Solo hay tres sentenciados por la primera masacre ocurrida a partir de la llamada “guerra contra el narco” de Felipe Calderón. Los habitantes de la comunidad en la Sierra Tarahumara, apuestan por la memoria y no al olvido.
Por Patricia Mayorga y Óscar Rosales / Raíchali
Creel- Hace quince años, “nos rompieron la historia, nos lastimaron la vida”, señaló el jesuita Javier El Pato Ávila Aguirre, en la homilía de la celebración eucarística para recordar la vida y el asesinato de doce jóvenes y un bebé, ocurrido el 16 de agosto de 2008. Este miércoles recordaron y exigieron justicia una vez más, por la primera masacre ocurrida a partir del sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, quien declaró la fallida “la guerra contra el narcotráfico”.
Durante la misa, el padre Pato enfatizó a las familias de las víctimas que con su presencia cada año en la Plaza por la Paz, mantienen viva la memoria, mantienen viva la mentira de quienes dicen que hay paz en la tierra. “Quienes lo dicen, que vengan aquí, pero que vengan como andan todos ustedes, sin seguridad. Esa es la lucha que sostenemos como creyentes, porque creemos que podemos vivir en paz, con fraternidad”.
Y es que, en quince años sólo han sentenciado a tres hombres involucrados, otros han sido asesinados y uno fue absuelto, a pesar de que los deudos y los habitantes de Creel señalaron por lo menos a una decena de responsables, mientras que las familias de las víctimas han recibido altos impactos a la salud.
El tiempo lo ha hecho llevadero. El primer año nos volvíamos puras lágrimas, puro llanto. Dios nos ha dado mucha fortaleza para sobrellevar. Ha habido de todo, en esos quince años ha habido personas que se han enfermado, de los mismos dolientes, de los mismos padres de los trece chamacos que mataron. Unos (padres y madres) ya no están, unos han tomado decisiones malas como quitarse la vida, otros los ha matado el crimen.
Óscar Loya (papá de Cristian Loya Ortiz) murió de cáncer.“Yo en lo personal, la libré muy apenas, me pegó un infarto por lo mismo. Ya son quince años, han sucedido muchas cosas, estamos más viejos. Pero como dice El Pato, nos doblamos pero no nos caemos”, rememora Noé Armendáriz, padre de Luis Daniel Armendáriz Galdeán, joven de 18 años que acababa de concluir el bachillerato y entraría a la licenciatura en Administración.
La madre de Daniel, Luz Julieta Galdeán, recuerda como su hijo era un niño con mucha afición por los deportes. Con mucho cariño, aún conservan en su casa varios de los trofeos que ganó en algunas campeonatos.“Me decía ‘mami yo, cuando este más grande, voy a ir a pedir trabajo a Torreón, al estadio de Los Santos, aunque sea vendiendo aguas y refrescos, porque cuando este grande voy a irme metiendo en eso hasta ser un futbolista bien fregón”, platica Luz.
No permitan que siga pasando esto porque no nos sobran los jóvenes. Nos hacen falta”, agregó Luz.Otro golpe para las familias que viven principalmente del turismo y también para todo el pueblo, fue la afectación económica porque la masacre ahuyentó el gran flujo de turistas extranjeros que recibía durante todo el año.
“En un principio estuvo muy baja la economía en el pueblo, pero ahorita han tomado su cauce, todo mundo siguió trabajando. La realidad es que aquí estamos, las cosas se han hecho más llevaderas, aquí seguimos. Hay nuevas vidas, en el caso de nosotros teníamos tres hijos, nos quitaron a Luis Daniel. Nos quedaron dos hijas y ahora tenemos cuatro nietos“.
“Mire, es el tercero en el mural”, señala Noé Armendáriz para mostrar el rostro de su hijo plasmado en un mural gigante, creado por el colectivo Reco en 2016.Daniel Alejandro Porras Urías, Chichimoco, fue asesinado en Cuauhtémoc, dos años después de la masacre. Él exigía justicia y entregó pruebas para que la entonces Procuraduría de Justicia del Estado, aprehendiera a los asesinos. Lo privaron de la libertad en Cuauhtémoc, a donde viajó con su esposa. Ella se quedó en un establecimiento comercial y él fue a comprar un canal de carne.
Daniel Porras alcanzó a llamar a su esposa para decirle que lo habían levantado. Más tarde localizaron su cuerpo en la carretera Cuauhtémoc-Chihuahua. Era el papá de Daniel Alejandro Parra Mendoza, quien tenía 20 años.
¿Qué sucedió hace quince años?
Era sábado por la tarde, la misa del día apenas había finalizado. Un grupo armado irrumpió hace 15 años la fiesta de convivencia de jóvenes después de un juego deportivo. El grupo delictivo identificado con La Línea, perteneciente al cártel de Juárez, disparó sin piedad en contra de los jóvenes y el bebé que tenía un años cuatro meses, y que murió en brazos de su papá.
“Empezó a hacer ruido, tallones de llantas, me puse muy nervioso. Salí de la misa y alcancé a ver enfrente (en la plaza) a un sujeto con un arma y la escondió”, narra el padre Javier Pato Ávila.
De acuerdo con el sacerdote, ese día no había policías en el pueblo, las patrullas del extinto Centro de Inteligencia Policial (CIPOL) se ausentaron del lugar y tardaron demasiado en responder a la situación.Mientras tanto, el padre jesuita se hizo cargo de contener a las víctimas, de resguardar la escena del crimen y de seguir instrucciones telefónicas que le indicaban las autoridades.
Las autoridades querían trasladar los cuerpos a la ciudad de Chihuahua, pero el padre y las familias se negaron debido al peso emocional y el peligro que representaba dicho movimiento.
“De aquí no salen los cuerpos, te traes un hospital si es necesario”, fue lo que le dijo el padre Ávila a la exprocuradora de justicia del estado, Patricia González RodríguezLa desolación, el miedo y la sensación de abandono, regresaron a la memoria y al cuerpo de los habitantes de Creel, quienes vivieron la tragedia con horror y al mismo tiempo, en unión.
Con el paso de los años, la comunidad pidió un espacio para recordarlos. Construyeron la Plaza de la Paz a un lado de la bodega de Productos Forestales de la Tarahumara (Profortarah), donde ocurrió la masacre.
En la Plaza erigieron un monumento. Los deudos colocaron trece cruces de madera que ellos mismos cuidaron, pero que desaparecieron con el vandalismo. Los nombres de cada uno quedaron impresos en una placa colocada al centro de la explanada de la plaza.
Creel tiene memoria y no olvida
A quince años, las familias y el padre Pato recorrieron un año más, la calle principal de Creel, desde la parroquia hasta la Plaza de la Paz.
“Creel tiene memoria y no olvida. Por eso seguimos de pie. No a la impunidad ni a la injusticia que continúan en el estado”, dice una lona gigante con la que encabezaron la marcha hacia la Plaza de la Paz, donde concelebraron una misa, además de Javier Ávila, Enrique Mireles y Joel Cruz.
Al iniciar la celebración eucarística, El Pato Ávila les conminó a preparar el corazón para encontrarse con “la lastimosa historia que se han querido borrar. Pero les ha quedado muy clarísimo a las autoridades que son quince años que nadie ha borrado de la memoria ni del corazón, a las personas ni los corazones a las personas que seguimos queriendo”.
Agradeció a Dios que les permita tener vida la memoria, una memoria que resiste, de una masacre, de una injusticia, de una mentira que todavía se mantiene muy viva, junto con el dolor, la muerte, no sólo de las trece víctimas, sino de cientos de miles que llenan de sangre el estado y el país.
“No podemos perder la memoria aunque los sistemas le apuesten al olvido”.
Padre Javier Ávila
Solo tres sentenciados
Las autoridades sólo han logrado tres sentencias contra implicados en la masacre. La última la dio un Tribunal de Enjuiciamiento del Tribunal Superior del Estado de Chihuahua, que condenó a 145 años a José Antonio Casavantes Calderón, apodado como El Malandro, quien llegó con el grupo delictivo en varios vehículos que todo el pueblo vio pasar por el pueblo en convoy, con rostro descubierto y con armas expuestas, menos las autoridades.
Casavantes Calderón fue detenido en 2021 en el estado de Sonora y lo trasladaron de inmediato a Chihuahua. Fue sentenciado como autor material de la masacre y el Tribunal ordenó una reparación de daño por 469 mil 025 pesos.
Hace trece años detuvieron a Luis Raúl Pérez Alvarado, conocido como La Chicharrona, quien recibió una condena de 82 años y medio, y una reparación de daño por 469 mil pesos, como auxiliar del crimen. A él se le atribuye haber escondido a los pistoleros que acabaron con la vida de las víctimas.
A José Manuel Saucedo Reyes, El Lince o Kika, lo aprehendió el gobierno federal diez días después de la masacre, con armas en su poder. Fue sentenciado en 2020 a 25 años, luego de que reabrieron el juicio en su contra. Fue el primer sentenciado.
Ninguno está señalado como autor intelectual y solo uno como autor material. En 2014 liberaron a Sandro Gilberto Romero Romero, quien fue aprehendido el 27 de septiembre de 2008 y liberado por falta de pruebas en octubre de 2014.
A Jorge Salvador Villa Cruz lo liberaron el 2 de marzo de 2013 porque se le concedió un criterio de oportunidad por la información proporcionada, para identificar y obtener órdenes de aprehensión y sentencias contra otros participantes en los hechos.
Han quedado pendientes órdenes de aprehensión en contra de Óscar Alberto Mancinas Pérez El Guacho, Iván Montes González El Colibrí (asesinado en 2013 y sobrino de quien era procuradora de Chihuahua en ese momento, Patricia González Rodríguez).
En 2012, los deudos de la masacre de Creel recibieron sólo 36 mil 160 pesos por cada víctima, por reparación del daño.
“Tenemos heredada esta tierra y la responsabilidad de no sólo cuidar y proteger la tierra, sino hacerla crecer y hacerla dar frutos, no hacerle daño… lo más importante, encima de la tierra es la persona humana. Jesús vino a enseñarnos el camino de paz, de fraternidad, de justicia y de verdad. Eso estamos haciendo nosotros aquí, manteniendo viva una memoria porque nos rompieron la historia, nos lastimaron la vida (…) Esa es la lucha que sostenemos como creyentes, porque creemos que podemos vivir en paz, con fraternidad”, concluyó El Pato Ávila.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Raíchali que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar su publicación.