especial e, incluso, un casco, pues así lo establecen las normas de prevención de accidentes.
“Primero voy por ellos a las funerarias, con su debida papelería, luego me los traigo, vienen en una bolsa, leo los nombres, ‘Buenos días, señora González, ¿Qué le pasó? ¿Cómo le fue en esta vida?
“Platico con ellos, pláticas que se inventa uno en la cabeza, y cuando toca pasarlos al horno les doy la despedida: ‘esto es lo que sigue, le tocó a usted, ya puede descansar”, relata e inclina la cabeza en señal de respeto.
“La duración del proceso puede durar hasta dos horas, dependiendo del tamaño del cuerpo, y la temperatura del horno puede llegar a los mil 400 grados centígrados. Al final, las cenizas son depositadas en urnas y enviadas a las funerarias, las cuales a su vez las entregan a las familias”.
Asegura que su oficio provoca curiosidad y desconcierto entre las personas que le rodean y llegan a conocerle, siendo sorprendido con preguntas sobre si los cuerpos son capaces de moverse o si existe la certeza de que las cenizas pertenecen a quien se supone que lo hacen.
“La gente debe saber que es un trabajo profesional, debe estar tranquila de que hacemos esto con respeto y cuidado”, declara.
Aunque no siente que el trabajo que hace sea reconocido entre la gente, o siquiera conocido, asegura que no le importa, pues ha encontrado la plenitud dedicándose a ello y pretende continuar así el resto de su vida.
laverdadjz@gmail.com