Manuel Loera de la Rosa
Economista y académico
I
Corría el año de 1977, cuando en su colaboración para la recién creada revista Proceso Marcos Moshinsky, acaso el físico mexicano más renombrado en esa época, acogiéndose a la idea de un amigo, cuyo nombre no reveló, desarrollo una tipología muy útil para clasificar la situación que enfrentaban las universidades públicas mexicanas, separándolas en: “las de aula, las de pasillo y las de plazuela” .
Las primeras eran comunes en los países avanzados, donde el estudiante pasaba la mayor parte de su tiempo entre aulas, laboratorios y bibliotecas. En “las de corredor” los estudiantes consumían su jornada, no pocas veces, charlando con los profesores en los pasillos. Finalmente en “las de patio o plazuela” los estudiantes vivían en un mitin permanente.
Implícitamente el Dr. Moshinsky se apoyaba en esta tipología para insinuar que en México la situación de las universidades públicas se asemejaba al antimodelo, representado por las universidades de corredor o plazuela; y que, por el contrario, se mantenía lejos del modelo deseable ilustrado por las universidades de aula y laboratorio.
Pero en su artículo calaba más hondo y precisaba que en las universidades que cumplían con su misión, si los gobiernos lo permitían, se podía practicar cotidianamente la crítica. En sus palabras: “Esta atmosfera de trabajo no está reñida con una actitud crítica con respecto a la sociedad de que forman parte, cuando los regímenes políticos permiten esa crítica”.
Con esta aclaración, probablemente sin proponérselo, Moshinsky nos perfilaba las principales rutas por donde transitarían las universidades mexicanas, a lo largo de los cuarenta años que corrieron entre fines de los setenta y el presente inmediato.
II
Efectivamente desde fines de los setenta, pero especialmente a principios de los noventa empezó un ciclo en el que se diseñaron políticas educativas orientadas a mejorar sustancialmente todos los procesos, actividades y servicios que la Universidad organiza en beneficio de la comunidad; pero en particular la calidad de los aprendizajes y los procesos de investigación que tienen lugar en sus recintos académicos.
El esfuerzo ha sido tan grande y los resultados tan visibles que hoy nadie cuestionaría que la mayor parte de las instituciones de educación superior que se sostienen del subsidio público se encuentran a medio camino entre el modelo puro, asociado a las mencionadas universidades de Plazuela o Pasillo y las que vincula al prototipo que denomina de aula y laboratorio.
Estos avances hablan de un ciclo de casi medio siglo en que el esfuerzo y el sentido de toda reforma se concentró en los aspectos sustantivos de la misión universitaria; pero por alguna razón, que para muchos estudiosos de los procesos educativos se relaciona con el modelo neoliberal, subyacente al diseño de la política educativa mexicana, los responsables de impulsar el cambio en las universidades no tuvieron en cuenta la propuesta de Moshinsky; quien, con la suficiencia y conocimiento que tenía de los modelos universitarios de excelencia, exponía que en México era enteramente factible desarrollar instituciones que a su solvencia académica sumarán la pluralidad.
III
Fue tal la energía que se invirtió en mejorar la situación académica de las universidades, que pronto pasó a segundo término el valor que en otro momento se otorgara a la democracia universitaria. Como si los procesos de desarrollo corrieran en sentido contrario: mientras que la universidad se concentraba en lo sustancial, y conseguía grandes resultados, relegaba los asuntos relacionados con el Gobierno universitario.
Siguiendo a medias el modelo de Moshinsky, las universidades se ensimismaron en la búsqueda de la universidad ideal; pero temerosas olvidaron que los temas del poder y su administración también son esenciales. En el caso de las universidades públicas del estado de Chihuahua este olvido alcanzó proporciones extremas, porque por temor a los estallidos estudiantiles lejanos, ocurridos en los sesenta y setenta; la concepción de su diseño institucional, de su gobierno, pero especialmente de sus procesos electivos, fue deliberadamente realizada para asegurar procesos acotados y extremadamente controlados.
El modelo de desarrollo institucional, confeccionado a la medida de las dos universidades públicas del estado de Chihuahua, omitió el tema del gobierno universitario y su conformación, y hasta ahora ha supuesto que representa uno de los mayores obstáculos y un riesgo que debe eludirse a cualquier precio. Sin embargo, no hay evidencia que demuestre que esta concepción tan limitada del desarrollo institucional pleno, represente la única ruta de desarrollo; por el contrario, hay evidencia sobrada que demuestra que el presente y el futuro inmediato de las universidades mexicanas, y eso no excluye a las de Chihuahua, debe construirse introduciendo en la agenda de su desarrollo, como un tema central, los asuntos asociados al concepto de buen gobierno universitario. No hay razón para dilatarnos, desde ahora los universitarios de México y de Chihuahua debemos impulsar cambios en la legislación universitaria; y en todas las políticas y estrategias de desarrollo futuro, la muy necesaria e inevitable democratización de la vida universitaria en todos sus planos.
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[1] Ver: Marcos Moshinsky, “Universidades de aula, corredor o plazuela”, Reflexiones sobre educación ciencia y sociedad, Obras, 2, El Colegio Nacional, México, 2000, pp. 41-44. El artículo fue originalmente publicado en la revista Proceso, el 9 de abril de 1977.
Marcos Moshinsky (1921-2009) fue un distinguido físico mexicano, de origen ucraniano. Sus principales aportaciones se enmarcan en el campo de la física nuclear. Miembro del Colegio Nacional; recibió el Premio Nacional de Ciencias y Arte; la UNAM le otorgó el Premio Nacional de Ciencias en 1985; pero el monto que recibió lo donó a los damnificados del sismo. Gran divulgador de la ciencia, mantuvo una columna en Revista Proceso en la que con su vasta experiencia delineaba el futuro ideal de la ciencia y la educación en México.