Texto y fotografías: Raíchali
Urique, Chihuahua – En lo último que pensaron los rarámuri de Cerocahui cuando fundaron su cooperativa fue en el dinero. A ellos los movió la idea de trabajar para que las familias de su comunidad compraran su mandado a precio justo.
La iniciaron unos 20 socios. Cada uno puso 55 pesos, cinco de ahorro y 50 para comprar los primeros costales de harina, frijol y maíz accesible para su gente.
Tuvieron meses de ventas muy buenas, otros de pérdidas y fugas, pero no dejaron que se les cayera porque, insisten, su objetivo no es hacer negocio, ellos buscan ayudar y tener un trabajo seguro.
A 25 años de su fundación, las 12 socias que trabajan en la cooperativa se reunieron para celebrar que están juntas y que a pesar de las dificultades que han enfrentado, la tienda, al igual que ellas, sigue en pie.
Quien no lo vive no lo puede entender. Muchas personas han entrado y se han ido, otras ni se quieren acercar porque la ven difícil, o al menos así lo ve Juanita, una de las mujeres rarámuri que fundó el proyecto a principio de los 90.
«Se trata de que estemos juntos. Siempre cooperamos, hasta para hacer la comidita y eso a mí no me duele para nada, al contrario, me gusta convivir con lo poquito que tengo en la casa y eso es lo más bonito»
En ese tiempo han vivido de todo, pero sus problemas ya los cuentan como historias chuscas que las une en risas de complicidad, como la vez que Adela se les descalabró al caer de la escalera cuando estaba pintando su local.
O cuando se pusieron un susto tremendo en la carretera porque en un viaje que hicieron para llevar la mercancía de Anáhuac a Cerocahui, a casi 300 kilómetros de distancia, vieron a una de las llantas de la camioneta soltarse a medio camino.
«Íbamos en la carretera y en eso veo que la llanta iba para otro lado, y le grito ‘¡Güero, allá va tu llanta!’, la camioneta iba bien, hasta que vimos que nos arrebazó la llanta fue que se cayó»
Hoy se enfrentan a una situación más díficil: la gente joven ya no quiere asociarse porque, explicaron, se está perdiendo el sentido de comunidad y no le ven un beneficio económico.
«Hay que seguir luchando mientras se puede, cuando uno ya no puede pos ya es otra cosa, pero aquí vamos, aquí estamos; somos muy poquitas, quedamos puras mujeres, pero estamos, a veces atendemos, limpiamos, hacemos comida, pero estamos… se acabaron los hombres, pero aquí estamos»
A Juanita le da tristeza pensar en que el trabajo que han realizado se caiga por falta de socios nuevos. Todas se pregunta cómo le van a hacer cuando ellas ya no puedan atender su changarrito.
«Ojalá nos dure otros 25 años… estamos batallando para que vengan los jóvenes. No sé qué pensarán, pero dicen ah no, qué difícil. No es difícil el chiste es entender, cumplir y convivir, convivir es lo más bonito»
El trabajo solidario antes que la ganancia
La tienda ubicada en el barrio El Mastranzo nació por una iniciativa del padre Gabo y las hermanas de la eucaristía en 1994. Comenzaron con reuniones semanales de reflexión espiritual para después presentarles dos proyectos: un taller de costura o una cooperativa.
No lo pensaron dos veces. Propusieron iniciar con 55 pesos y, mientras conseguían un local, rotar la ubicación de la tienda entre las casas de los socios por lapsos de dos y seis meses.
Félix Gutiérrez, uno de los socios que por problemas de salud tuvo que mudarse este año a la capital de Chihuahua, consiguió que les donaran un terreno y en seis meses construyeron su primer local.
Don Mariano Quintana y su esposa Chayito, recuerda Félix, fueron los que más los apoyaron en el proceso y, aunque eran nuevos en el pueblo, en pocos meses de trabajar juntos se convirtieron en una familia.
«Lo poquito que le gánabamos era suficiente. Comprábamos de poco en poco, vendíamos baratón. La gente iba antes de que hubiera tiendas, tuvimos años en que la Conasupo también vendía con nosotros, pero ahora está muy decaída».
De los recuerdos más bonitos que tiene están los seis meses que tardaron en construir la tienda. Todos ayudaban a todos, alguna mujeres hacían comida, otras caminaban hasta el río para llevar la arena y el agua, mientras los hombres levantaban la estructura.
«Viera qué bonito cielo de madera le hice… Todos cooperamos, las mujeres iban por el agua y la arena al río con sus hijos. Ahora ya es un local con muy grande, tenemos una bodega, una cocina y arriba un salón para convivir»
«(Me siento) feliz de estar, ya no puedo trabajar más pero estoy aquí con ellos. La cooperativa me ayudó mucho, cuando necesitaba dinero me prestaban y siempre pagué todo, a veces tardé, pero siempre pagué porque era de todos»
En esos años Martina se quedó sola. Originalmente, su esposo era el interesado en entrar a la cooperativa pero tiempo después se fue y ella se tuvo que hacer cargo de sus dos hijos.
Aunque la cooperativa le permitió sacar adelante a su familia, Martina no duda al asegurar que lo mejor que tiene su trabajo es que apoyan mensualmente con despensas de 200 pesos a las personas mayores de edad que no tienen ingresos.
A las fundadoras no les alcanza el tiempo para contar todas las historias que han vivido juntas. De los recuerdos más entrañables que tienen es el de La Nana, una de las socias que cuidaron hasta su último día.
Como ella no tenía más familiares que a Félix, en la cooperativa le adaptaron un cuarto para cuidarla cuando enfermó. Entre todos ayudaron para que no estuviera sola y, en las noches, se turnaban para estar con ella hasta que los dejó.
«Cuando Serafina se enfermó nos turnábamos para atenderla, para cuidarla. Le pusimos una cama y teníamos un sillón para acompañarla en las noches, esa es una de las cosas más bonitas que vivimos aquí en la cope»
Dejar atrás el asistencialismo
Si en 25 años, 20 familias han comido, esa es la mayor ganancia, consideró la hermana Carmen Julia, quien llegó a Cerocahui hace cinco años.
La esencia de la cooperativa es algo que la hermana no alcanza a descubrir, al pasar de ser un medio para que la gente tenga productos a mejor precio y un trabajo seguro, a una familia.
«Nos gustaría poder identificar qué es lo que ha hecho que la cooperativa funcione para atraer a la gente sin que se fije en la ganancia. Creo que se trata del cariño, la conciencia, el modo, el respeto. No sé que es, pero es fuerte»
Para el mundo occidental, explicó el párroco Javier «Gallo» Campos, la estructura de una cooperativa parece absurdo pues lo más importante es la ganancia y no el sentido comunitario.
Cómo los comerciantes son quienes deciden el precio de sus productos sin ninguna regulación real en comunidades tan apartadas de la capital, detalló, en los 90 encontraban que un kilo de maíz se vendía a 8 pesos, cuando su costo era de tres.
Por ello, el principal objetivo de la cooperativa fue abaratar los precios para que las familias pudieran acceder a más productos, algo que los mestizos jamás entendieron.
«El problema es que los mestizos no entienden la cultura indígena. Cuando comenzamos nos decían ‘qué ganan ustedes’ y, a la vuelta de los años, vemos que las ganancias son que ellos ya cuentan con su local y que fortalecieron su sentido comunitario»
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¿Te gustaría apoyar a la cooperativa? Escribe al correo electrónico aide@piesdelatierra.org para solicitar informes de los apoyos que pueden recibir, ya sea en especie, donativos o con trabajo voluntario.