Opinión

Candidaturas ciudadanas: el futuro de una ilusión




febrero 8, 2021

La moral política que se sustenta en el descarnado éxito conduce a la incomprensión de procesos políticos y sociales que han de llegar como necesarios…

Jaime García Chávez

La moral política que se sustenta en el descarnado éxito conduce a la incomprensión de procesos políticos y sociales que han de llegar como necesarios e imprescindibles. A final de cuentas se trata de un criterio, o medida, propia del más desacreditado de los utilitarismos.

Empezaré recordando que el pasado 2 de diciembre solicité se me reconociera la calidad de aspirante a la candidatura independiente a gobernador del estado. Hube de sortear requisitos demasiado tortuosos que no se exigen a otros aspirantes y que están dictados por la incomprensión de garantizar los derechos que la Constitución establece, en un aspecto; y en otro, desentenderse de la realidad que existe e impera en la sociedad.

Lo primero que hay que asumir cuando uno emprende una ruta política, son las propias limitaciones, las carencias, los muros que de antemano se saben infranqueables, con la seguridad de apoyarse en un optimismo razonable y, porqué no decirlo, de la voluntad.

Aquí viene una anécdota: en 1976 asistí a una conferencia de prensa de don Valentín Campa, un candidato presidencial de izquierda que se levantó en contra de un decadente autoritarismo exoresado en la candidatura única de José López Portillo, porque ese año ni siquiera el PAN tuvo abanderado. Un periodista, Florencio Aceves, asistió, de entre muy pocos, y le hizo una pregunta al antiguo líder ferrocarrilero, que contaba en su biografía con muchos años de represión y cárcel:

—¿Para qué se postula a la Presidencia de la república si sabe que va a perder? — brotó fuerte y puntual la pregunta.

—Yo ya gané —respondió contundente don Valentín.

Y es que así se ganan batallas, aunque esto frecuentemente no se entienda. Después de 1976, y en la conjunción de muchos otros factores, sobrevino una reforma política que empezó a abrirle cauces a la pluralidad, y que a la postre condujo al viejo y anhelado deseo de derrotar al priísmo que se ostentaba como invencible. Con el paso de los años llegó una democracia electoral limitada, pero indiscutiblemente muy superior al autoritarismo burocrático y cerrado que impidió durante décadas el acceso al poder público a través el ejercicio del voto. Las pequeñas luchas siempre dan grandes frutos y han de fortalecer el ánimo.

Por eso ahora Campa está en la Rotonda de los Hombres Ilustres, y ni quién se acuerde con gratitud de aquel presidente que nos llevó a la primera gran crisis y lloró como un cocodrilo cuando prometió que defendería el peso como un perro.

Ni remotamente pretendo caer en la vanidad de comprarme con Valentín Campa. Por el contrario, creo que me brindó sus hombros para ver más lejos, y en esa brega en la que andamos muchos encontramos una inspiración para proponernos retos, encararlos y hablar de frente de los resultados, con la verdad. Se estipularon 85 mil firmas distribuidas en 45 municipios de la extensa geografía chihuahuense, y no alcanzamos a recabar más allá del 1%, y eso merecerá en el futuro explicaciones puntuales y detalladas.

Ya señalé las limitaciones y las propias responsabilidades. Ahora hablo de la otra cara de la moneda: fuimos a donde están los grandes conglomerados ciudadanos, les llevamos nuestro mensaje de gran aliento, les dijimos cómo podían apoyar; todas las herramientas que estuvieron en nuestras manos las empleamos y así pudimos hablar como miles de hombres y mujeres que nos escucharon respetuosamente y sin haber recibido desprecio alguno. Vimos la cara generosa de la gente de Chihuahua.

Veinte de los 45 municipios en los 40 días estipulados por las instituciones electorales fueron visitados y recibieron nuestro mensaje. La apertura de la radio, responsable y generosa, contrastó con el desprecio de la llamada “prensa escrita”, que nos condenó a la inexistencia. Encontramos una sociedad envuelta en el dolor, el miedo y la desesperanza impuesta por la pandemia del Covid-19, el luto humano, y todas las consecuencias de la crisis económica que ha golpeado los ingresos de la mayoría. Y también el miedo a la violencia que llega por dos vías: el crimen organizado y la militarización. Vimos una sociedad de menesterosos.

Hay una pandemia quizá menos grave: el gran malestar con la política, el ejercicio del poder y la partidocracia. Tal vez decirlo así es más complicado, lo inmediato es el profundo desencanto con los procesos electorales y todas sus implicaciones, especialmente el oportunismo que percibe el ciudadano de a pie de los aspirantes que, “ahora sí”, prometen que todo va a cambiar, que “juntos haremos historia”, que vendrá el “cambio verdadero”, que un “mejor futuro nos aguarda”, frases que se pueden endilgar con diversas tonalidades a todo lo que hay en el mercadeo electoral.

La gente nos advirtió de la conciencia que tiene de cómo los priístas ahora portan nuevos trajes, de los independientes que desertaron porque nunca lo fueron, del priísta de antier que luego se hizo Moreno y que transitó al PAN. Los tránsfugas están en el ojo ciudadano y nunca como ahora ese fenómeno está presente, deteriorando el aliento de la participación. El sentido profundo de la política ya no interesa, resolver lo inmediato es el imperativo, y muchas veces viene envuelto en dádivas para sostener el voto cautivo del clientelismo ancestral.

Un aspecto esencial que advertimos fue la ausencia de una izquierda democrática, sin cuya presencia el camino para que imperen los intereses creados de siempre continúen instalados en Chihuahua. Es grotesco que María Eugenia Campos, abanderada de la ultraderecha oligárquica sea la mayor opositora del gobernador de su propio partido, contrastando con la obsequiosidad de Juan Carlos Loera a quien se le percibe en el estado como producto del dedazo, más vigente que nunca. Esto y mucho más es lo que vimos.

La faena no ha terminado. El punto final aún no lo hemos puesto. Dijimos a lo largo de esta etapa de búsqueda del apoyo ciudadano que nunca lograremos lo posible si no nos proponemos lo imposible. Viene la etapa en la que vamos a develar que no basta que se declaren los derechos a la candidaturas independientes sin la garantía de que puedan trascender, y que deben trascender porque el actual sistema de partidos ya dio de sí y no es el canal por donde pueden fluir vastos reclamos a los que hay que dar voz.

Es probable que tengamos que pelear por el derecho a ser votados, que contemos con las condiciones de equidad y certidumbre que dispone nuestro código fundamental. Incluso, llegado el caso, como don Valentín Campa, que vayamos a la contienda sin el famoso registro previo. Porque, como él, considero, en esta tarea ya ganamos.

Es la hora de poner vocaciones políticas al servicio de la sociedad, conscientes de que las muchas experiencias electorales que ha habido en el mundo dictan que el éxito no es final, que el fracaso no es la ruina, sino el precedente de tener el coraje para seguir adelante.

***

Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.

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