Desde 1975, cuando su hijo Jesús fue desaparecido, Rosario Ibarra de Piedra emprendió una búsqueda imparable junto con otras madres que fundaron el Comité Eureka. La organización exige al nuevo gobierno la demanda pendiente de cumplir: justicia.
Andro Aguilar
Pie de Página
Ciudad de México –La imagen de Rosario Ibarra de Piedra suele ser combativa o sonriente. En la fotografía, sonríe franca. Viste un saco verde, sobre un suéter más oscuro. Apoyada en una mesa, tiene frente a ella un pastel decorado con un jardín.
La imagen corresponde al 24 de febrero de 2017. Su cumpleaños 90. Así lo indica la vela clavada en el pastel.
De su pecho cuelga un medallón con el rostro de su hijo Jesús Piedra Ibarra.
La efigie que porta desde 1976, en el último acto público de Luis Echeverría Álvarez. Aquel noviembre, la mujer se acercó al político que encabezaba la conmemoración de la Revolución Mexicana, para mostrarle la pechera a la que cosió una imagen de su hijo bordeada con pequeñas perlitas.
Desde entonces, en cada acto público, año tras año, década tras década, a doña Rosario se le ve con el rostro del segundo de sus hijos en el pecho, muy cerca de su corazón, dice ella.
La activista suma 44 años en busca de su hijo Jesús Piedra Ibarra, integrante del grupo guerrillero Liga 23 de Septiembre que fue detenido y desaparecido por el gobierno mexicano el 18 de abril de 1975.
La búsqueda de Rosario Ibarra ha sido imparable. Interceptó 39 veces a Luis Echeverría para exigirle la liberación de su hijo. Viajó 18 ocasiones a la Organización de las Naciones Unidas a entregar las denuncias de más de 500 casos de desaparición forzada documentados. Voló a Londres para buscar la ayuda de Amnistía Internacional.
Se hizo pasar por la madre de un desertor para ingresar varias veces al Campo Militar No 1, hasta que un agente le advirtió que no volviera porque corría peligro.
Viajó a cárceles de todo el territorio mexicano: Coahuila, Tijuana o cerca de las Islas Marías, donde le dijeron que podía estar recluido su hijo Jesús.
Lo ha dicho en varias ocasiones: ella parió físicamente a Jesús Piedra Ibarra, pero su hijo la parió políticamente a ella.
En esta búsqueda de casi medio siglo fue aspirante dos veces a la Presidencia de México. Logró que en el mundo se supiera que la primera candidata presidencial de México era la madre de un desaparecido, en un país cuyo gobierno asistía a las víctimas de la represión de otras naciones y desaparecía a sus disidentes.
Diputada en dos ocasiones, senadora, fue nominada cuatro veces al Premio Nobel de la Paz.
En 1977, fundó con otros familiares y mujeres, conocidas como “Las Doñas”, el Comité Eureka.
Un año después, junto con las doñas y otras integrantes del Comité, participó en una huelga de hambre en la catedral metropolitana.
Lo hicieron un 28 de agosto, exactamente una década después de que el Ejército Mexicano reprimiera a los estudiantes del movimiento de 1968 en el zócalo. Las primeras que se atrevieron desde la masacre.
Las mujeres consiguieron una amnistía que permitió la liberación de 2 mil presos políticos, la aparición de 148 personas que estaban desaparecidas, el regreso a México de 57 exiliados y la finalización de las órdenes de aprehensión contra mil 500 personas.
El principal aprendizaje que obtuvo de esas “Doñas”, juzgaba Rosario Ibarra en una entrevista publicada en el periódico Reforma en 2017, fue “trascender a la fortaleza de la lucha organizada y colectiva por la justicia”.
Las Doñas acordaron no llorar frente a los políticos; tampoco, insultarlos mientras les exigen justicia.
El llanto, cuenta Rosario Ibarra en el documental Rosario (Shula Erenberg, 2013), lo guardaba para los espacios en la regadera, donde nadie la viera. Aunque tuviera que inventar a sus nietos que le entró shampoo en los ojos.
Este miércoles 23 de octubre, el Senado de la República le entrega la medalla Belisario Domínguez. Sus hijas Rosario y Claudia Piedra la recogerán en su nombre. Con la misma petición pendiente desde hace 44 años: verdad y justicia.
El momento de la medalla
Jorge Gálvez, yerno de Rosario Ibarra y administrador del Museo de la Memoria Indómita que resguarda un archivo de la Guerra Sucia y del Comité Eureka, explica que su organización se ha reunido en varias ocasiones con funcionarios del actual gobierno, con la intención de impulsar una comisión de la verdad que investigue los casos de desaparición forzada.
El 20 de agosto de 2018, platicaron con el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, sin que hasta la fecha obtengan un acuerdo en ese sentido.
“Queremos que empiece una investigación una comisión, que le pongan como quieran, pero que se investigue y que tenga esa facultad y pueda ser vinculatorio. En ese grupo deben de participar los familiares”, explica.
El 10 de junio pasado, el gobierno federal inauguró el memorial Circular Morelia, en lo que fueron las instalaciones de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Un sitio donde se planearon y realizaron desapariciones, ejecuciones y torturas.
La postura del Comité Eureka siempre fue que no puede haber memoria sin una investigación que dé pie a la justicia.
Gálvez, ingeniero en sistemas, teme que el gobierno federal busque el impacto mediático más allá de una voluntad genuina para brindar justicia.
El 27 de agosto de 2019, previo a la conmemoración de la huelga de hambre de 1978, el Comité Eureka publicó un mensaje en el periódico La Jornada donde advertía al partido Morena del presidente López Obrador que estaban a tiempo para no terminar como el PRD.
“Lamentablemente nada ha cambiado para el Comité ¡Eureka! y su lucha, no hay nada nuevo en el horizonte después de transcurrido un año del nuevo gobierno. Seguiremos siendo sólo nosotros la única esperanza para nuestros familiares desaparecidos; su vida, su libertad y justicia para ellos sigue siendo nuestro objetivo”, acusaron.
El documento fue firmado por Rosario Ibarra, Concepción Ávila, Celia Piedra, Daniel y Horacio Nájera, Florentino y Braulia Jaimes, Hulda Sollano, Luz Pineda, Ofelia Maldonado, Laura y Armando Gaytán, Andrés Nájera, Rosario, Claudia y Carlos Piedra, Jorge Gálvez e Inti Martínez.
Esta semana, Rosario Piedra Ibarra, la hija mayor de doña Rosario, acudirá al Senado también como aspirante a encabezar la Comisión Nacional de Derecho Humanos.
Jorge Gálvez explica que ésa es la ruta que trazó el Comité Eureka para crear condiciones de acceso a la justicia.
El activista reconoce que el momento político es distinto al de gobiernos pasados, y que posiblemente exista la voluntad de López Obrador para que se brinde la justicia, pero en los hechos esto no ha ocurrido porque no todos los funcionarios tienen ese interés.
Admite, sin embargo, que sí es un momento propicio para crear condiciones que deriven en la justicia.
La alegría de Rosario Ibarra
Estudiosa de la música, la declamación y el baile, sus hijas la recuerdan siempre como la mujer alegre que bailaba frente a sus amistades o declamaba poesía de Rubén Darío.
Solía hacer un dueto con su hermana Artemisa para escenificar óperas, ante familiares y amigos.
“Siempre ha sido una persona muy jovial, muy alegre. Cuando éramos niños, cuando uno no entiende, le decíamos ‘Ya, mamá, no estés haciendo eso’, nos daba pena. Aunque a la gente le gustaba que fuera así . Era muy alegre, le gustaba mucho cantar. Todavía lo hace, pero ya no tanto por la edad”.
La mayor de las hijas de Rosario Ibarra recuerda aún la Cancion de cuna de Johannes Brahams, que su madre les cantaba en alemán.
Rosario Piedra relata que fue por influencia de su abuelo Baldemar Ibarra que su madre se inclinó por la poesía de Rubén Darío y su gusto general por la literatura.
Incluso, la activista llegó a tener una pequeña academia de declamación llamada Gabriela Mistral.
Aún ahora, cuenta su familia, Rosario Ibarra recita los versos de Rubén Darío con alguno de sus siete nietos.
Aficionada a la música de Beethoven y Mozart, a sus 92 años de edad, Rosario Ibarra disfruta también de escuchar ópera. Lee a través de la voz de su familia o ve películas principalmente de décadas atrás, italianas, francesas o de la época de oro del cine mexicano.
La casa de Altavista
Rosario Ibarra vive en la misma casa de la colonia Altavista en Monterrey, Nuevo León, desde hace casi medio siglo.
Es la misma casa donde con su familia llegó a tener caballos, un burro, perros, siete monos araña, un mono ardilla, un macaco, un cocodrilo que reposaba en una alberquita, un venado, una cachorra leona, 22 gatos…
Todos, identificados con nombres.
Es la misma casa desde donde todos los domingos salía la familia a cabalgar. Cada uno en su caballo. El doctor Piedra, como todos se referían al esposo de Rosario Ibarra, a veces vestía de charro. Y ella, portaba un sombrero cordobés sobre su caballo “pinto”.
Así al menos los recuerda Jorge Gálvez, yerno de Rosario Ibarra, quien veía a la familia cuando él era un niño, sin saber que después esa mujer se convertiría en una madre para él.
“Es una relación que a mí me llena de orgullo. Nosotros nos decimos ‘Camarada’. Primero era ‘Jorgito’, pero cuando vio que no se me escapaban las cosas me empezó a decir ‘Camarada’”.
Rosario Ibarra es la persona, cuenta Gálvez, que le enseñó también a exigir justicia sin odiar.
“Haber aprendido a luchar sin ese odio te aliviana. Si fuese con coraje, odio, no podrías marcar tu posición y estarías enfermo.
“No puede ser que desees que también torturen a quien torturó a tu pariente. No somos iguales que ellos. Queremos la investigación”.
Rosario Ibarra y el presidente
Para este miércoles, se espera que López Obrador sea invitado de honor a la entrega de la medalla.
El mandatario contó con el apoyo de la Rosario Ibarra de Piedra desde la primera vez que buscó la Presidencia de la República en 2006.
La activista encabezó uno de los Gritos de Independencia que el movimiento obradorista realizó de forma alterna. Le llamaron el Grito de los Libres.
La admiración del mandatario hacia la activista es explícita. En las elecciones de julio de 2018, López Obrador llenó su boleta con el nombre de Rosario Ibarra.