Opinión

El tiempo perdido




octubre 9, 2018

Ramón Salazar Burgos
Analista Político

Desde finales de la década del setenta el Estado mexicano fue abandonando su tradicional rol de regulador de la economía que equilibraba los defectos del libre mercado. Cedió por completo a favor del libre mercado todos los espacios económicos, inclusive los de sectores estratégicos. Se entregaron los ferrocarriles, los puertos, los aeropuertos, las minas, las carreteras, la industria eléctrica, las telecomunicaciones, las siderúrgicas, el petróleo, etc. Se desvistió al país y se le puso de espaldas ante los grandes grupos financieros internacionales y, lo peor del caso, también ante algunos apátridas locales.
La coyuntura política que vive el país hace suponer que pronto empezará el proceso de reversión del actual modelo económico que estuvo vigente por más de tres décadas y que dejó a la economía y a la mayoría de los mexicanos en la miseria y en estado generalizado de crisis. Sin embargo, pretender revertir en un sexenio, un proceso desastroso de enajenación de la riqueza nacional que duró décadas, es ingenuo. Se necesitará al menos un periodo igual cambiar el modelo económico.
El debate de las ideas en cuanto al modelo económico a seguir, es polarizante. Este encono se traslada al campo político electoral, esfera que se encarga de viabilizar el modelo de los actores que se alzan con el triunfo. En esta lucha se adscriben autores de signo diferente, pero también políticos profesionales. Igualmente, existen otros personaje que, sin ser académicos reconocidos, pero si políticos destacados en algún momento de su trayectoria, se suman a la discusión de las ideas con desarrollos teóricos que no resisten un análisis riguroso de sus textos. Entre estos se encuentra el expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari quien quizá, como producto de la nostalgia que le produjo el abandono del poder o tal vez por la soledad obligada que le generó la proscripción de la que fue obligado por su sucesor, se refugió en la escritura.
En su libro La Década Perdida. 1995-2005, Neoliberalismo y Populismo en México, aborda de manera limitada dos temas que en el ámbito de la ciencia política han resultado muy polémicos: el neoliberalismo y el populismo. El texto apareció un poco antes de la conclusión del primer tercio de la administración de Felipe Calderón. Dicen los versados que en política nada es obra de la casualidad, por lo que habría de advertir que tal publicación se dio en el contexto de las primeras escaramuzas de las fuerzas políticas rumbo a las elecciones intermedias de 2009, pero muy seguramente, teniendo en perspectiva la renovación del Poder Ejecutivo de 2012.
Al sexenio de Calderón le correspondió el segundo triunfo consecutivo del Partido Acción Nacional, después de que se presentara la alternancia, que no transición democrática, en el año 2000. Es importante destacar que en el estudio comparado son contadas las experiencias electorales exitosas en las que algún partido político haya retenido el triunfo más allá de dos victorias consecutivas. Si se le otorga validez al dato empírico anterior, resulta obvio entonces pensar que el mensaje de la publicación de su libro, estaba destinado a descalificar a una opción política al tiempo que fortalecía a la que finalmente se alzó con el triunfo en 2012. Así lo reconoce Salinas, al señalar que fue escrito, “no para ganar apoyos o adeptos en el presente, sino como una posición para el futuro.”
Sin rubor alguno, en su texto admite que tanto el neoliberalismo como el populismo han representado dos importantes obstáculos para el desarrollo de México, siendo ambos fenómenos los responsables de la “década pérdida”. Respecto al neoliberalismo, deliberadamente ubica su inicio en 1995 y su conclusión en 2006. No hay que ser muy suspicaz para entender las razones por las que ubica temporalmente su crítica en esa etapa. Su narrativa e insistencia sólo se entiende en el contexto de “el error de diciembre”, de 1995 y en los públicos diferendos que sostuvo con el expresidente Zedillo, ambos responsables de primer orden de la llegada del neoliberalismo a México.
Dicho en forma muy abreviada, el neoliberalismo es un modelo económico que pugna por la desregulación económica, por mantener al Estado fuera del mercado y por dejar el equilibrio al libre juego de las fuerzas económicas. En pocas palabras, exige que el Estado se mantenga al margen de la economía, pugna por la reducción de impuestos a las grandes empresas y exige el recorte del gasto social como una estrategia, nunca expresada, para garantizar a toda costa el pago de los empréstitos contratados.
Existe abundante literatura que ubica el surgimiento del neoliberalismo en América Latina, en Chile, a partir de 1973. En México, diversos autores lo ubican a partir de 1982, con el sexenio de Miguel de la Madrid, sin embargo, este modelo económico se afianzó durante la administración de Salinas de Gortari, pues en esta época se firmó el Tratado de Libre Comercio y se promovió la privatización de numerosas empresas públicas, por lo que resulta “incomprensible” que Salinas señale que el neoliberalismo haya irrumpido en México a partir de 1995, como si no hubiera existido un largo periodo de incubación de manera previa al arranque de la administración de Ernesto Zedillo Ponce de León.
Salinas fue un promotor importante del modelo neoliberal, aunque no lo reconozca, es por eso que se entiende la caracterización de populista que realizó de las acciones implementadas por los políticos que gobernaron la Ciudad de México entre 2000 y 2006. De ellos dijo: “se identificaron plenamente con la tradición mexicana que consideraba la acción dominante y omnipresente del Estado como la única opción que permitía alcanzar los propósitos nacionales. Ubicaron al Estado como el gran propietario de la economía, dispensador de servicios, árbitro entre el capital y el trabajo, sustituto de la sociedad organizada”, olvidando deliberadamente que esta forma de gestión pública fue la que predominó en México a lo largo de casi medio siglo, concluyendo en el sexenio de Miguel de la Madrid.
Lo cierto es que estas administraciones, a las que calificó de populistas, retomaron los postulados del Estado de bienestar, políticas que los gobiernos de manera paulatina empiezan a abandonar desde principios de la década de los ochentas. Aunque se empeñe en sostener lo contrario, su feroz crítica lo ubica como defensor del neoliberalismo del cual pretende desprenderse al ubicarlo fuera de su mandato, en llamada “década perdida”, es decir, en la década que corre de 1995 a 2005. Sin embargo el deslinde fallido que pretende hacer, se derrumba en razón de que los expertos en el tema ubican este periodo, de manera muy precisa en la década de los ochentas.
Su posición, a favor del libre mercado se corrobora con su tendencia de calificar de populistas a los gobiernos del Estado de bienestar, surgidos desde un poco antes de la posguerra, periodo en el que casi todos los países del mundo adoptaron políticas para mejorar la niveles sociales de la población, con el propósito implícito y no revelado de contener al socialismo real y el resurgimiento de movimientos radicales que ponían en riesgo a la democracia liberal. Salinas califica de populistas a sus gobiernos y resalta la connotación peyorativa que adquirió el término “populismo”, en razón de los fracasos de los dirigentes latinoamericanos para resolver los problemas económicos y sociales, sin admitir que tales fracasos han sido consecuencia de los temas que no resuelve el libre mercado y de la ineficiencia de la “democracia” para solventarlos.
La calificación de populistas la realiza aun reconociendo que en su origen ruso (en 1873 y 1874) el populismo se identificó con una tradición de izquierda prestigiada y respetada cuyos propósitos fundamentales de los populistas rusos eran “la justicia y la igualdad social” porque sus preocupaciones principales era encontrar la cercanía con el pueblo.
Salinas, atribuye al populismo los problemas de los países latinoamericanos, por los errores de sus gobiernos. Para él, la corrupción, las devaluaciones, las inflaciones, las crisis, etc., no tienen origen en las contradicciones del capitalismo ni en sus ciclos naturales de expansión y contracción que reconocen otros autores. En su crítica a los líderes latinoamericanos sostiene que, una vez en el poder se vuelven reeleccionistas, afirmación que contradice los postulados de las democracias liberales, pues las europeas y anglosajonas, que son el modelo, ven en la reelección una virtud y no un vicio o defecto, como se pretende hacer ver este fenómeno en América Latina.
En ese mismo sentido y con el propósito de insistir en la descalificación de los políticos que encabezaron el gobierno de la Ciudad de México, a partir del año 2000, califica a algunos gobernantes populistas que ha tenido Latinoamérica con ínfulas de profetas, para quienes el pueblo lo es todo, que se visten con ropajes de honestidad sólo como estrategia electoral o para perseguir proyectos personales, con escaso respeto por los procedimientos democráticos y las instituciones.
Expresa que sería un insulto para los populistas rusos llamar populista al gobierno de la Ciudad de México de esa época, por lo que es necesario hacer una diferenciación -dice- entre los populismos rusos, italiano, español y del mexicano, que fue en realidad el que se ejerció en esa ciudad. Señala que fue clientelista, estatista o tal vez barato, “populito” o populachero, o quizá, demagogo y autoritario. Esta narrativa, lo ubica a la perfección en el modelo del que intenta deslindarse.
La especialización en cualquier campo de la ciencia o en cualquier desempeño profesional exige conocimiento, entrega, pasión, esfuerzo, compromiso y el dominio de específicas habilidades técnicas o académicas. Salinas de Gortari fue un maestro en el arte de la política, reconocimiento que no alcanzó en la esfera académica o docente, a pesar de que a estas actividades les dedicó tiempo y esfuerzo al retirarse de la vida pública. En ese contexto hay que entender su atrevimiento, y tal vez su ingenuidad, al reconocer que en su libro hubo “observaciones cuidadosas” que realizó su esposa y “lecturas exigentes” que del texto realizaron sus hijos y una de sus hermanas, sin que haga referencia a especialistas en la materia, como lo sugiere la sabía ortodoxia académica. Así debe entenderse también su esfuerzo por apoyar la “solidez” de su exposición pues hace numerosas referencias a notas periodísticas y a reporteros que cita en su libro, concediéndoles valor académico a meras ocurrencias u opiniones. De igual manera debe interpretarse también, la ausencia de desarrollos teóricos y conceptuales al principio de cada gran tema, asuntos que toca de manera limitada ya avanzado cada capítulo. Llama la atención el tratamiento diferenciado y a veces hasta contrapuesto que realiza en su exposición de temas, personajes o épocas que, al compartir características iguales, deberían de atribuírseles también elementos iguales.
Por las afirmaciones anteriores no puedo señalar que el libro haya sido escrito pensando en lectores exigentes, pero sí que está enfocado a lectores con mediana o escasa información de los temas que aborda. Deduzco lo anterior por los subtítulos que aparecen en por todo el texto, intentando orientar la compresión del lector y dejar claro el propósito del mensaje.
ramonsalazarburgos@gmail.com

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