Hay muchas cosas en Marcelo que evolucionaron, pero otras que se atoran en un bucle. Es el bucle cruel de la política. Un bucle que es un eterno retorno: eres lo que fuiste, somos lo que seremos. El bucle que tiene atrapado a ese Presidente en espera desde tiempo atrás
Por Alejandro Páez Varela
Las palabras de Marcelo Ebrard contra las del Presidente. Así se entendió.
El primero sacó una escopeta y disparó, y los perdigones le pegaron a medio mundo: dijo que desde los gobiernos locales, estatales y federal se comete un escandaloso fraude electoral con desvío de recursos, guerra sucia y acarreo; que desde la dirigencia de Morena se opera para afectar sus aspiraciones presidenciales. Es decir: gobernadores, secretarios de Estado, dirigentes del partido y muchos más se confabulan para hacerlo fracasar.
Pero Andrés Manuel López Obrador dijo, el viernes, que no es así. (Y entonces, si se cree a uno no se puede creer al otro porque sus argumentos son necesariamente contrapuestos). En apenas unas cuantas palabras, con apenas unos párrafos, AMLO reviró los señalamientos del excanciller que tienen como destinataria a Claudia Sheinbaum Pardo, pero que alcanzaron al Presidente.
Unas cuantas palabras, apenas tres párrafos de respuesta –y eso porque se lo preguntaron– después de la conferencia de Marcelo:
1) “Están en su derecho [a protestar], nada más que yo apoyo a quienes están llevando a cabo el proceso y les tengo confianza, tanto a los que aspiran a ser coordinadores como a los dirigentes y a los que forman las comisiones de encuesta y de candidatura. Les tengo plena confianza. Yo voy a respetar la decisión que tome la gente, voy a apoyar el resultado de las encuestas”.
2) “No veo en ningún caso que haya manipulación. Lo que existe es inquietud, son dudas, nerviosismo, todo lo que es propio de las vísperas de una decisión tan importante que va a tomar la gente, no el Presidente. Todos los gobernadores han respetando el no meterse, todos. Yo voy a a respetar el resultado”.
3) “Aquí no hay interés personal o de grupo que esté por encima del interés general, del interés del pueblo. No hay cabida para ambiciosos vulgares. Aquí se lucha por ideales, por principios”.
Los dos primeros párrafos eran por alusiones personales, faltaba más. Ebrard acusaba que desde la casa de AMLO disparaban en su contra y no hubo manera de esquivar la acusación. Pero la tercera frase del Presidente (el “no hay cabida para ambiciosos vulgares”) es terrible en el contexto. Ebrard le dio vuelta en una entrevista posterior con el diario español El País.
–En cuanto a lo que usted señala de la Secretaría de Bienestar, ¿usted considera que se habría actuado a espaldas del Presidente? –le pregunta el reportero.
–Dudo mucho que el Presidente autorizara esas cosas. Lo conozco muy bien. Hemos trabajado juntos 24 años. No tiene sentido. ¿Para qué? ¿Como por? No creo que sea algo que, de alguna manera, él esté promoviendo o incentivando. Pero en esa Secretaría tienen que tener cuidado con lo que está sucediendo.
El periodista Elías Camhaji insiste específicamente sobre el término “ambiciosos vulgares”. Lee íntegro el señalamiento de AMLO. Ebrard prefiere no responder. Dice:
“Él tiene una posición en donde dice que todo el Gobierno tiene que respetar el proceso y que no tiene información de que esté sucediendo otra cosa. Y pide que Morena resuelva. Él dice: ‘Yo ni siquiera me tengo que meter en eso’. Está bien. La apelación que yo hago no es al Presidente, es a Morena. Y no veo al Presidente tomando una acción respecto al proceso. Si hubiera querido hacerlo así, ¿para qué haría una encuesta?”.
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Para que sea carambola se necesita pegar en más de tres bandas. Es el caso.
Marcelo le pegó la semana pasada a muchas bandas y a varias pelotas y sí, ha hecho una larga carambola de pronósticos inasibles. Pero todo empieza antes, cuando abrió el juego y si abres el juego, casi siempre se apela al azar. Colocas la pelota blanca y le pegas para que rompa el triángulo. Y si tienes suerte, alguna caerá en alguno de los seis hoyos, y sigues. Es azar y algo de destreza.
Marcelo abrió el juego hace meses. Pegó en muchas bolas que han rebotado en muchas bandas. Desde el accidente de la Línea 12, en 2021, puso a Sheinbaum en la mira y no sólo eso: le disparó. Desconfió de un manejo profesional del caso y advirtió que podían manipularlo, en un Gobierno del movimiento al que pertenece, para afectar sus aspiraciones presidenciales. Y sabía que al menos dos libros que saldrían sobre el caso, culpando a Sheinbaum, se le iban a atribuir; es decir, sabía que se vería como tiro cantado.
Pudo poner a Miguel Ángel Mancera enfrente para tirarle al blanco. No: se fue contra ella. Allí, en 2021, se sembró la desconfianza. Emitió tuits donde decía que iba a estar atento por si el Gobierno de la Ciudad de México y la Fiscalía capitalina usaban la investigación del accidente en su perjuicio político. Luego vinieron esos libros que zanjaron la posibilidad de dialogar.
Desde entonces, como lo hizo en la conferencia, se centró directamente en Claudia Sheinbaum. Fue una decisión personal con base a sus propias lecturas. Dijo, desde entonces, que era una batalla entre dos individuos y puso la foto de la Jefa de Gobierno y sacó los dardos. Así que no es casualidad cuando dice, la semana pasada, “y también a Claudia se lo digo: qué necesidad, qué caso tiene comprometer todo aquello por lo que hemos luchado”. Tampoco es casualidad cuando afirma que es una contienda de dos, no de seis. Así lo veía desde hace meses, qué va: desde el lunes 3 de mayo de 2021, es decir, desde hace dos años y tres meses.
Para cuando The New York Times publica, en junio de 2021, un texto que habla de presiones políticas y errores de origen durante la construcción de la obra hubo un reparto de culpas entre los equipos de Sheinbaum y Ebrard; un cruce de acusaciones en el mero corazón de la 4T. El Times dijo haber encontrado “graves fallos en la construcción del Metro que parecen haber causado directamente el colapso. La tragedia ya se ha convertido en una crisis política que podría afectar a dos de las figuras más poderosas del país: Marcelo Ebrard, el Secretario de Relaciones Exteriores del Presidente, y Carlos Slim, uno de los empresarios más ricos del mundo”.
Marcelo, me dijo una fuente, se reunió con Slim para proponerle una respuesta conjunta que no se dio: el Presidente mismo se reunió con el empresario y en los hechos impulsó una solución: él se quedó con cualquier culpa política y Slim, con el costo de la reparación.
Pero ya no hubo manera de pegar lo que se había roto en la desconfianza que se generó los primeros días. Y desde entonces es, para Marcelo, una lucha entre dos. Y así lo dijo la semana pasada: “es entre Claudia y yo”, lo que también pone en entredicho que se trate de un proceso democrático donde participan seis.
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El mismo Marcelo delineó sus dos destinos el miércoles pasado: si gana la interna es Presidente. Pero si no gana, y sobre eso ha evitado pronunciarse, hay varios caminos para él, aunque no tantos.
Cuando escribí el libro Presidente en espera, en 2011, pensaba lo que pienso hoy: que Marcelo Ebrard es un político profesional, y un servidor público preparado y eficiente. En aquella biografía, la primera sobre él, veía el ascenso de un individuo que tenía varias opciones en su camino y una de ellas era ser el candidato progresista a la Presidencia en 2012. Pero si no ganaba entonces, y sobre eso evitó pronunciarse, tenía varios caminos aunque no tantos.
Ebrard creía, al momento de terminar sus seis años como Alcalde de la Ciudad de México, que Morena se tardaría en cuajar antes de ser un verdadero partido para competir por la Presidencia. En lo primero tuvo razón: hasta la fecha, Morena no cuaja plenamente; pero en lo segundo se equivocó.
Si no gana la candidatura presidencial para 2024, tendrá que decidir entre varios caminos. Uno es aceptarlo y sumarse y ayudar en la campaña que viene y luego entrarle a, por ejemplo, el Senado de la República. Otro es aceptarlo y tomarse un tiempo para razonar; un tiempo de reflexión.
El tercer camino es, sí, ser el candidato de Movimiento Ciudadano. Esto último lo veo difícil; muy cuesta arriba, la verdad. Será renunciar a todo lo que tiene ahora y aceptar que se enfrentará, directo y sin rodeos, con el Presidente de México que es, además, el mejor calificado hasta donde tenemos registro, según el promedio que hace Oraculus que incluso toma en cuenta en su ponderado a encuestadoras tan desprestigiadas como GEA-ISA.
Será volver a los brazos de Dante Delgado, un político cáele-bien-a-todos que se coloca en el centro porque no quiere decidirse por izquierda y derecha para no asumir los costos, cualquiera que éstos sean. Será toparse con estructuras ajenas, con ideas no propias. Pero será, sobre todo, enfrentarse a él mismo porque para demoler a Morena se necesita demoler primero a López Obrador, y ha sido una tarea infructuosa en la que han estado cientos o miles de periodistas, medios, académicos, intelectuales y empresarios durante años y años. A veces siento que Marcelo construye una derrota racionalizada y digna, y a veces pienso que su propio impulso; su negación a lo que dicen casi todas las encuestas, puede conducirlo a ponerse el pie a sí mismo en un arrebato. Nadie dude de la inteligencia de Marcelo. Nadie dude que una de sus virtudes es la prospectiva.
Marcelo se inscribió a Morena el 30 de julio de 2022. Si gana la interna, será el segundo Presidente de esa fuerza construida en tiempo récord. Si la pierde y lo acepta seguirá siendo Presidente en espera. Pero si se va de Morena en septiembre de 2023 para competir por otro lado habrá durado menos de un año y dos meses en el partido que fundó López Obrador. Y nada nos dice que ganará si se va por otro lado. Nada dice que no seguirá siendo, como hasta hoy, un Presidente en espera.
Lo siguiente que leeré es apenas unos párrafos del libro que escribí en 2011. Hay muchas cosas en Marcelo que evolucionaron, pero otras que se atoran en un bucle. Es el bucle cruel de la política. Un bucle que es un eterno retorno: eres lo que fuiste, somos lo que seremos. El bucle que tiene atrapado a ese Presidente en espera desde tiempo atrás.
“Marcelo Ebrard –escribí en 2011– es un hombre, dirían los mexicanos, seco. Si ríe, a esa risa le antecede una frase irónica de él mismo. Tampoco acostumbra, en privado, ver a los ojos de la gente. Clava la vista en el techo o en su escritorio, y contesta. O pide, u ordena, según sea el caso. Carga un lápiz, o una pluma, y hace apuntes a mano. Esconde o pone a la vista, dependiendo de la visita, la cajetilla de Marlboro que se promete abandonar.
“–Ya no fumo –dijo en la primera entrevista para este libro. Y en un descuido, en otro encuentro, la cajetilla reapareció.
“Qué verano. Después de las sumas y las restas, podría decirse que Ebrard ha ganado: este individuo puede ser el próximo Presidente de México; se ha preparado para ello. Si no en 2012, en 2018, ¿por qué no? En el camino ha dejado muchas cosas, incluyendo un segundo matrimonio. Ebrard se divorcia y es, dice, por falta de tiempo para atender su vida personal.
“A veces pareciera, por declaraciones aquí y allá, que es simplemente una separación; que volverá a su ex mujer, la de su segundo matrimonio: la artista Mariagna Pratts. Pareciera que sólo espera a que esto se normalice; que su vida no sea ésta que lleva ahora, del tingo al tango. Cuando pase 2011, y luego 2012 y sepa, por fin, cuál será su destino, vendrá 2013, año de enormes decisiones.
“Quizás entonces estará en el exilio voluntario. Quizás esté dando la pelea desde otra trinchera. O quizás deba administrar un país”.
Hasta aquí, eso que escribí en 2011.
Como digo: Marcelo está en un bucle que es un eterno retorno: eres lo que fuiste, somos lo que seremos. El bucle que tiene atrapado a ese Presidente en espera desde tiempo atrás.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx