Opinión

Algo más que vulgaridad




noviembre 18, 2021

Durante la asignación del presupuesto de 2020 del gobierno federal, los diputados y diputadas recurrieron a minutos de silencio por las tragedias ocurridas en el país, como artimañas para callar a sus antagonistas, con su comportamiento dieron la espalda a la ciudadanía

Héctor Padilla Delgado

Vulgaridad es la palabra con que algunas de mis amistades y familiares han coincidido en calificar el desarrollo de los debates recientes en la Cámara de Diputados en torno a la asignación del presupuesto del gobierno federal para el próximo año. Una de ellas agregó otros vocablos como vergüenza, desagradable, despreciable, para juzgar la manera en que la mayoría en la Cámara, Morena y sus aliados, y la oposición, el PAN y los suyos, se enfrascaron en la deliberación de tan estratégico y determinante asunto.

Insultos, empujones, agresiones, amenazas, pancartas y carteles mal escritos, gritos, abucheos y tomas multitudinarias del presídium, tales son algunas de las cosas que desde hace tiempo vemos en las noticias sobre el Congreso. Pero, en la sesión del sábado 11 de noviembre, a ello se sumó un hecho para el cual quizás la palabra vulgaridad se queda corta y es a todas luces inadecuada: la racha de peticiones de “minutos de silencio” que solicitaban diputados y diputadas de ambos bandos, para acallar a sus antagonistas y culparlos de hechos provocados por acciones y omisiones de los partidos en el poder en turno.

Los motivos por los cuales se solicita un minuto de silencio deberían tratarse con respeto y toda seriedad, como son los casos de feminicidios, la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, víctimas de la guardería ABC, entre otros. Pero los integrantes del Congreso, con esa artimaña, al descontextualizar y mencionar tragedias que han lastimado la conciencia pública nacional como pretexto para la descalificación mutua, unos y otros insultaron a todas las víctimas tocadas por la violencia y la corrupción en este país desde hace ya décadas.

Dejaron ver qué poco realmente les importa la tragedia que se vive, al convertir esos minutos de silencio en fingimiento y banalidad, y no en la oportunidad para que al menos por unos momentos breves y solemnes se comprometieran a buscar los mejores acuerdos para alcanzar un México con bienestar y sin violencia, como forma de reparar el daño a las víctimas; para que dignificaran a la política e hicieran de ese recinto parlamentario un espacio de reconocimiento y diálogo democrático y sustentado entre partes que piensan diferente. 

Con esas prácticas fallan a la investidura que poseen como representantes de la nación, dan la espalda a la ciudadanía, alimentan la creencia de que la política y el poder político son sinónimos de inmoralidad, propagan la enajenación política. En suma, decepcionan y frustran el anhelo de una vida pública renovada, vigorosa y democrática.

Las razones para el escepticismo y la desilusión política no surgen solo del modo de conducirse de diputados y diputadas, se encuentran también en el Senado así como en funcionarios públicos de los tres órdenes de gobierno;  incluso en personajes cuyo mandato es cuidar la salud de la vida democrática del país, como es el caso del presidente del Instituto Nacional Electoral, quien en un claro abandono de la imparcialidad y la neutralidad a que lo obliga la ley, participó en los lamentables hechos de esa sesión, actuando de manera prepotente y provocadora.

¿Qué palabra entonces puede aplicarse con justicia al espectáculo de los minutos de silencio que acabamos de presenciar? ¿Qué puede hacer la ciudadanía para que el hecho no se repita, y para que los representantes populares de todos los partidos en verdad representen a quienes votaron por ellos y eleven la calidad de la actividad parlamentaria?

Ayudaría mucho que la ciudadanía exija una disculpa al pleno de la Cámara de Diputados por su proceder. También, que la bancada de Morena no olvide su compromiso con los millones de electores que en 2018 y 2021 votaron por el ahora presidente López Obrador, por su promesa de transformar la vida y la moral pública nacional; y que los legisladores del resto de partidos, en especial PAN y PRI, sean autocríticos y se comprometan con estándares de conducta y maneras de hacer política alejadas de las formas autoritarias, prepotentes y corruptas que les han restado  legitimidad y han sido reprobadas por el electorado. Sobre todo, ayudaría que al menos por una vez y como acto de contrición, trabajen en alcanzar un gran acuerdo nacional para que en México haya paz con justicia y dignidad.

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