Opinión

Urzúa al bat




mayo 27, 2019

Alejandro Páez Varela*

Ciudad de México – Contra todo lo que se quiera decir, es inédita la renuncia de Josefa González-Blanco Ortiz-Mena (pongo todos los apellidos que usa por la costumbre de cierta élite de arrastrar los apellidos de sus antepasados famosos). El presidente mismo le sugirió que se fuera; ella elaboró una renuncia y se la entregó. Él la aceptó. Luego, Andrés Manuel López Obrador habló del tema, dando detalles. Sí, fue por abuso de poder. Sí, fue por retrasar un vuelo. Sí, fue un evento único en años: ¿cuántos presidentes en el mundo (y no se diga nuestros anteriores jefes de Estado) pueden presumir que un retraso de media hora, que afectó a un grupo relativamente pequeño de ciudadanos, fue suficiente para despedir a un Secretario de Estado? No le resten el mérito. Es lo que es. El abuso tuvo consecuencias. La señora no es ya parte del Gobierno federal.

Se hizo una llamada telefónica. Se retrasó un vuelo de Aeroméxico en la ruta de Ciudad de México a Mexicali hasta que ella pudiera llegar. Treinta y 8 minutos después, el avión salió a su destino. Y al día siguiente, 25 de mayo, presentó su renuncia al cargo. Ella misma tuiteó la carta. Y ella misma informó del abuso.

Ya quisiera ver a un solo secretario de Estado con Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón Hinojosa o Vicente Fox Quesada hacer lo mismo: renunciar por retrasar 38 minutos un avión. Y vaya que muchos de ellos se vieron involucrados en escándalos de abuso de poder; qué va: verdaderos escándalos de corrupción. No se fueron. El presidente en turno no les pidió la renuncia. Simplemente dejaron correr el tiempo.

González-Blanco Ortiz-Mena tenía que demostrar que sus antepasados (de los que está orgullosa: se agrega los apellidos de dos generaciones) eran eso: antepasados. Pero siempre hubo dudas. En Chiapas, de donde viene su estirpe, nunca se ha hablado bien de ella, de ellos. José Patrocinio González-Blanco Garrido es su padre; un priiista, un salinista; ex gobernador de Chiapas y secretario de gobernación con Carlos Salinas de Gortari cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional hizo su aparición en la vida nacional. Fue secretario del Trabajo, diputado federal y senador por el PRI. Y siempre, durante décadas, fue acusado por colectivos, por indígenas, por el mismo zapatismo de ser un abusón; de ser parte de todo lo que los mexicanos odiamos y queremos dejar atrás.

Ella tuvo la oportunidad de demostrar que no era como su padre, un hombre vinculado con la represión y el abuso de poder. No pudo. Le ganó la inercia e hizo o pidió que se hiciera la llamada. Había dudas si podía: no pudo. Está fuera. Aplausos por la congruencia de renunciar como se le instruyó, pero ni modo: le ganaron los guiones que acompañan su largo nombre. Aplausos al presidente, sin escatimar absolutamente nada, por dejarla fuera.

La ahora ex secretaria la hizo y la pagó. Ahora quiero que un secretario de Estado retrase un vuelo. No, no creo que se repita. Un ejemplo basta. No escatimemos: exceso cometido, y castigo recibido. Abuso de poder cobrado en efectivo y de inmediato. Esos mensajes importan.

Por otro lado, la economía. Así como estuvo bien lo de González-Blanco Ortiz-Mena, la economía cumple seis meses de mandar señales encontradas que, ya haciendo sumas y restas, no son buenas.

Cierto que está bien el peso; cierto que la inflación está casi controlada; cierto que la Bolsa Mexicana de Valores mostró optimismo (y promedió crecimiento) y que la balanza comercial con Estados Unidos alcanzó superávit. Pero es muy malo que el Indicador Global de la Actividad Económica reportara, esta semana, su menor nivel en doce meses. El crecimiento no se puede detener: es el indicador maestro de un gobierno.

Yo soy de los que creen que Pemex traerá buena fortuna a esta administración. Por una parte, el freno al huachicol; por la otra, el aumento en la producción petrolera. Y el rescate mismo de una empresa que DEBE funcionar, aunque sea para que pague los 104 mil millones de dólares que se deben. Las dos primeras acciones reportarán este mismo año buenas noticias y ahorro, y la perspectiva es todavía mejor.

Y es cierto que hay finanzas públicas sanas; que no se está recurriendo a deuda, como lo hicieron casi todos los presidentes en un siglo. Pero también es cierto que el freno en el gasto gubernamental –y sobre todo que está detenida la inversión productiva– ha aletargado la economía. Aguas con eso.

Tache por aquí. Y aguas, aguas de verdad, porque sin crecimiento no hay generación de empleo, y el desempleo le pega a todos los gobiernos, sin importar qué tan populares sean y qué tan bien se desempeñen en otros rubros.

Una familia se siente verdaderamente pobre cuando el empleo falla. El desempleo se alimenta de la falta de crecimiento y es un síntoma de enfermedad en la economía. Tache en estos seis primeros meses.

Así, entre hits y fouls para atrás, el Gobierno de López Obrador alcanza seis meses. Una semana bien, otra no tanto. Para mi gusto, el presidente se entretiene demasiado con los pleitos de dugout; se sueltan demasiados roletazos al shortstop, notas de ocho columnas para levantar polémicas. Y hay pocas carreras.

En la semana que empieza se publicarán, seguramente, las encuestas de percepción ciudadana. Y el domingo habrá elecciones en dos estados. Dos pruebas importantes, interesantes; dos mediciones de medio año. Pero me parece que la mejor medición, contra lo que muchos opinen, es la de la economía. Y la economía no va bien. Ya argumenté: hay buenas señales y se queda en eso. No da los números que todos esperamos.

Al bat, el secretario de Hacienda. Es clave en el tramo que sigue. Carlos Urzúa Macías debe hacer que truene el bat. Si alguien me pregunta qué puede atorar el tren de López Obrador, diría que dos cosas: la economía y la violencia. La estrategia de seguridad ya está en marcha y el presidente se gastó capital político en sacar la Guardia Nacional; tendremos noticias de eso, para bien (espero) o para mal (no, por favor), pero ya está en marcha.

Pero todavía no me queda claro cómo le hará este gobierno para echar a andar el país. Supongo que con los grandes proyectos (Tren Maya, Istmo, árboles, etc); pero ninguno está con el motor echando lumbre.

Al bat –suenan las bocinas del estadio–, Carlos Urzúa. Supongo que llenaba las bases y que ahora viene el cañonazo. Ya el presidente salió a dar la cara por él frente a la carta de Germán Martínez. Urzúa al bat, resuena. Necesita conmover a la afición. Es su momento. Es su turno. Los siguientes seis meses debe demostrar que macanea. Ahora sí el tiempo apremia. Le toca mostrar lo que trae. Sin excusas, sin demora: Urzúa al bat.

***

Alejandro Páez Varela*. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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