COVID-19

Las máscaras de la pandemia




marzo 28, 2020

Alberto Najar
Twitter: @anajarnajar

Ciudad de México Algunos opositores al presidente López Obrador parecen emprender una clara ruta de golpismo. Cegados por la furia y el odio, están dispuestos a sacrificar al país con tal de ejercer su rabiosa venganza. En este océano de mezquindades llegó el tiempo de quitar las máscaras y exigir que cada quien asuma su responsabilidad en la tragedia

La pandemia de AH1N1 en 2009 dejó a México con una pérdida de entre 5 y 7 puntos del Producto Interno Bruto (PIB).

No fue una caída pareja. Algunos sectores como el turismo tardaron varios años en recuperar el camino de ascenso que llevaba.

La razón principal fue la pésima imagen que se difundió del país ubicado como el origen de la epidemia, y el pésimo manejo del gobierno que entonces pretendía encabezar Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa.

Los análisis posteriores indicaron que la decisión de cerrar todas las actividades cuando sólo existían unos casos comprobados generó la impresión de un país al borde del abismo, y con serias posibilidades de contagiar al resto del mundo.

El virus se esparció, claro, como sucede con esta clase de fenómenos. Pero junto con la enfermedad se propagó también una profunda estigmatización hacia los mexicanos.

En casi todos los aeropuertos del mundo los viajeros de este país fueron sujetos a revisiones extraordinarias, separados del resto de las personas sin causa alguna.

Por esos días empresarios, partidos políticos, legisladores y académicos emprendieron una especie de campaña para contrarrestar esa pésima imagen.

Su argumento era válido: más allá de la emergencia sanitaria era fundamental proteger a México. A nadie le convenía que el país resultara afectado.

Algunos inclusive llamaron a una tregua. Ya habría tiempo para dirimir las diferencias políticas, decían. Había una tarea más importante que esas mezquindades.

Once años después extraviaron la solidaridad. Algunos de estos personajes se afanan en desacreditar la estrategia del gobierno para hacer frente a la pandemia de coronavirus.

Patrocinan campañas de odio y linchamiento, difunden información falsa y, sobre todo, están empeñados en promover internacionalmente una mala imagen del país.

Cegados por su furiosa venganza tras la derrota electoral en 2018, han entrado en una abierta ruta de golpismo. Hay que derribar al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, parece su propósito. No importa que con ello se dañe profundamente al país.

¿Qué les mueve en tal despropósito? En algunos casos es el pataleo por la gradual pérdida de privilegios y negocios ante la cruzada oficial contra la corrupción.

En otros se remueve una antigua rivalidad con el personaje que ahora es el jefe del Poder Ejecutivo. Quizá alguno se compró la idea de que AMLO y su gobierno son peligrosos.

Pero en otros es simple clasismo y odio, la incapacidad de aceptar que alguien a quien consideran inferior sea el presidente de la República.

En el fondo lo que ahora sucede con la pandemia es una de las explicaciones de la profunda desigualdad social que hay en el país.

No son pocos los estudios e investigaciones académicas donde se muestra que la fortuna de unos pocos magnates –algunos rivales históricos del presidente, como Germán Larrea- equivale al ingreso de 60 millones de mexicanos.

Es el tamaño de sus privilegios, directamente proporcionales a su desmedida reacción contra López Obrador.

En este océano de mezquindades no estaría de más hacer una pausa. Recordar que, como dijo AMLO en su campaña electoral, si sueltan al tigre de la inconformidad social difícilmente habrá quien lo contenga.

En algunos casos, como los empresarios, académicos y periodistas más rabiosos, es probable que ése sea su propósito.

Y no debería permitirse, porque la recuperación por la pandemia será larga, tal vez en un plazo mayor al de 2009.

Si esos furiosos privilegiados están dispuestos a pagar ese precio, hay decenas de millones de personas que no lo merecen.

Tal vez llegó el tiempo de repartir costos, que se aclare bien la responsabilidad de cada quien en los tiempos difíciles.

El tiempo de quitar las máscaras y derribar las fachadas en que se esconden los promotores de odio y clasismo.

En esa tarea debemos aportar todos.

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