Opinión

Su justicia no es la nuestra




agosto 14, 2019

En un Estado con instituciones patriarcales, su justicia no es la nuestra. Lo que conocemos del mundo es suficiente para construir la desconfianza a las autoridades que configuran ese Estado, en específico las que deberían proporcionarnos seguridad pero violan mujeres

Celia Guerrero
@celiawarrior

Ciudad de México – Por ahí alguna feminista dice, escribe o grita “El Estado es patriarcal”. Otra le responde “Las instituciones, también”. Y la última agrega “Y su justicia no es la nuestra”. ¿Qué significan estas frases que repetimos, que al decirlas y escucharlas nos parecen por momentos obvias, pero luego en la práctica se nos suelen olvidar?

En las últimas semanas, una mujer de 27 años y dos adolescentes, de 17 y 16, acusaron de violación a policías de la Ciudad de México. Lo sabemos porque ellas denunciaron el delito y los medios de comunicación publicaron (bien, mal o pésimo) la información. Aún así, muchas personas no estarían enteradas de no ser por las feministas organizadas que decidieron manifestarse hace un par de días para demostrar con rabia [¡y diamantina! ^-^] la frustración que nos genera la impunidad con la que muchas nos hemos acostumbrado a cargar todos los días.

Pero que no les robe la atención (ni la rabia) las declaraciones de funcionarios torpes, queridas, concentrémonos en esto, en lo que ahora sabemos: tres mujeres violadas por policías en tan solo un mes, en la Ciudad de México.

Esos hombres no son los únicos agresores sexuales de mujeres con uniforme: del total de mujeres privadas de la libertad, 40 por ciento sufrieron violación durante el arresto por parte de marinos; 20, por miembros del Ejército; 13, por policías federales; 13, ministeriales; 10, estatales y 10, municipales.

Los datos —que solo sirven para comprobar lo que nosotras ya sabíamos— son de la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad de 2016, que también considera violaciones a hombres cuando son arrestados por las mismas autoridades, pero el porcentaje más alto (5.8) está incluso por debajo de los ataques a mujeres.

Y lo que ya sabíamos muchas, lo que hemos aprendido a la mala o nos han advertido desde que somos niñas, es una cosa: las autoridades nunca han sido un ente de confianza. Me pregunto si hay manera que esas autoridades recuperen (si algún día la tuvieron) la confianza de esas mujeres que han sido violadas.

En alguna discusión sobre cómo abordamos la violencia sexual actualmente, una persona me dijo que las feministas propagábamos entre la niñez un discurso de terror y limitación sexual. Mi respuesta inmediata fue que yo hubiera pagado [p-a-g-a-d-o] por ser advertida desde niña, si así me hubiera ahorrado las varias violencias que viví de adolescente. Y eso me hizo pensar si en algún momento alguien me dijo que no debía confiar en los policías. No recuerdo, quizás lo aprendí tan temprano que siento que nací con ese sentimiento. Para mí, viviendo en este país como mujer, como periodista, cualquier autoridad —pero principalmente la militar y la policiaca— encarna la desconfianza [sorry, not sorry].

Sé que no es solo porque soy periodista. Y sé que no soy la única porque por suerte ahora ya no me espero a que me enseñen y pregunto y hablo con otras. Por ello no deja de sorprenderme que seamos generaciones y generaciones de mujeres que nunca hemos confiado en esas (y otras varias) instituciones creadas por el Estado para “protegernos”.

Hace poco, una compañera que me recomendó El contrato sexual, de Carole Pateman, una filósofa feminista en los primeros lugares de mi nuevo canon libre de ídolos machos. En la que es su obra más conocida, Pateman dice que el contrato social, ese pilar del que los grandes filósofos políticos varones concibieron se sostiene todo Estado liberal, solo considera y requiere de las mujeres: sexo, reproducción, cuidados e idealización. Mientras, los sub-contratos que derivan (el matrimonio, el trabajo no remunerado…), son cimientos de la exclusión de las mujeres de lo público a lo privado. En su lectura está un significado posible de las ideas con las que iniciamos: el Estado es patriarcal, las instituciones también y su justicia no es la nuestra.

Y así como nuestras vivencias o eso que conocemos del mundo son suficientes para construir la desconfianza a las autoridades que configuran ese Estado, en específico las que deberían proporcionarnos seguridad y por el contrario violan mujeres; tendrían que sernos suficientes para dejar de esperar que sean de ellas mismas de donde emane la justicia.

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