Opinión

Una política de las mujeres




abril 9, 2021

Aunque en México se llegara a respetar un principio constitucional de paridad de género y ello se tradujera en mayores espacios de representación, si no aceptamos que son espacios de poder en un juego de paradigmas cognitivos masculinos, vamos a continuar postergando repensarnos una política que parta de nosotras

Celia Guerrero / Twitter: @celiawarrior

Hace apenas unos cuantos años, el ideal de la paridad de género se instaló en el imaginario social e incluso pasó a ser un “principio constitucional” en México. Como concepto apuntaba a que, a través de la participación equilibrada de hombres y mujeres en puestos de poder, se podría alcanzar “la igualdad de participación y representación en la vida democrática del país”. Así lo describen a la fecha. Muy lindo todo.

El guion oficial narra el proceso así: la reforma político-electoral de 2014 planteó la paridad de género en el registro de candidaturas. Luego, en 2019, la primera legislatura paritaria pasó las reformas constitucionales necesarias para tener “paridad en todo”: la mitad de los cargos de decisión en los tres niveles de gobierno, en organismos autónomos, en candidaturas de partidos y representantes en comunidades indígenas. Y el actual proceso electoral federal es el primero en el que estos cambios se verán reflejados.

Lo paradójico es que importa realmente poco que la paridad de género sea un principio constitucional cuando la crisis de violencia feminicida se desborda, las muertes violentas de mujeres incrementan por decenas todos los días y la supuesta distribución del poder no tiene impacto inmediato en la vida y cotidianidad de las mujeres.

Lo anterior me pareció tan solo una muestra de la necesidad de repensar desde el feminismo la manera en la que las mujeres participamos en o hacemos política. Así es como di con la política del deseo y otras reflexiones de Lia Cigarini, abogada, jurista y una de las fundadoras de la Librería de mujeres de Milán.  

En el diálogo ¿Qué es la política de las mujeres?, Cigarini resume algunas ideas que ha planteado a lo largo de décadas en sus escritos, como que las mujeres políticas que participan en las instituciones masculinas adquieren “paradigmas cognitivos masculinos” y la democracia representativa es el más jugoso de los frutos de la cultura masculina desde las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana, pero la representación a la mitad —o paridad— dista de ser una vía para la libertad femenina. [No me canso de recomendar, una vez más, cómo no, El contrato sexual de Carole Pateman].

“La representación de sexo podría tener una justificación si las mujeres fuésemos un grupo social homogéneo, pero no lo somos. Las mujeres nos reconocemos en una búsqueda de libertad femenina, en el dar sentido al hecho de ser mujer, a la diferencia, pero no tienen ninguna homogeneidad política”, planteó sobre el problema de reivindicar una representación de sexos. 

En ese diálogo Cigarini reniega de la organización democrática masculina que gravita sobre los partidos, las organizaciones y la representación, al recordar la crítica al poder en el origen del feminismo. Pero, sobre todo, es incisiva en señalar la representación a la mitad —o paridad— como una política tramposa.

“No quiero que el reparto del poder sea dignificado, sea ennoblecido con la idea de igualdad […] Quiero discutir esta cuestión de política, de política de las mujeres que está detrás, partiendo de sí y del propio deseo. Si quiero el poder digo que quiero el poder, no ennoblezco un deseo legítimo de poder con la idea de igualdad y de representación: se trata de reparto de poder”. 

Con este dardo argumentativo Cigarini nos ayuda a ver el punto de la discusión detrás de la repartición de los cargos de decisión. 

En México andamos ya la segunda década del siglo XXI, pero “la vida democrática del país” anda divagando en el siglo pasado. Y aunque se llegara a respetar un principio constitucional de paridad de género y ello se tradujera en mayores espacios de representación, si no aceptamos lo que en el fondo significa: espacios de poder en un juego de paradigmas cognitivos masculinos, y nos vendemos el choro de la igualdad; vamos a continuar postergando repensarnos una política no tramposa, que parta de nosotras.

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