Crónica

Las fronteras invisibles de una gira presidencial




octubre 3, 2020
Fotografía: Presidencia

Entre el arribo del presidente López Obrador, su llegada al centro de salud, una revisión rápida de obras de mejoramiento urbano, los discursos y el Himno Nacional pasaron 46 minutos, tiempo en el que constató los contrastes que marcan las desigualdades en la que habitan los juarenses, distante del gobernador de Chihuahua porque ‘ya basta de hipocresías’.

Itzel Ramírez / La Verdad

Menos de sesenta minutos bastaron para dejar claro que esta no era una visita normal de Andrés Manuel López Obrador a Ciudad Juárez, la frontera donde dio inicio a la campaña electoral que le llevaría a ganar la presidencia en 2018.

Acostumbrado a caminar por el pasillo que divide a la multitud que le espera en la plaza pública, el mandatario se tuvo que conformar con una calle cerrada solo para él y para su equipo de trabajo, nada de pasarela con fotos, abrazos e intentos por tocarle.

El presidente Andrés Manuel López Obrador. Fotografía: Gobierno de Juárez

Tampoco estaban los puestos que venden los amlitos y pejeluches (muñecos con la figura del mandatario), posters y todo tipo de souvenirs, aquellos mítines se los ha llevado la pandemia.

De la música, ni rastro; lo único que rompía el silencio eran las arengas que cada tanto lanzaban grupos organizados para apoyar a López Obrador y que trataban de callar a los recién llegados, hasta cerciorarse de que también estaban ahí para las porras al presidente.

La inauguración de un centro de salud en el suroriente de Juárez convocó a simpatizantes del tabasqueño, que protegido por las vallas metálicas logró establecer una sanísima distancia de quienes fueron a recibirlo.

Entre la llegada de AMLO al centro de salud, una revisión rápida del Programa de Mejoramiento Urbano, los discursos y el Himno Nacional pasaron 46 minutos, otros pocos durante partida del lugar y la visita a Chihuahua estaba terminada; el recorrido seguiría por Sonora, donde estaba esperándole la gobernadora Claudia Pavlovich.

Aquí, en la antigua Paso del Norte, López Obrador compartiría el presídium con su secretario de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, Román Meyer, con su delegado de Bienestar, Juan Carlos Loera y con el alcalde juarense Armando Cabada.

Fotografía: Gobierno de Juárez

A más de 300 kilómetros de distancia, el gobernador Javier Corral encabezaba otro más de sus foros anticorrupción y calificaba como una falta de respeto al pueblo de Chihuahua el hecho de que no hubiera sido invitado a la visita presidencial.

Adelantado, AMLO explicaba el divorcio entre las autoridades estatales y federales.

“Ya basta de hipocresía y hay que llamar a las cosas por su nombre… no es que tengamos diferencias con la gente de Chihuahua, tenemos diferencias con el proceder de autoridades que están poniendo por delante el interés partidista y se olvidan que por encima de los intereses personales, intereses de grupos, intereses de partidos, por legítimos que sean, está el interés general, el interés de la nación”, argumentaba el presidente.

La distancia del gobierno Corral va en serio, en el perímetro del evento no había una sola patrulla de la Policía Estatal ni de la Comisión Estatal de Seguridad. Municipales, Ejército y Guardia Nacional fueron los encargados de cuidar al presidente.

El conflicto que se originó por la extracción de las aguas nacionales de las presas chihuahuenses tuvo ayer un nuevo capítulo con la falta de Corral, la consideración presidencial de que la actitud del gobernador pone en riesgo la relación con Estados Unidos y la confirmación en los hechos de que las relaciones entre los dos poderes están rotas.

Sin nombrar a Corral, López Obrador criticó a las autoridades estatales por ponerse “nacionalistas”.

Esa sea tal vez la mayor afrenta para el presidente, que se quiera usar la defensa del interés nacional como bandera, una que fue suya hace mucho tiempo y que se abandonó de plano cuando su gobierno aceptó convertirse en el tercer país seguro y adoptar la política ‘Remain in Mexico’ dictada desde Washington.

***

Quedaron ambos esperando: ni el pueblo y ni los conservadores pudieron adorar ni repudiar al presidente en su llegada a la ciudad. Al contrario de otras ocasiones, donde el aeropuerto juarense congrega a cientos de personas, ahora López Obrador evitó el encuentro con la gente – entre quienes se encontraban campesinos que buscaban una solución para el agua de las presas–; apenas tocó tierra en un vuelo comercial, el mandatario fue conducido a la zona de hangares y vuelos privados, de donde salió para dirigirse al único evento que tuvo en la ciudad.

Afuera del aeropuerto algunos altercados que no pasaron a mayores y manifestaciones de apoyo al presidente fueron el escenario en el que inició el trayecto hasta donde se encuentra el centro de salud inaugurado.

De acuerdo con Román Meyer, la elección de suroriente como destino de la inversión no es casual. El gobierno federal, dijo, busca un impacto en las colonias más marginadas de esta frontera.

La marginación, abunda Meyer, tiene que ver con fronteras invisibles.

“Ciudad Juárez es una ciudad que está fragmentada en diferentes fronteras, donde colonias de alta plusvalía se resguardan en ciertas zonas y que gran parte de la ciudad de Juárez se encuentra en otra frontera, y que son estas fronteras invisibles, pero socialmente muy tangibles que generan estas grandes desigualdades”, detalla Meyer.

En el caso de Tierra Nueva, la colonia donde está el centro sanitario, la zona se eligió para atender los problemas de adicciones de la población joven del suroriente.

Las fronteras invisibles que el gobierno federal quiere disolver marcan la vida de los habitantes. Una revisión hemerográfica arroja que en aquella colonia han asesinado al menos a nueve personas en lo que va del 2020, además de que ahí fraguó un ataque que terminó con la vida de dos policías.

Antes del arribo del presidente, inusuales cuadrillas de trabajadores municipales de Servicios Públicos limpiaban algunas de las avenidas por las que transitaría la camioneta negra que transportó a AMLO. El despliegue no alcanzó a llegar a Tierra Nueva, donde las pocas calles con pavimento tienen baches y abundan los caminos de terracería, justo como la que cerraron para los vehículos del presidente y el alcalde.

Fotografía: Rey R. Jauregui

El rezago lo señala también el presidente, quien a las carencias evidentes agrega la falta de agua, drenaje y otros servicios públicos indispensables.

En su oportunidad, Cabada asegura que su administración ha avanzado en el recarpeteo y el alumbrado público sin deuda pública, aunque se le pasa decir que su gobierno intentó contratar un programa de iluminación que comprometería las finanzas municipales por 15 años.

Antes de terminar su intervención, Cabada dice que a nombre de la ciudadanía juarense debe pedir un decreto para la regularización de los autos ‘chuecos’ y que se extiendan los beneficios fiscales para la frontera.

Sin obtener una respuesta pública del mandatario, Cabada termina el evento sonriente después de pedirle a AMLO que pose para la selfie. El buen ánimo se vería interrumpido poco después cuando, a su salida, el alcalde de Juárez fue increpado por un grupo de personas que a gritos de “fuera Cabada” le recordaban que la ciudadanía se ha organizado para buscar su revocación por la vía legal.

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Que el carisma no se transmite igual por televisión, es algo que sabe el presidente.

Su insistencia por retomar las giras por el país en eventos con restricciones para la concentración de personas le impide la cercanía con la gente, uno de sus principales activos políticos.

Sin importarle las consecuencias de seguridad para él y para otros AMLO, viaja en vuelos comerciales y le cuidan elementos vestidos de civiles, sin armas visibles. En comparación con otros presidentes, las giras de López Obrador no paralizan las ciudades ni inundan de policías, marinos y militares las calles.

La pandemia ha mermado el contacto, la suerte de verbena popular en la que se convertían sus concentraciones, los discursos interminables, las arengas y las frases que quedaban en la memoria.

El único encuentro cercano que tuvo el presidente en Juárez fue con un niño que salió de su casa a recibir al presidente acompañado de Lucas, un pato que tiene como mascota. La bienvenida logró que la camioneta del presidente detuviera su marcha por unos minutos y se acercara al niño y a Lucas, una estampa fotografiada y distribuida por el equipo obradorista.

Fotografía: Bienestar Chihuahua

Con muchísima menor suerte corrieron las decenas de campesinos que desde temprana hora se colocaron detrás de las vallas para llamar la atención del presidente por el conflicto que desde hace tres años mantienen con la familia LeBarón en el ejido Constitución del municipio de Buenaventura por la sobreexplotación de agua.

En mayo de 2018, habitantes del municipio trataron de clausurar pozos presuntamente ilegales ubicados en el rancho La Mojina, propiedad de los LeBarón. Los inconformes fueron recibidos a balazos, lo que provocó posteriormente que las fuerzas estatales acudieran a cuidar los terrenos de la familia para evitar nuevas intromisiones.

Alejados del acceso principal, los campesinos ni siquiera eran visibles para el mandatario, lo que puso en evidencia las fronteras invisibles de las que hablaba Meyer. Para los campesinos que pedían ayuda por la sequía de su pozo de agua potable no hubo oportunidad de diálogo, atención ni, por supuesto, selfie.

laverdadjz@gmail.com

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