El destino de Piña y de su séquito está echado. No hay manera de que evadan su encuentro con la historia. Las élites que tanto la adulan y adulan a las y los ministros que la acompañan no podrán mantener sus privilegios. Los van a perder, como sea
Por Alejandro Páez Varela
–A la memoria de Ifigenia Martínez, mujer digna y de izquierda
Les urge que Claudia Sheinbaum le dé un golpe a la Suprema Corte, así sea con la Ley en la mano, para llamarla autoritaria. Se desviven por encontrar el dato que pruebe que es un títere de Andrés Manuel López Obrador porque de esa manera le aboyan el honor de ser la primera mujer Jefa del Estado mexicano y Comandanta Suprema de las Fuerzas Armadas. Desean detener la Reforma Judicial pero si no pueden harán todo lo que sea para que fracase. Intentan, de hecho, que México fracase: que el peso se devalúe, que se caiga la economía, que la violencia continúe, que el Tren Maya choque y que al Interoceánico le caiga un terremoto o un huracán atípico porque odiaban al Presidente y porque odian a la Presidenta y quieren venganza por los años que han quedado lejos del presupuesto y los privilegios.
El odio irracional que los mueve es el que condujo a los líderes de la oposición a bloquear cualquier iniciativa de López Obrador en el Congreso, aunque implicara privar de ayudas a los de abajo. Y por ese odio unieron al PAN, al PRI y al PRD en una sola fuerza electoral sin haberles construido una justificación y sin un plan para ganar elecciones. Y sin proyecto de Nación, sin demostrar siquiera para qué querían regresar al poder, fueron perdiendo posiciones hasta ser reducidos a una fuerza marginal, cada vez más oscura y más llena de amargura.
Las élites que movieron los hilos del país durante décadas; que justificaron el fraude de 1988 y luego el de 2006; que aprobaron la entrega de los bienes nacionales a unas cuantas familias que se volvieron estúpidamente ricas; las que pintaron flores al neoliberalismo al tiempo que la pobreza y la desigualdad aumentaban; las élites mediáticas, económicas, culturales, académicas e intelectuales que impulsaron a Xóchitl Gálvez sin un plan electoral y sólo por el deseo de venganza son las mismas que ahora movilizan a Norma Piña en la Suprema Corte. La aconsejan, le marcan el ritmo.
Y Norma Piña parece no entender que esas mismas élites que la asesoran vienen de hundir a los partidos políticos que ahora son oposición; parece no saber que los que la llevan al abismo antes llevaron al PRI, al PAN y al PRD. Y aún así les sigue el paso, se deja guiar. Contra toda lógica, la Ministra parece ignorar que aún si se lograra lo imposible, que es detener la Reforma Constitucional relacionada al Poder Judicial, ella dejará la Presidencia de la Corte en dos años pero antes irá perdiendo el poder en cámara lenta, como quien pierde un brazo o una pierna:
El Ministro Luis María Aguilar Morales tenía marcada su salida este mes de diciembre de 2024; el Ministro Jorge Mario Pardo Rebolledo dejaría el cargo en febrero de 2026 si la Reforma Judicial se atorara y los ministros Alberto Pérez Dayán y Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena concluirían en 2027. Y ella, Norma Piña, tendrá que entregar la Presidencia de la Corte en diciembre de 2026.
Aún así, Norma Piña se monta en un caballo y saca una espada para enfrentar al monstruo que le dibujan las élites. Pero el caballo es de palo y la espada es de hojas secas y su futuro no es el que ella piensa. No ve para los lados. No comprende que lo mismo le hicieron a Xóchitl Gálvez o no parece importarle que muy pronto acabará su borrachera y las borracheras siempre acaban en jaqueca. No parece entender que frente a ella hay un espejo y en ese espejo se reflejan Jesús Zambrano, Marko Cortés, Alejandro Moreno Cárdenas, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y otros, decrépitos y derrotados, cada vez más oscuros y más llenos de amargura. En ese espejo está Claudio X. González, un junior que ha llevado a la oposición al abismo y la sigue empujando hacia abajo.
Norma Piña no esperó ni dos días y casi al instante le dijo a la nueva Presidenta de México que sería oposición. Se subió al caballo que todos vemos que es de palo y se sacó una espada que todos identificamos como un puñado de hojas secas. La Ministra no entiende que no entiende, no parece importarle que cada intento por hacer trampa la hunde y como es la Presidenta de la Corte y de la Judicatura arrastra en el fango del desprestigio a lo que queda de Poder Judicial.
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Desde que México es Nación independiente (y desde antes, se entiende), las élites han hecho todo para dejar a las mayorías fuera de la toma de decisión. Empezando con lo electoral. De tajo, la mitad de la población estuvo marginada del derecho al voto hasta las elecciones federales de 1955, cuando por primera vez acudieron las mujeres a las urnas. Y la historia posterior ya la conocemos: fraudes electorales, la proscripción de partidos de izquierda, la persecución, la represión y el hostigamiento con el aparato de Estado a quienes pensaran distinto o plantearan alternativas distintas al grupo en el poder.
A la cerrazón del PRI en los derechos más mínimos (como votar libremente) vinieron la tortura, la desaparición forzada y el asesinato. No se olvida. Y hablo sólo de la cerrazón política y no en el término más amplio de la democracia; hablo solamente de lo electoral, del derecho reducido y acotado de salir a votar a quienes te representan. Ni siquiera me refiero al reparto justo de los recursos nacionales y el reparto de las oportunidades para crecer y desarrollarse, que tendrían que ser parte de lo que debemos concebir como una sociedad democrática.
Lo recuerdo ahora que volteo hacia la Suprema Corte y hacia el paro-todo-pagado de los trabajadores del Poder Judicial, que concitan las simpatías de apenas un puñado.
Desde que México es Nación independiente, el Poder Judicial se considera una élite privilegiada e intocable y ha hecho todo para dejar a las mayorías fuera de la toma de decisión. Los juzgadores se eligen entre sí, se supervisan entre sí y se castigan entre ellos mismos, si es que se castigan. No generan ni han generado un peso partido por la mitad pero derrochan los presupuestos como si fueran príncipes; no imparten justicia pero, si la gente se levanta en su contra le gritan que es una injusticia.
El reciente empoderamiento de las mayorías explica por qué las élites le tienen tanto miedo y las dejan fuera de la toma de decisión. Las élites sabían que ningún mexicano, por decisión propia, iba a querer mantener a un Poder opaco y arrogante como el Judicial, por ejemplo. La politización iba a llevar necesariamente al reclamo abierto: fuera, fuera, fuera el Poder Judicial. Los jueces son arrogantes, corruptos, antidemocráticos y mañosos. Y cada vez que la Ministra Norma Piña se saca una nueva treta para intentar boicotear la Reforma Judicial (que ya es Constitución) confirma que son arrogantes, corruptos, antidemocráticos y mañosos. Y la Presidenta de la Corte le echa un puño de tierra a su propia tumba y a la tumba del Poder Judicial que conocemos cada vez que se le descubre que tiene encuentros privados con los poderes de facto que son como los juzgadores mismos: arrogantes, corruptos, antidemocráticos y mañosos.
El destino de Piña y de su séquito está echado. No hay manera de que evadan su encuentro con la historia. Las élites que tanto la adulan y adulan a las y los ministros que la acompañan no podrán mantener sus privilegios. Los van a perder, como sea. Es en un año, o es en dos. Los perderán. Pero parecen no darse cuenta.
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Piensan que pueden decir azul aunque sea rosa, o rosa aunque sea azul, e imaginan que la gente se los cree y que si no se los cree, no abrirá la boca. Dicen que vivimos una dictadura pero nadie ve tanquetas en las calles o bayonetas desfilando en el barrio; dicen que se va a acabar “el equilibrio de poderes” cuando ese poder corrupto que tanto defienden siempre sirvió a los intereses del Presidente en turno.
Acusan que se instaura una monarquía en México pero corren a España a refugiarse en los brazos de una monarquía corrupta. Dicen que los gobiernos de izquierda acabaron con la libertad de expresión y todavía no documentan un solo caso de un periodista que haya sido despedido por orden de la Presidencia. Los defensores del narcotraficante Genaro García Luna acusan que vivimos bajo la tiranía de un narcogobierno.
Y luego se preguntan por qué pierden y pierden y pierden elecciones. Y luego se preguntan por qué, en apenas una década, fueron expulsados del Congreso, del Gobierno federal y de los gobiernos locales. Y luego se preguntan por qué su voz ya no es la voz definitiva ni su influencia es la misma que tenían, por ejemplo, con Felipe Calderón o con Enrique Peña Nieto o más atrás: con Vicente Fox, con Ernesto Zedillo, con Carlos Salinas, etcétera.
Son élites que dominaron la prensa de México durante décadas; los que defendieron desde los medios el fraude de 1988 y luego el de 2006 y que usaron su voz para defender la entrega de los bienes nacionales a unas cuantas familias. Son los que nos vendieron el neoliberalismo como la fórmula contra la pobreza y la desigualdad y luego escondieron la cabeza cuando aumentaron los pobres y los ricos se hicieron más ricos, estúpidamente ricos, groseramente ricos.
Las élites mediáticas, económicas, culturales, académicas e intelectuales que impulsaron a Xóchitl Gálvez como candidata asesoran ahora a Norma Piña y cualquiera podría preguntarse si la Ministra no se da cuenta hacia dónde la llevan; si no ha leído las noticias de los últimos años, si no se ha dado cuenta que la fuerza ciudadana a la que se resiste fue capaz de romper con la derecha que nos gobernó durante un siglo y es capaz de romper con las élites que manipularon al país durante un siglo.
Norma Piña piensa, todavía, que con acuerdos de escritorio y con patadas desde el privilegio podrán continuar, ella y quienes la acompañan, en ese nido de impunidad que todavía los protege.
Les urge, a ella y a sus asesores, que Sheinbaum le dé un golpe a la Corte para llamarla autoritaria y les urge mostrar datos de que vivimos una dictadura porque odian a la Presidenta y quieren que ella pague su desventura. No entienden que no entienden y no parece importarles que cada intento de hacer chapuza los hunde más porque pelean parados en un pantano y con el fango hasta la cintura.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.