Tres testimonios sobre los “vuelos de la muerte”, que usaba el ejército para desaparecer a quienes eran considerados enemigos del régimen, se suman al recién hallado documento con una lista de 183 posibles víctimas de esta práctica; forman parte del archivo del comité fundado por Rosario Ibarra de Piedra y pueden consultarse en el Camena. La lista encontrada fue incluida en el informe final del Mecanismo para el Esclarecimiento Histórico
Por Marcela Turati para A dónde van los desaparecidos
Estos señores, torturadores y asesinos, tienen como cementerio particular los lugares despoblados y el mar; y para adentrarse a este último, usan helicópteros y un avión panzón como sapo de color gris, el que se ha visto llegar al Campo Militar Pie de la Cuesta, Mpio. de Acapulco, Gro., desde 1972, en el cual suben a los presos amarrados y vendados, saliendo inmediatamente después con rumbo al mar y a la media hora regresa, bajan una lona cubierta de sangre y al instante los militares la comienzan a lavar, éstas ‘hazañas’ son efectuadas hasta el momento por las noches, a las 11:00 P.M. y a las dos de la mañana, por lo regular usan los días jueves y viernes.
Esta declaración, fechada el 13 de mayo de 1980, figura en una carta hallada en los archivos del Comité ¡Eureka! Es la denuncia de un estudiante guerrerense de bachillerato recién escapado de una cárcel clandestina de Acapulco, que describió su captura, dio señas para la ubicación de la vivienda donde estuvo preso por su militancia política y relató las torturas que sufrió junto con otros detenidos.
Ese testimonio y otra carta dirigida en 2003 a la fundadora del comité, Rosario Ibarra de Piedra, en la que un soldado asegura haber arrojado desde helicópteros a personas heridas al mar, así como el documento —publicado hace dos semanas por este medio— que un presunto militar desertor le entregó en 2004 con una lista de 183 personas que habrían sido desaparecidas en los “vuelos de la muerte”, forman parte del Archivo Eureka que el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América (Camena), de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), ordenó, sistematizó y digitalizó, y desde hace dos años está disponible para consulta pública.
Esta reportera, tras conocer y solicitar los documentos, pudo localizar y contactar a dos de los tres remitentes para conocer más sobre sus denuncias; consultó sobre dichos hallazgos a cuatro personas que formaron parte del Comité ¡Eureka! —como se conoce al Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México que desde 1977 ha luchado ferozmente por la presentación con vida de las personas detenidas-desaparecidas durante la contrainsurgencia—; y entrevistó a las archivistas del Camena sobre la historia de este importante repositorio casi desconocido.
El bachiller recién fugado, además de declarar haber sufrido toques eléctricos; sumersión constante en agua electrizada; introducción de tehuacán, agua Taxco y agua natural a presión en la nariz; sonido ensordecedor para el desquiciamiento de la mente; simulacro de violación; introducción de parafina caliente en los oídos; golpes constantes con pies y puños y con cables de luz en los testículos; [y] aplicación de drogas, se acercó a Eureka para solicitarle que buscara al obrero Rogelio Díaz Betancourt, quien lo acompañaba y fue también detenido.
El comité reclamó la aparición del obrero con vida hasta que un funcionario de la Procuraduría General de la República, en una carta con el sello de “CONFIDENCIAL” enviada al domicilio particular en Monterrey de Ibarra de Piedra, que forma parte del Archivo Eureka, le informó que había regresado a su hogar.
Cuando esta reportera contactó al entonces estudiante, Ciro Jaimes, hoy un abogado de 67 años que perteneció a las Fuerzas Armadas de Liberación —aunque pensó que se había metido al Partido de los Pobres—, se dijo sorprendido.
Jaimes aseguró que aún siente temor al contar esa parte de su historia sobre los aviones que usaba el Ejército para echar gente al mar. No recordaba que lo que sabía de los “vuelos de la muerte” hubiera quedado por escrito y se conservara en un archivo.
Apenas en 2023 publicó un libro titulado Compartiendo una experiencia de vida, de lucha social y de sobrevivencia personal en la desaparición forzada.
—¿Cómo supo de los vuelos que denunció en 1980?—, se le preguntó vía telefónica.
Jaimes mencionó a su padre ya fallecido que, junto con unos pescadores, iba de madrugada a recolectar huevos de tortuga cuando aún no estaba prohibido en la costa y la laguna de Pie de la Cuesta, en el municipio de Acapulco, donde está ubicada la base aérea militar número 7; actualmente, en la base tienen un criadero de tortugas.
“No sé por dónde andes tú, hay que tener mucho cuidado por las cosas que pasan. Si te agarran asegúrate que no sea vivo”, le advirtió un día su papá, quien sospechaba de su militancia clandestina, y para prevenirlo le contó lo que él vio y que sabían los pescadores: “Que había un avión panzón, y entiendo que era un hidroavión porque aterrizaba sobre el mar, que ellos veían que le subían gente en fila, que se veían como campesinos. ¿Qué tanta? Diez-quince personas, con las manos hacia atrás, que los llevaban como bultos y los hacían subir arriba de ese avión. Como a los 30-40 minutos el avión regresaba, yo supongo que había luz o un foco, y le sacaban una lona y con cepillos empezaban a rastrillarla, a lavarla. Regresaban ya sin la gente. Eso es lo que ellos veían, en el entorno era conocido lo que se estaba haciendo”.
Él fue detenido en tiempos del gobernador Rubén Figueroa, cuando había una fuerte persecución contra campesinos y estudiantes. Los tres meses que pasó en 1979 en un centro de tortura en manos de la Policía Judicial de Guerrero —que durante el periodo de la llamada “guerra sucia” era un brazo del ejército en la estrategia contrainsurgente— escuchaba en clave que iban a transportar detenidos. Pero él ya sabía a dónde, dice.
Un militar le contó que a los detenidos que subían al avión en esa época “los llevaban amarrados con bloques de cemento a un pie, que les daban tres puñaladas y al que seguía otras tres, y que [los] arrojaban en una fosa marina muy profunda, decían de 3,000 metros de profundidad, desde el hidroavión especial que podía planear o aterrizar en el mar”, detalló sobre la información que dio a conocer en 1980 al comité. El hombre no recordaba la carta con la declaración que escribió hace 44 años. Incluso, cuando pudo, se mudó de Guerrero.
“Información valiosa”
Otro documento que menciona esta práctica de desaparición forzada es una carta que un ex presidente municipal de San Francisco del Rincón, Guanajuato, que se identifica con su nombre completo, envió el 6 de octubre de 2003 a Ibarra de Piedra tras verla en la televisión.
Le ofrecía contactarla con un exmilitar que había participado en Guerrero en los “vuelos de la muerte”; sus víctimas eran integrantes de la guerrilla de Lucio Cabañas, el fundador del Partido de los Pobres.
El autor de la carta reproducía el relato que el exmilitar le confesó: Una vez tuve que sustituir a un cabo en un grupo de “picados” porque yo nunca pasé de soldado y lo que hacíamos era subirnos a un helicóptero con siete de los guerrilleros de Lucio Cabañas o de alguno de los otros maestros líderes que traían grupos de guerrillas, […] los subíamos amarrados y en el piso del helicóptero los picábamos con la bayoneta cuando ya estábamos arriba del mar y los aventábamos para que se los comieran los tiburones. Nos decían que la picada era para que les saliera la sangre y los tiburones la olieran, […] hice el trabajo, no una sino varias veces. Nos decían que siete era la cantidad que el helicóptero podía cargar junto con el piloto y nosotros dos.
Contactado por esta reportera, el remitente —quien es empresario y escritor— dijo que el exmilitar se llamaba Eleno; fue su chofer casi dos años, pero ya dejó de verlo.
”¿No te acuerdas cómo se apellidaba Eleno o de dónde era?”, le preguntó a su esposa cuando recibió la llamada telefónica de esta reportera. Ella respondió que no, que parecía estar todo el tiempo en fuga. Pero les contó, recordaron, que en el Mar de Cortés había tirado a unas estudiantes de Sonora.
Conozco bien a este ex soldado de las tropas del Estado de Guerrero, sé donde vive y tal vez podría ponerlo en comunicación con Ud. En otro tiempo dudé en hacer pública esta información o enviársela, […] ahora el panorama se ve más claro, tal vez le pueda ser útil este conmovedor testimonio si conseguimos de manera inteligente y discreta que el testigo esté dispuesto a cooperar, afirmaba en la carta.
La misiva fue recibida en el correo electrónico eureka@eureka.org.mx; alguien que firmó como Pepe se la envió a la activista encargada de hacer la base de datos de las víctimas de desaparición forzada, quien la remitió a un cofundador del comité. Dos de las personas copiadas en esos correos al ser consultadas dijeron que no recordaban haberla recibido.
La información que anexo es en extremo delicada, indicaba el remitente. Confiando en que será entregada directamente a ella [Ibarra de Piedra] la envió. La única finalidad es ayudar a la causa de Doña Rosario y demás madres valerosas de esa organización. Me hago directamente responsable del contenido de este correo.
El mensaje se titulaba“Información valiosa”. Nadie le contestó.
Estos documentos se suman a la lista de 183 personas detenidas entre 1972 y 1974 que estaba en el Archivo Eureka desde 2004, entregada por un supuesto desertor del ejército a Ibarra de Piedra. Contiene los nombres de personas que —aseguraba— habrían sido arrojadas al mar desde aviones que despegaron de la base de Pie de la Cuesta, por órdenes del capitán Francisco Barquín Alonso, uno de los orquestadores de los “vuelos de la muerte”.
Como le comente en días pasados, estube en el 74 comisionado en Pie de la Cuesta comisionado a las ordenes del entonces capitan Javier Barqin Alonso y en ese entonces me percate de la forma en que desaparecen los cuerpos de los guerrilleros que asesinaban y que eran metidos en el avion Aravat 2003 para arrojarlos en el mar. Por diferencias con dicho capitan tube que desertar en el 76ya que me amenazó de muerte si yo desia lo que habia visto, escribió el informante en la carta de cinco hojas escritas a máquina.
El presunto desertor se identifica como Benjamin Apresa, lo que podría ser un seudónimo porque su nombre no figura en el registro de 1974 del 2o. Batallón de Policía Militar, al que pertenecía el capitán Barquín.
En la misiva, fechada el 26 de mayo de 2004, se enlistan 24 “viajes” y un “viaje especial” ocurridos en 1974, durante los que se habrían arrojado al océano Pacífico, en grupos de hasta ocho personas, a las 183 víctimas —nueve mujeres— que son identificadas con sus nombres.
La información comenzó a ser entregada a líderes de colectivos y familiares de víctimas desde julio. Tanto defensores de derechos humanos como historiadores expertos en el periodo de la contrainsurgencia señalaron que la carta era un hallazgo importante que aporta información sobre uno de los destinos de 183 personas, detenidas y en poder del ejército, que siguen desaparecidas, aunque pidieron cautela para saber si la lista se refería a traslados entre bases militares o realmente a “vuelos de la muerte”, en los que se desaparecía, arrojándolos al mar, a disidentes políticos e integrantes de grupos guerrilleros o personas sospechosas de serlo.
“Decían que los pescados se iban a dar un banquete”
En el archivo de 5,057 documentos que Ibarra de Piedra permitió que se digitalizara y consultara en el Camena, como dejó firmado en un convenio, se encuentra también una carta escrita a mano en 1982. Es el testimonio de un hombre de 58 años originario de El Porvenir, municipio de Atoyac de Álvarez, quien se identificó como Maximiliano Nava Martínez y relató que con tres de sus hijos y dos jóvenes fue detenido por el ejército el 20 de agosto de 1974.
En la escuela de San Vicente de Benítez los mantuvieron vendados, amarrados de pies y manos, y fueron torturados para que dijeran dónde estaba “el Maestro”, pues en ese momento había un cerco militar y judicial para capturar a Cabañas.
Cinco días después llevaron a la escuela al luchador social Rosendo Radilla Pacheco, detenido por componer un corrido sobre la lucha social del líder del Partido de los Pobres.
En su testimonio menciona: Al día siguiente fuimos trasladados en helicóptero al cuartel de Atoyac, en el camino nos preguntaron que dónde nos gustaba para tirarnos. […] Cuando sacaban a alguien nos decían a todos que los pescados se iban a dar un banquete. A los dos días lo sacaron al señor Radilla junto con Pablo Loza Patiño, Austreberto García Pintor y otros que no conocí (7 en total), en una camioneta pic-up roja, diciendo que dentro de poco vendrían por los que quedábamos allí, mientras se acababan “estos cadáveres”. Desde entonces no los volví a ver.
Relató que él y su familia fueron liberados, pero que el ejército se llevó a sus hijos Macario y Esteban Nava Hipólito, en noviembre y diciembre de 1974, los cuales siguen desaparecidos.
Según la lista de supuestos “vuelos de la muerte” que el presunto desertor del ejército entregó en 2004 a Ibarra de Piedra, en el “1/er. viaje” iba un hombre llamado Pablo Loza Patiño, en el “2/o.” Austreberto García Pintor, y en el “3/o.” Rosendo Radilla Pacheco, los tres aprehendidos por personal de la 27/a zona militar de Guerrero, uno en El Porvenir, otro en Cacalutla y otro en Alcochola. En esas naves habrían viajado 21 detenidos, todos de Guerrero. Veinte fueron capturados ese mismo agosto del 74.
Por la desaparición forzada de Radilla, la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció al Estado mexicano. El mandato es encontrarlo.
La lista que este medio publicó fue compartida desde finales de julio al Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (MEH), que la incluyó en su informe final, presentado la semana pasada; también fue compartida a organizaciones de derechos humanos y colectivos de familiares de víctimas antes de su divulgación.
Esta revelación abrió una discusión pública sobre la procedencia de la información que, por 20 años, no había sido dada a conocer.
Tras la publicación del reportaje se supo que la lista forma parte de un segundo informe del MEH coordinado por la comisionada Eugenia Allier, quien aún no presenta al público sus hallazgos. Esta información fue proporcionada por la investigadora Soledad Lastra, quien revisó las distintas colecciones del Camena.
Un archivo “perseguido”
En 2016, el rector de la UACM, Enrique Dussel, firmó un convenio con Ibarra de Piedra para que el Camena —dirigido por la exiliada chilena Beatriz Torres, a cargo de ese acervo de documentos sobre la guerra fría en Latinoamérica— organizara, sistematizara y digitalizara los documentos en poder del Comité ¡Eureka!
La archivista Bettina Gómez Oliver, quien militó de 2011 al 2015 en el colectivo de H.I.J.O.S. México —organización formada por descendientes de personas sobrevivientes de prisión política y víctimas de desaparición forzada, exilio o ejecuciones extrajudiciales— veía ese archivo amontonado en cajas de cartón en un espacio “oscuro, muy húmedo” de la casona otorgada en comodato a Eureka por el gobierno de la Ciudad de México, que desde 2012 es la sede del Museo Casa de la Memoria Indómita (Mucmi), un museo independiente dedicado a mostrar la lucha política de Ibarra de Piedra y sus compañeros contra la desaparición forzada, y por la búsqueda de sus familiares.
“Lo veía por la ventana y decía: ‘Ay, dios mío’. […] Estaba apilado, todas las cajas unas sobre otras, sobre el piso, y habían empezado a sacar el material de las cajas y a ponerlo en estas micas, dentro de carpetas de argollas —sin ningún tipo de organización—, que sirven normalmente para archivos administrativos. Tenían una etiqueta circular de diferentes colores con un número, que supongo que era el orden que le estaban dando, y que cuando las empezamos a trabajar no tenían sentido esos colores y esos números”, dijo en entrevista.
Esas cajas, que años antes estuvieron dispersas en las distintas casas de Ibarra de Piedra, en el Distrito Federal o en Monterrey; en las mesas de su casa en pilas de papeles, e incluso un tiempo en una alacena, y después fueron albergadas en la antigua casona del Centro Histórico de la Ciudad de México, comenzaron a llegar al Camena a finales de 2016.
Además de las limitaciones impuestas por la pandemia, hubo que salvar resistencias para que las más de 120 cajas de documentos que albergaba el Mucmi —dirigido por Jorge Humberto Gálvez Girón, yerno de Ibarra de Piedra— pudieran trasladarse a la UACM del plantel del Valle.
Gómez Oliver, quien es responsable de los acervos históricos del Camena, contó que cuando lo recibieron ya había pasado un proceso de ordenamiento en el que participaron simpatizantes y familiares de víctimas que se fueron relevando a lo largo del tiempo, y que tenían distintos métodos de clasificación. La iniciativa de guardar en micas cada documento pudo dañarlos: dentro del plástico se generan microclimas que incuban hongos; las etiquetas de colores que les pegaron encima, con el tiempo, entintan los papeles.
“Encontramos muchos documentos echados a perder por la humedad. Ya no había mucho que hacer por ellos, […] se aislaron para no contaminar el resto de los archivos”, dijo.
“La historia del archivo también justifica que fuera un desastre, un desorden, porque es un archivo perseguido. Muchas veces tuvo que moverse de lugar, sacar las cajas, aventarlas a una camioneta y llevártelo a otro lado, cuando el archivo estaba siendo compilado por Las Doñas [como se conocía a las mujeres que formaban parte del Comité Eureka]. Entonces se iba a Monterrey [a la casa de Ibarra de Piedra], se regresaba, se mudaba”.
Al abrirlo, en el Camena encontraron mucha correspondencia, pósters, volantes, escritos, recortes de periódicos, bases de datos, fichas con registros de personas que estaban desaparecidas después de que agentes del gobierno se las habían llevado, y fotografías de eventos de Las Doñas y de doña Rosario con diferentes personas.
Además de las complicaciones que hubo para lograr el acceso completo, tanto Gómez Oliver como su colega, la etnohistoriadora y archivista Cristina Jiménez, recordaron que fue difícil trabajar el archivo por su doloroso contenido y por la sensación de impotencia ante tanta impunidad.
“Al principio sí, hubo mucho llanto, sí, mucho. Sobre todo por los testimonios de las chicas que habían estado en alguna casa clandestina y contaban lo que habían visto, las torturas, y los casos de las chicas embarazadas. Todo ese tipo de información, porque una cosa es medio escuchar y otra estar ocho horas al día leyéndolo”, dijo Jiménez.
“El trabajo en este archivo no es fácil para la cuestión anímica”, agregó Gómez Oliver.
“Son cosas que sabías, que te enojan, que te pegan durísimo al ánimo, que horrorizan. O sea, leer sobre torturas, sobre la propia desaparición forzada, que sabes que hay tortura involucrada y demás, es muy fuerte para cualquiera. Cristina se me rompió alguna vez y le dije: ‘Déjalo un rato’”.
El acervo está clasificado en dos: el fondo “R” es el archivo personal de Ibarra de Piedra, consta de 1,561 expedientes y versa sobre su actividad pública y política.
Beatriz Torres, la directora del Camena, reconoció que hubo un momento en que la familia Piedra Ibarra quiso retirarlo. “Es entendible”, dijo, ya que contiene documentos personales. No solo sobre la madre y la activista, que fue diputada, senadora, columnista de El Universal, impulsó la fundación del Frente Nacional contra la Represión —que, a partir de la lucha de las madres de Eureka, aglutinó a más de 50 organizaciones contra el autoritarismo y la violencia de Estado en 1979—, y fue la primera mujer candidata a la presidencia de la República.
Bajo las siglas “CE” está organizado lo que corresponde al Comité ¡Eureka!, con 3,496 expedientes.
Las archivistas señalaron que al menos un 25 por ciento de las personas registradas como desaparecidas forzadamente, por la falta de información que se tenía en esa época y posiblemente la precariedad o el miedo de sus familiares, ocupa solo una hoja; sus únicos datos son esos formatos escritos a mano con los nombres de cada víctima.
La lista que armaron en esa época mal llamada “guerra sucia” (desde 1969 a 1990) llegó a 557 nombres. A los que se suman 148 que fueron rescatados vivos, muchas veces gracias a la presión de las familias organizadas en Eureka.
Doña Rosario coleccionaba toda la información que obtenía o se publicaba de su hijo Jesús Piedra Ibarra, detenido-desaparecido en 1975, pues ocupa alrededor de siete tomos.
El archivo del Camena no solo tiene esas referencias sobre los “vuelos de la muerte”. Otra de las copias que las responsables entregaron a esta reportera es una referencia a escritos del general José Francisco Gallardo —encarcelado entre 1993 y 2002 por haber propuesto la creación de un ombudsman militar—, en la que menciona que en 1971 recibió a una veintena de civiles encapuchados y atados que estaban en la Comandancia de la Zona Militar. Que después supe que fueron ejecutados tirados desde un avión militar a un lago, en el grupo se encontraba una persona allegada al entrante Presidente de la República Luis Echeverría, lo que provocó una investigación, el relevo del Comandante del Regimiento y la consignación de los responsables (todos militares); por supuesto que, al igual que a los que victimaron, fueron torturados y mantenidos incomunicados por más de seis meses en los sótanos de la policía judicial militar y en las negras (celdas de castigo) de esta prisión militar, pero más tarde por su “lealtad” y silencio se les otorgó absolución.
“Sentíamos miedo”
Sara Hernández, esposa de Rafael Ramírez Duarte, desaparecido en 1977, quien fue muy cercana a Ibarra de Piedra y una de las cofundadoras del Comité ¡Eureka!, recordó que a casa de doña Rosario todo el tiempo llegaba gente que quería declarar o que traía denuncias que enviaban presos políticos; pocas veces llegaban por correo postal.
Las Doñas de Eureka, como se les conocía, tomaban los testimonios en un formato creado por el comité, que compilaba también los datos básicos de cada declarante y de la persona que había sido detenida y desaparecida.
Otros documentos valiosos que conservaban, dijo, son los del Frente Nacional contra la Represión, que crearon con todas las agrupaciones y personas solidarias después de la huelga de hambre en la Catedral de la Ciudad de México en 1978 para reclamar la presentación con vida de los desaparecidos, y que incluyen también la historia de leyes que después se aprobaron, como la Ley de Amnistía o la Ley de Organizaciones Político-Electorales.
Hernández explicó que Ibarra de Piedra era desconfiada con la información que le entregaban, y que cuando algo le inquietaba lo consultaba con sus contactos de alto nivel. Tenían razón para la desconfianza: en sus primeros años sentían miedo. Recordó que un ex preso político que acababa de sobrevivir a torturas y estuvo a punto de ser desaparecido —“se llamaba Domingo Estrada”—, después de mucho meditarlo se animó a contactar a doña Rosario y le dio su testimonio, y “jodidamente, diez días después lo mataron”. Fue en 1980. El cuerpo de Estrada no apareció, con él secuestraron a dos niños hijos suyos.
En las casas de la luchadora social, en la calle Medellín de la colonia Roma, o en la de Culiacán en la Condesa, las víctimas siempre encontraban puertas abiertas, apapachos, el respaldo para brindar sus testimonios o para levantar denuncias ante ministerios públicos. Cuando las familias eran muy pobres les daban apoyo económico.
Hernández tiene su propio archivo con recuerdos de aquella lucha que dieron y siguen dando por encontrar a sus familiares desaparecidos. Las paredes de la sala están adornadas con fotografías de Rafael y de la familia que construyeron en común, imágenes de momentos históricos y afiches de esos años. Tiene una mesa con álbumes de documentos.
Para el historiador Camilo Vicente, autor de Tiempo Suspendido: una historia de la desaparición forzada en México 1940-1980, quien coordina las investigaciones de la Comisión para el Acceso a la Verdad sobre la Guerra Sucia, uno de los aprendizajes de los nuevos hallazgos, que se suman a lo que ya se conocía sobre la existencia de los “vuelos de la muerte”, es que para la reconstrucción de la memoria se requiere buscar no solo en los archivos oficiales, los llamados archivos de la represión, sino en otros como el de Eureka, perseguidos, creados con amor y —a pesar del miedo— alimentados por años.
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