Opinión

Carlota




abril 24, 2019

Mujeres fuertes y revolucionarias han estado siempre en la historia. Olvidarlas es como olvidarnos un poco a nosotras mismas

Daniela Pastrana
@danielapastrana

Ciudad de México – En septiembre de 1975, mientras yo brincaba de gusto porque mis tíos me llevarían a Disneylandia (el parque de diversiones creado por la mayor productora de películas infantiles de la historia), un experimentado periodista polaco viajaba a Angola para a cubrir la salida de los portugueses europeos de su colonia.

En esos días yo no tenía idea de qué había países que aún peleaban su independencia. Tampoco sabía qué era independencia. A los 5 años, la palabra estaba intrínsecamente ligada a comer pozole. Además, Angola no figura entre los países que se pueden comprar jugando Turista.

Los siguientes dos meses, mientras yo disfrutaba con mis primas el mundo de fantasía de Disney, me aterrorizaba con una Orca estresada de Sea World y sumaba un kit completo de ropa y zapatos a mi colección de Barbies, Ryszard Kapuscinski recorría el país en guerra buscando a Joaquim António Lopes Farrusco, el “Ché Guevara africano-portugués”

Kapuscinski tenía 43 años y desde los 25 había viajado constantemente a África. No era un periodista inexperto y entendía bien el conflicto de ese país, que desde un año antes vivía una lucha por el poder entre dos grupos independistas: el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA, de corte socialista) y el Frente Nacional para la Liberación de Angola en alianza con la Unión Nacional de Independencia Total de Angola (FLNA-UNITA, apoyados por Estados Unidos).

El 5 de noviembre, cuando parecía que el MPLA tenía todo perdido, el gobierno cubano decidió entrar en el conflicto, y comenzó en el mayor despliegue militar de Cuba en el extranjero: La operación Carlota, que duró 16 años e implicó el envío de unos 377 mil cubanos (entre soldados, médicos, maestros e ingenieros) a Angola.

El contacto entre los dos países había comenzado 10 años antes, durante la aventura congoleña de Ernesto Guevara, quien estableció los primeros lazos con el MPLA y su líder Agostinho Neto, quien a la postre fue el primer presidente de la naciente República Popular de Angola. Pero el papel de Kapuscinski, el único periodista extranjero que llegó al frente de batalla, fue central, no solo porque informó sobre la invasión de Sudáfrica al sur de Angola, sino porque se reservó información exclusiva sobre la participación cubana.

Esos días previos a la declaración de independencia de Angola, el 11 de noviembre de 1975, son los que cuenta Kapuscinski en “Un día más con vida”, su libro preferido, y el más personal. Y que ahora, tras una década de trabajo, es llevado al cine por una producción hispano-polaca que implicó la participación de más de 500 personas.

La película del navarro Raúl de la Fuente y el polaco Damian Nenow es una animación con elementos de imagen real basados en el libro y testimonios de tres sobrevivientes: los periodistas Artur Queiroz y Luis Alberto, y el comandante Farrusco, un portugués que se hizo de Angola su patria y que resistía en el sur, con “un destacamento condenado al exterminio, para él no existe salvación”, según escribió Kapuscinski.

La cuarta protagonista es Carlota, una joven combatiente de 20 años a la que Kapuscinski conoció en Benguela; el comandante Monti la asignó como escolta del periodista para llegar a Balombo. Era una joven dura y bella, de la que todos se enamoran, pero que murió en combate, protegiéndolos.
En el libro, escrito un año después, Kapu dedica varias páginas al único día que conoció a la joven:

“Había nacido en Rosadas, no muy lejos de la frontera con Namibia. El año pasado había recibido instrucción militar en los bosques de Cabinda. Después de la guerra quería ser enfermera. Es todo lo que sabemos de esa muchacha que ahora va junto a nosotros en un coche con una metralleta sobre las rodillas y que – puesto que ya hemos agotado nuestro arsenal de bromas y por unos momentos se ha instalado la tranquilidad- se ha puesto seria, absorta en sus pensamientos (…)

Barbosa le pregunta cuando se va a casar. Vaya, eso no lo sabe, lo que hay ahora es guerra. El sol se oculta tras los árboles, se acerca el crepúsculo y tenemos que marcharnos, Regresamos a los coches, que nos esperan en la calle principal, Todos estamos contentos porque hemos visto el frente, tenemos una película y fotos. Seguimos vivos (…) Si hubiéramos oído los disparos ¿habríamos mandado dar media vuelta para permanecer junto a Carlota? ¿Habríamos sido capaces de arriesgar nuestras vidas para protegerla, como lo hizo ella al protegernos en Balombo? (…) Todos somos culpables de esta muerte, porque no hemos puesto obstáculos para que Carlota se quedase”.

Angola fue el principal país proveedor de esclavos de la humanidad. Tiene petróleo, diamantes y es uno de los peores países en índices de mortalidad infantil.

En la película, Carlota es el alma del grupo, preocupada por los niños. En la última conversación que tiene con el periodista le dice una frase que es clave en la forma de entender el mundo del polaco: “No dejes que nos olviden”

Años después, Kapuscínski, viajero de las rutas no oficiales, publicó Ébano (1988), el libro en el que repasa las independencias de los países africanos y que inicia con una aclaración: “África no existe, es solo un nombre. Su realidad es demasiado grande, un cosmos heterogéneo de riqueza indescriptible”.
Dice también que “la guerra es intransferible”.

Eso es lo que he aprendido en mis 25 años de periodista: la guerra es intransferible. Sus secuelas también. El poder es una lucha constante: los dominados muchas veces se vuelven dominadores. Las víctimas a veces también son victimarios. El dominio es una categoría contra la que siempre hay que pelear. Y nunca debemos olvidar a los olvidados, ni a los que han combatido antes.

También he aprendido a desandar lo aprendido y reaprender cosas, no para negarlas, ni para culparnos de lo que somos, sino para ser conscientes de las decisiones que tomamos: ahora ya no voy a los acuarios, aunque entiendo que en 1975 mis tíos no podían saber que la Orca estaba estresada.

Tampoco tengo mi colección de Barbies, pero si disfruto algunas películas recientes en las que las Barbies son sirenas o hadas o princesas bailarinas, porque me gusta el ballet y el cine. Y porque también soy.

Pero sobre todo, he aprendido que mujeres fuertes y revolucionarias ha estado siempre en la historia. Olvidarlas es como olvidarnos un poco a nosotras mismas.

La historia de Carlota, la combatiente de amplia sonrisa en Angola, podría ser la de muchas rebeldes de las guerrillas de América Latina.

La de Carlota, que dio nombre a la operación militar cubana en Angola, fue una esclava negra, de origen lucumí, que lideró una sublevación de esclavos en el ingenio azucarero Triunvirato en la provincia de Matanzas el 5 de noviembre de 1843. Ella murió y fue descuartizada por sus verdugos por el delito de querer ser libre.

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