Opinión

Dejar de callar




octubre 23, 2019

No cederemos los espacios que hemos generado con nuestro esfuerzo o fortalecido con nuestra participación; son los agresores quienes deben asumir las consecuencias de sus actos. Tampoco dejaremos de recordar una y otra vez la necesidad de señalar y parar la violencia machista

Celia Guerrero
@CeliaWarrior

Ciudad de México –Han pasado meses desde el apogeo del movimiento del #MeToo en México y no solo muchos señalados como agresores andan como si nada, desmemoriados. A unos hasta los han premiado con becas y ascensos y varios más continúan haciendo mutis selectivo cuando se les cuestiona sobre los señalamientos; también pareciera que las que debemos escondernos debajo de una roca y quedarnos de una vez por todas con la boca cerrada somos las mujeres que los señalamos.

No pretendo hacer un texto de recopilación de hechos, así que quienes aún no estén enterados de lo último sucedido en relación al MeToo mexicano los invito a darse una vuelta por la cuenta de tuiter @JuntasMarabunta y el hashtag #MeTooNoSeOlvida.

Lo que sí haré con este texto será dejar de callar. Así como cuando comencé diciendo que este espacio sería de pura igualatitud, hoy me toca decir: no cederemos los espacios que hemos generado con nuestro esfuerzo o fortalecido con nuestra participación, son los agresores quienes deben asumir las consecuencias de sus actos. Tampoco dejaremos de recordar una y otra vez la necesidad de señalar y parar la violencia machista en nuestro ambiente laboral, de por sí violento y precario. Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio. Nosotras sí tenemos memoria.

¿Cuántos colegas apostaron porque la oleada de señalamientos que usaron el hashtag #MeTooPeriodistasMexicanos se apagara en un par de días, que fuera una moda? ¿Cuántos continuan subestimando el hartazgo de las mujeres periodistas que ya no estamos dispuestas a tolerar una agresión más?

A ellos les tengo malas noticias: los señalamientos de hace meses fueron tan solo el principio de un cambio. Y a los que les dio por llamarlo un linchamiento, menos mal que el tiempo dejó claro que acaso fue un intento desesperado por llamar la atención, no de quienes todo este tiempo nos han ignorado y continuarán haciéndolo, sí de más de nosotras.

En mi caso, lo que me orilló a narrar mi experiencia fue el testimonio anónimo de una mujer que contó una agresión sexual casi idéntica a la que yo sufrí por parte del mismo fotógrafo, con la diferencia de que a ella la atacó años después. Si ella no hubiera hablado, yo tampoco lo hubiera hecho. Por eso digo que muchas no encontramos la valentía o el coraje dentro de nosotras, sino que nos lo contagian otras. Por eso, en sociedades tan acostumbradas al silenciamiento, siempre me parecerán necesarios ejercicios como el #Metoo.

Desde que tengo uso de razón identifico el silenciamiento como una incubadora de impunidad y futuras injusticias. Sin embargo, pasé años silenciándome, avergonzándome de las decisiones que tomé que pensaba me habían llevado a ser agredida. Me programaron para sentir culpa y callar, como a muchas de nosotras. Lo que no nos dijeron es que podemos quebrar esa preconfiguración, y una vez que lo hacemos ya no hay vuelta atrás.

Quizá ese es el mayor atrevimiento que al que podemos aspirar por ahora: a no callar. Como consecuencia seremos incómodas y será desgastante enfrentar a quienes preferirían que todo permaneciera igual y hasta nos cargarán la responsabilidad de buscar soluciones a los problemas que los agresores provocaron. Pero no dejará de ser un atrevimiento y una apuesta para mantenernos seguras a nosotras y a otras. Valdrá la pena.

No sé cuántas veces voy a tener que explicar esto a lo largo de mi vida, pero estoy dispuesta a hacerlo una vez más para lectoras y lectores de este espacio que nació feminista: en el caso de mujeres denunciantes de violencia machista, tengo una postura política. Voy a partir de que soy mujer y por ese hecho mi palabra ha sido y continúa siendo desestimada frente a la de hombres en distintas circunstancias y espacios, familiar, escolar, laboral, social… Pero además soy periodista y sé que la violencia contra las mujeres es sistemática y estructural. Y al mismo tiempo soy feminista y sé que existen relaciones de poder que configuran algo llamado patriarcado y —si bien el mundo no es blanco y negro, de buenos y malos— cuando hablamos de violencia machista, hablamos de hombres haciendo uso de sus privilegios, dentro de ese sistema, frente a y en detrimento de mujeres.

Aclarado lo anterior, mi empatía será para quienes su palabra es desestimada, como la mía, y mi análisis será determinado por una lectura crítica de las relaciones y el ejercicio del poder en un sistema patriarcal. Traducido: yo les creeré a ellas. Y ojalá este posicionamiento se entienda más allá de la literalidad y sea considerado como lo que es: una postura política elegida. Y nadie que lea mi opinión permanezca engañado, pensando que apostaré por una falsa neutralidad cuando se trate de denuncias de violencia machista, como no soy ni seré neutral frente a discursos racistas, xenófobos o ante otras historias de abuso de poder.

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