Tras el resultado de las elecciones en Estados Unidos, se extiende un panorama desalentador ante el que no debemos dejarnos contagiar… la esperanza reside en la solidaridad, en el compromiso con quienes son vulnerables, olvidados o despreciados
Por Salvador Salazar Gutiérrez
“El odio solo se combate rechazando su invitación al contagio”, nos recuerda la periodista y filósofa alemana Carolin Emcke, en su fascinante texto “Contra el Odio”. Sentimiento que suele estar asociado al repudio hacia quienes se perciben como amenaza, enemigo o simplemente por considerarlo como alguien que genera disgusto o falta de empatía. Si bien el rechazo o miedo a lo distinto o ajeno, ha existido desde los orígenes de la humanidad, en la actualidad se han apoderado de una sensibilidad colectiva que ha nutrido un imaginario de aversión al Otro en varios sectores de la población.
El miedo al migrante, al extranjero, al Otro, ha invadido los lazos afectivos y sociales, manifestándose en acciones y expresiones en las que el odio adquiere una presencia alarmante. Este miedo y odio generan divisiones profundas, construyendo lazos basados en la desconfianza e inseguridad, y marcando al “extraño” como una amenaza. Así, se levantan barreras simbólicas y comunitarias que debilitan la cohesión social. Este imaginario no solo afecta la convivencia en comunidad, sino que también influye en las políticas públicas, promoviendo legislaciones restrictivas que marginan o excluyen aún más, como ha ocurrido recientemente con la población migrante. La creación de ambientes de tensión y resentimiento, donde el “nosotros contra ellos” se convierte en la norma, limita drásticamente las posibilidades de convivencia abierta y solidaria entre comunidades.
El día de ayer 05 de noviembre, se llevaron las elecciones en los Estados Unidos. Durante semanas, e incluso meses atrás, el debate mediático se sostenía a partir de un mercado de encuestas que hablaban de una especie de empate técnico, avivándose con el paso de las semanas hasta los días previos de la contienda. El resultado, sorpresivo para muchos, fue una victoria arrasante por parte del movimiento encabezado por quien consideramos, es la expresión clara y contundente del juego perverso de la construcción del odio y el resentimiento como estrategia política electoral. El discurso racista, xenófobo, machista y hostil que caracterizó su campaña, se vio nutrido con toda una organización efectiva de grupos conservadores y antimigrantes en varias regiones de ese país, destacando movimientos como MAGA – acrónimo de Make American Great Again-, nutrido por un claro uso retórico del odio. En este sentido, no perdamos de vista lo que Caroline sostiene: “El odio no se manifiesta de pronto, sino que se cultiva. Todos los que le otorgan un carácter espontáneo o individual contribuyen involuntariamente a seguir alimentándolo”.
Vendrán momentos difíciles para gran parte de la población latina, quienes enfrentarán toda una avalancha de acciones nutridas por este discurso. Seguramente la vida en la frontera México-Estados Unidos, se seguirá viendo condicionada por medidas que dejarán ver, el brazo militarista y contencioso por parte de ambos gobiernos. La amenaza expuesta a lo largo de la campaña del nuevo gobierno del país vecino, en particular de incrementar deportaciones masivas de personas en condición migratoria no legal en aquel país, dejará a jóvenes, infantes, mujeres y hombres, a expensas de la inestabilidad que enfrentamos en nuestra frontera, sobre todo ante la presencia de fuerzas paralegales -expresadas en la figura de crimen organizado-, que se vienen aprovechando de la incertidumbre y la inoperancia institucional experimentada de años atrás principalmente en cuestión de violencias y atención a víctimas.
Ante este panorama desalentador, la invitación de Carolin Emcke cobra aún más relevancia: no dejarnos contagiar por estas expresiones de odio, miedo e intolerancia, que solo alimentan la violencia y la negación del Otro. La esperanza reside en la solidaridad, en el compromiso con quienes son vulnerables, olvidados o despreciados. Como nos comparte María Alonso Santamaría en un hermoso poema a los niños y niñas:
¿Por el color de tu piel piensas
que eres superior?
Más vale que reflexiones,
¡qué gran equivocación!
Porque iguales somos todos
con un solo corazón.
Europeos, africanos,
de la China o de Japón,
australianos, rusos, indios,
de Canadá o de Gabón.
Gais, lesbianas, altos, bajos,
morenos, rubios, castaños,
gordos, flacos, guapos, feos
amigos, primos, hermanos.
Todos juntos por la vida
caminamos de la mano.
El color de nuestra piel
lo cambia un rayo de sol.
Si el corazón resplandece
da igual la raza o color”
(www.guiainfantil.com)