¿A alguien le importa que Castañeda diga que él no sugiere que su candidata Xóchitl Gálvez lance baldes de aguas negras, aunque al mismo tiempo sugiere que lo haga, de preferencia a partir de ya?
Por Alejandro Páez Varela
¿Haría alguna diferencia que Jorge Castañeda reconociera que participa en la guerra sucia contra Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador? Hace unos días el excanciller pareció matizar sus aportaciones a Xóchitl Gálvez cuando (primero) le sugirió que lanzara una cubeta llena de aguas negras a la candidata de izquierda y al Presidente, y luego dijo algo como: “Pero yo no le estoy sugiriendo a mi candidata que les lance una cubeta llena de aguas negras; yo qué”.
(Yo qué, dijo. Ha trabajado para el PAN, para el PRI y para el muñón que todavía respira como partido y que usa el amarillo del PRD. Pero dice que él qué).
Por eso pregunto si haría diferencia que Castañeda aceptara que participa en el cuarto de guerra de la derecha y que es de los que opinan, como Carlos Alazraki y otros, que se vale ensuciar la política mexicana con aguas negras si con eso se gana una elección. Para mí, al menos, no haría diferencia si lo acepta. Quizás para él, no sé, sería una alivio tal arrebato de honestidad, ustedes saben, por aquello del dormir bien a sabiendas de que se ha terminado con la simulación. Para mí, creo, se perdió la sutileza del “yo qué” hace mucho tiempo. Basta leer sus últimos artículos. Claro que es de los que apoyan una guerra sucia y lo que le sigue con tal de detener al lopezobradorismo. Lo ha escrito, lo ha dicho. ¿Hace alguna diferencia que lo reconozca? Yo digo que no.
Durante décadas, una buena parte de los intelectuales y académicos del país (sobre todos los de la élite) lograron hacerse pasar por “liberales” de “centro izquierda”, “preocupados por las libertades civiles” y “facilitadores –digámoslo así– del tránsito de México hacia la normalidad democrática”. Pero la irrupción de López Obrador, alguien que les ha reclamado por años ser parte de un régimen simulador, los colocó dentro del espectro político de las derechas y los hizo ver como un grupo de presión bien organizado y bien remunerado por sus servicios. Por eso digo que, a estas alturas, que alguien de las élites reconozca que es de la escuela calderonista del “haiga sido como haiga sido” no es una revelación.
A estas alturas no deberían sentirse agraviados los intelectuales y académicos (y políticos disfrazados de todo lo anterior) cuando son tachados “de derecha”, en ocasión de lo que sea. No debería ofender a Héctor Aguilar Camín, a Enrique Krauze, Jorge Castañeda o a Roger Bartra –entre muchos, muchos– que se les ubique con el conservadurismo. Por el contrario: pienso que cada vez que lo rechazan, hacen ver indigno a ese sector de la sociedad que tanto les ha aportado, y a ellos los muestra como ingratos.
Existe suficiente información sobre su papel como operadores de los poderes de facto; han firmado por décadas los desplegados suficientes para saber de qué lado juegan. Hoy asesoran a Xóchitl Gálvez como antes asesoraron a Ricardo Anaya y a José Antonio Meade (para no errarle); a Felipe Calderón y a Enrique Peña Nieto; a Carlos Salinas, a Ernesto Zedillo y a Vicente Fox, todos ellos representantes de distintas versiones de derecha y a cuan más, al servicio de la oligarquía que controla la vida de los ciudadanos: desde las reservas de agua dulce hasta las minas; casi todos los ferrocarriles y los bancos; muchas carreteras de pago y buena parte del sector energético; el Poder Judicial y los grandes almacenes; y controlaban la hacienda pública y decidían, también, si pagaban impuestos o no.
Es curioso que alguien de izquierda, en México, no tiene vergüenza declararse de izquierda. Es más: alguien que haya militado en la izquierda extrema, salvo Jesús Zambrano y un puñado por allí, no sienten pena de decir de qué lado de la historia hicieron su apuesta. ¿Por qué le cuesta tanto a los de derecha reconocerse como tal? Y nadie habla de la extrema derecha. Nadie le pide a Castañeda o a Krauze que griten: “¡Viva Cristo Rey!”
La derecha más exitosa en México no es Lilly Téllez y Eduardo Verástegui; no tiene necesidad de ponerse disfraces burdos, ridículos. La derecha en la que militan los Castañeda y los demás es más inteligente que lo que representa Xóchitl Gálvez. Por eso ha gobernado México de manera casi ininterrumpida durante un siglo, haciéndose pasar por liberal, ejerciendo todo el poder para beneficio de un puñado y en contra de los intereses de las mayorías.
Los intelectuales mexicanos no solo se han beneficiado de sus vínculos con el PRIAN sino que se han comprometido con los más radicales de la derecha. Se sabe. ¿Por qué no se aceptan a sí mismos? ¿Qué más radical se debe ser para apoyar a un individuo como Felipe Calderón, el típico macho fascista que da manotazos en la mesa y declara una guerra y justifica los miles y miles de muertos como víctimas colaterales? ¿O qué más a la derecha se debe estar para aplaudir a un Enrique Peña Nieto o trabajar para un Vicente Fox, a su vez empleadillo de las élites económicas, dispuesto a cambiar la Constitución para que sus patrones se sirvan y para comer de lo que se cae debajo de la mesa?
A esa derecha, tan inteligente como perversa, le gustan mucho sus intelectuales y académicos: los apapachan y los traen de una cena de gala, a un brunch de manteles largos. ¿Por qué la rechazan? A esa derecha refinada le gustan los que se disfrazan de liberales porque hacen todavía más perversa la cooptación: imaginen cómo disfrutan un Claudio X. González, un Juan Sandoval Íñiguez o un Calderón que los perredistas coman de su mano –así sea ese puñado de mediocres y ambiciosos– si el PRD estuvo a punto de cambiarles la jugada en 1988. Imaginen cómo disfrutaba Carlos Salinas que los exguerrilleros le besaran la mano.
¿A alguien le importa que Castañeda diga que él no sugiere que su candidata Xóchitl Gálvez lance baldes de aguas negras, aunque al mismo tiempo sugiere que lo haga, de preferencia a partir de ya? ¿A alguien le importa saber, a estas alturas, que Krauze hace negocios con el ultraderechista Ricardo Salinas Pliego o que cualquiera de ellos preferiría una reencarnación de Felipe Calderón en la Presidencia antes que permitir que llegue una mujer de izquierda?
¿Por qué les da tanta vergüenza aceptarse como son? Digo, porque engañan a un puñado, ni el esfuerzo lo vale. ¿Por qué les da pena reconocer que desde hacer décadas trabajan para la derecha y la derecha los considera una parte sustancial de ella?
***
Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx