Opinión

La otra crisis de salud pública




marzo 24, 2020

Al tiempo que aumenta el consumo de drogas sintéticas, el número de minilaboratorios clandestinos crece con consecuencias dañinas no solo para el consumidor también para su comunidad; esta problemática exhibe que la drogadicción representa un peligro tóxico y gran desafío para la salud pública

Itzel Ramírez

A estas alturas la duda es cuándo y con qué intensidad pegará el coronavirus Covid-19 a cada país del mundo. Medidas tomadas con más o menos inteligencia, y exhibidas las capacidades de liderazgo de cada gobernante, los sistemas de salud pública de todo el mundo verán maximizadas sus cualidades, pero sobre todo sus carencias.

En América Latina, han advertido las cifras y quienes las conocen, la llegada de la pandemia supondrá mayores retos que los que viven otros países, con mejores condiciones económicas y sobre todo de inversión en infraestructura pública de salud.

En México basta con visitar cualquier unidad médica de la institución pública sanitaria que sea para constatar que incluso el jabón y el papel sanitario escasean, y de ahí para arriba falta igualmente personal capacitado, camas, aparatos, medicamento y, por supuesto, trato digno a los pacientes que abarrotan las instalaciones.

Indudablemente, el virus develará cuán abandonado está el sistema de salud en el país; si ello será una oportunidad para mejorarlo está todavía por verse, aunque a la luz de las ganas de comerse a besos a las niñas, las imágenes religiosas usadas como protección y el desdén a las recomendaciones de sana distancia, el panorama es poco prometedor.

A los problemas que de antaño arrastra la sanidad pública en México hay que agregar que la drogadicción sigue siendo tratado como un desafío de las instituciones de seguridad y justicia, no de salud.

Aunque el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha identificado la desigualdad económica y la falta de equidad como una de las razones de la violencia en las calles, ello todavía no se ha trasladado a la construcción de políticas públicas para tratar desde la sanidad la drogadicción.

Tras una fallida campaña de publicidad contra el consumo de drogas, al gobierno federal se le ocurrió que lo mejor era emprender otra campaña, ahora con rostros famosos, para disminuir los índices de adicción. Valga decir que los spots hacen que se extrañe a la mente detrás de Susana Distancia, el personaje inventado para la campaña federal por el Covid-19.

De acuerdo con Animal Político, del año 2000 al 2018 hubo un crecimiento del 775 por ciento en el número de personas adictas a las anfetaminas en nuestro país. En Estados Unidos, ese territorio que permanece como el mayor consumidor de drogas del planeta, estas drogas de diseño han supuesto un problema adicional con el auge de los laboratorios caseros.

En un mundo donde es suficiente tener una conexión a internet para encontrar recetas paso a paso de cómo “cocinar” metanfetamina en casa, cómo probar la pureza de drogas adquiridas o cómo pasar una prueba de detección de consumo de sustancias ilegales, lo de más es comprar lo necesario.

Incluso, advierte la investigación del antropólogo Jason Pine, hay sitios donde sin problema se venden todos los ingredientes e instrucciones para crear la droga deseada.

La tendencia DIY aplicada a las drogas de diseño trae consecuencias dañinas no solo para el consumidor, sino para quienes posteriormente habitan las casas usadas como laboratorios clandestinos.

El mundo empresarial ha saltado a la palestra para ofrecer un nuevo y boyante negocio de evaluación y limpieza de casas antiguamente usadas como minilaboratorios de drogas. En Texas, usado solo como ejemplo por la vecindad con México, de 2007 a 2016 se detectaron 566 laboratorios clandestinos de producción de metanfetaminas.

De lado de los gobiernos, en Estados Unidos se abandonó la intención del expresidente Barack Obama de atender las adicciones como un tema de sanidad. De lado mexicano por más detenciones y aseguramientos que se presuman, la terca realidad no cede, está empeñada en mostrar la fragilidad del sistema de salud pública.

DESDE LA FRANJA. Aquello que nos hace humanidad reluce en tiempos de crisis. Estos inverosímiles tiempos sacan lo peor de algunas personas, pero también lo mejor de otras. Desde este límite fronterizo he atestiguado estantes vacíos en los supermercados, gente que a precios exhorbitantes vende alcohol y tapabocas; igualmente he visto cómo una cadena de supermercados establece horarios exclusivos para adultos mayores y embarazadas, contadores de cuentos que hacen funciones virtuales, vecinos que hacen las compras para quien no puede salir, doctoras que han renunciado a visitar a su familia para cuidarles, colegas que se ayudan para cumplir en tiempo con la escuela, hermanos que se entregan comida sin casi saludarse, amigos que regalan gel desinfectante como muestra de cariño. A cada gesto de humanidad, que hace más llevadera la angustia, mi más sincero agradecimiento.

***

Itzel Ramírez. Periodista con estudios en Ciencia Política y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sus trabajos periodísticos han sido publicados en Reforma, El Diario de Juárez y La Verdad. Actualmente realiza consultoría, investigación, análisis y diseño de políticas públicas y construcción de indicadores de evaluación.

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