Opinión

El indio anarquista que luchó contra don Benito, más allá del liberalismo




julio 27, 2020

El indigenismo de Aguirre Beltrán hasta Xóchitl Gálvez y los remedos que la substituyeron con Calderón y Peña Nieto podría estar llegando a su fin, basta con ver los perfiles de las seis candidatas indígenas al CONAPRED, quienes tienen la reivindicación de las culturas tradicionales indígenas

Eduardo Barrera Herrera

La derecha viralizó en redes sociales la semana pasada una serie de patrañas acerca de Juárez y las Leyes de Reforma, venta de territorio nacional y acceso ilegitimo al poder.

Estas diatribas fueron como reacción a algunas acciones conmemorativas por parte de López Obrador. El pasado viernes, el Presidente volvió a referirse a Juárez como el mejor presidente de México en la historia, y a Oaxaca como el estado más rico culturalmente. El lunes, el elogio había sido que Juárez tuvo el mejor gabinete de la historia debido a que era plural y había liberales, conservadores, liberales conservadores y liberales moderados. 

Obviamente el fin de semana anterior fue juarista para conmemorar su aniversario luctuoso y Beatriz Gutiérrez Muller leyó la carta de Justo Sierra a Emilio Castelar.

Sierra, en sus tres etapas, es etiquetado como liberal, liberal clásico, “nuevo” liberal, científico, positivista (y su antónimo ‘espiritualista’), porfirista (y antirreeleccionista) y liberal conservador.  Él mismo se autoclasificó como constitucionalista y oficialista y, aunque en su momento le pidió que no se reeligiera, llegó a adular a Porfirio Díaz tanto o más que a Juárez.

Todos los matices de liberales y su contraste con conservadores agota el espectro político de la historia de México decimonónica tradicional. AMLO se ciñe al esquema usado por la mayoría de les historiadores mexicanos: la oposición binaria liberales (en sus diferentes matices) y conservadores (etiqueta también sobresimplificada).

En el esquema de esa imaginación histórica se han cancelado las posturas a la izquierda de los liberales (en toda su gama), sobre todo, la más importante: el socialismo libertario, mejor conocido como anarquismo, término acuñado por Proudhon.

“¡Larga vida al socialismo!” Proclamó Julio Chávez López instantes antes de que lo fusilaran las tropas juaristas el 9 de julio de 1969 en el patio de la Escuela del Rayo y el Socialismo en Chalco. El líder anarquista había repartido las tierras de la Hacienda Buena Vista a otros “indígenas comunistas” bajo el grito de “¡Vivan los pueblos! ¡Mueran los hacendados!”. Semanas antes había publicado el “Manifiesto a todos los pobres y oprimidos de México y el universo” en el que arengaba contra el propio Juárez, terratenientes, hacendados y el clero. De Juárez denunciaba que “Juárez, a pesar de llamarse republicano y enemigo de la Iglesia, es mocho y un déspota: es que todos los gobiernos son malos.

Por eso, ahora nos pronunciamos contra todas las formas de gobierno: queremos la paz y el orden.

Hemos pedido tierras y Juárez nos ha traicionado… con suma tristeza hemos visto que estos mismos hacendados han tenido refugio en los faldones de la República”. 

El documento pregonaba hacia el final: “¡Abolición del gobierno y la explotación!

Queremos el socialismo
Queremos Tierra
Queremos libertad”.

Francisco Zarco, el paradigmático periodista liberal para López Obrador, en sus disertaciones sobre el tema, aplaudió la ejecución: “Invocaba principios comunistas y era simplemente reo de delitos comunes”. El cronista oficial del Congreso Constituyente y que utilizaba el pseudónimo “Fortún”, prescribía “medidas legislativas dictadas con estudio, con calma y serenidad, y no por medios violentos ni revolucionarios”.

Por otra parte, el propio Juárez personificaba al indígena occidentalizado, al indio desindianizado, al zapoteca ilustrado en universidades y logias. Ni por equivocación coincido con las sugerencias de historiadores conservadores como Luis González y González acerca de que los indígenas recibían un trato más justo por conservadores y monarquistas que por liberales. Los liberales trataban de iluminar y desindianizar porque veían que podía llegar a ser su par una vez reemplazada su cultura y tradiciones, mientras los conservadores lo veían como intrínsecamente inferior, alineándose con Juan Ginés de Sepúlveda en la Controversia de Valladolid de 1550 contra fray Bartolomé de las Casas.

Justo Sierra, ya en su fase positivista y “científica”, reproducía el mismo etnocentrismo y caía en un franco racismo:

“atraer al inmigrante de sangre europea, que es el único con quien debemos procurar el cruzamiento de nuestros grupos indígenas, si no queremos pasar del medio de civilización, en que nuestra nacionalidad ha crecido, a otro medio inferior, lo que no sería una evolución, sino una regresión. Nos falta producir un cambio completo en la mentalidad del indígena por medio de la escuela educativa”.

Esa misma escuela educativa que ha pretendido ser la panacea (junto con el trabajo asalariado) en el último siglo con el indigenismo de Aguirre Beltrán hasta Xóchitl Gálvez y los remedos que la substituyeron con Calderón y Peña Nieto. Esto podría estar llegando a su fin si nos basamos en los perfiles de las seis candidatas indígenas al CONAPRED, quienes tienen la reivindicación de las culturas tradicionales indígenas como rasgo común.

Mi compadre huichol Marcelino Xikakame Robles me aseguró que Uriel, uno de mis ahijados, “no va a ir a la escuela… ¡Va a crecer WIXA!”. Mi abuelo Pachito, mitad indígena kickapú, nos relataba como el mismo día que se inauguró la primera escuela rural en Nacimiento, Coahuila. fue quemada por la propia tribu.

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