Opinión

Reforma Energética 2024




octubre 11, 2024

¿Podrá esta reforma sacar del atolladero a PEMEX y a la CFE, luego de un sexenio de quimeras, donde no campearon, precisamente, los realismos? Podría ser, pero la moneda sigue en el aire

Por Hernán Ochoa Tovar

En los últimos años, las reformas energéticas han entrañado hondos debates, entre aquellos quienes buscan acercar a nuestra nación ante la llegada del futuro y los relatos de la modernidad, y entre aquellos quienes buscan preservar el soberanismo.

Durante mucho tiempo, y a ver de que el tiempo nos llegó a alcanzar, una reforma energética de gran calado no podía ser realizada, debido a que los metarrelatos que la sostenían eran puestos bajo cuestión y escrutinio, particularmente aquel que llegaba a hacer una exégesis más profunda del rol del general Cárdenas en torno al porvenir del petróleo a nivel nacional. Sin embargo, la más reciente enmienda propuesta por la presidenta, Claudia Sheinbaum, busca conjugar ambas tradiciones, pues sin rehuir a las ideas contemporáneas, persigue detentar un rol preponderante del estado nacional, de manera semejante a como lo realizan tanto las democracias modernas, como las izquierdas más contemporáneas. Por ello, es menester cuestionarnos ¿cuál es mi opinión al respecto? A continuación, la explico a detalle:

A pesar de los debates que se puedan generar al respecto -sobre todo en lo tocante a las reglas del juego neoliberal- me parece adecuada la fórmula de 56 por ciento para el estado y un 44 por ciento privados. Aunque me remite un poco a las viejas ordenanzas presidenciales que dictaminaban la preponderancia del gobierno federal cuando se recibía inversión extranjera (bajo esa figura invirtieron Renault y Volkswagen en su momento, durante los sexenios de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, al crearse Ciudad Sahagún, en los llanos de Apan), creo que es una buena idea tratándose de un tema tan sensible como lo son los energéticos. Menciono esto porque, en naciones donde se pasó a un esquema más ambicioso -destacadamente España-, poner reglas al mercado para beneficiar al consumidor, ha sido una tarea más que titánica.

De hecho, la absorción de las denominadas corporaciones por parte de fondos buitres ha llevado a que los costes de la energía sean impagables y que el gobierno no pueda tornarse en un regulador eficaz. De ahí que me parezca que la fórmula propuesta por la Dra. Sheinbaum sea pertinente, pues, aunque permite a los privados participar -y beneficiarse de la ecuación- el rol preponderante seguirá siendo para PEMEX y la CFE, empresas que nacieron para beneficiar al pueblo de México,  y no para lucrar de manera inmisericorde. Y aunque se agradece que tengan un buen manejo -pues una empresa en números rojos la termina pagando la ciudadanía- sus miras deben estar más allá del simple lenguaje economicista y financiero, pues su génesis fue ser empresas de beneficio social.

Quizás, la idea de denominarles empresas del estado (quitándole lo de productivas) vaya en esa tesitura. Aunque, durante mucho tiempo, ésa era su misión y visión, la cruda realidad la terminó fagocitando. A pesar del gran servicio que aportan a las y los mexicanos, dichas empresas se volvieron botines y cajas chicas para sus directivos, llegando a soslayar el beneficio social. Tal vez, ese fue el bemol de tornarlas en empresas productivas del estado (como las denominó la reforma energética, adscrita al llamado Pacto por México, en 2013), pues no estaban preparadas para competir, vis a vis, con los corporativos más grandes del mundo en la materia.

Empero, la reforma del 2013 se fue al extremo opuesto: si antaño la mala administración campeó, y la ruina económica fue más una constante que una excepción; para el gobierno de Peña Nieto lo toral resultaron los beneficios económicos, aunque estos no tuvieran un impacto cabal en la sociedad mexicana. Por ello, pienso que esta reforma busca conjugar ambas tradiciones: pues, aunque no ceja en tener una empresa bien administrada -se visualiza que la intención del gobierno entrante es mantener el orden y la sistematicidad-, el mismo debe de tener un beneficio social y, para ello, el estado debe tener un rol relevante con el fin de poder generarlos y no sólo convertirse en el réferi -o en el lobista- que se encarga de atraer inversiones atractivas a México (aunque la población no fuese directamente beneficiaria de la misma).

Sin embargo, hay un planteamiento que no se visualiza del todo, más allá del rosario de buenas intenciones: ¿podrá esta reforma sacar del atolladero a PEMEX y a la CFE, luego de un sexenio de quimeras, donde no campearon, precisamente, los realismos? Podría ser, pero la moneda sigue en el aire. Aunque el espíritu de AMLO sigue un poco en la redacción de la reforma (haciendo una paráfrasis de Monterroso), habría que ver si la fórmula es funcional, o tan solo es un metarrelato para épocas idas. Al tiempo.

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