Opinión

Tenemos que hablar de pambol




julio 17, 2019

Necesitamos hablar del odio que despierta que una mujer juegue, opine o participe en el mundo del futbol. También, de cuánto de verdad hay en nuestras negaciones y afirmaciones de quiénes somos, de lo que nos gusta o disgusta

Celia Guerrero
@CeliaWarrior

2019 será recordado como el año en el que me puse a hablar de futbol. Quienes me conocen bien ya entendieron la ironía. Pero para quienes no saben ni quién soy ni por qué están leyendo esto, les cuento: nada en la vida, ninguna actividad en la historia de la humanidad me parecía más intrascendente que el juego ese que a tanto fanático alborota… Hasta hace unas semanas.

Sí, evidentemente el algoritmo y la maquinaria mediática hicieron su trabajo y me llevaron a enterarme de los partidos de la última copa femenina, por lo menos del chisme trendy y los resultados de los juegos. Todo gracias a las varias mujeres a mi alrededor que compartieron en sus redes sociales contenido relacionado. A algunas de ellas siempre les ha gustado ese deporte, pero otras al parecer cayeron en la trampa del mame, igual que yo.

Of course my horse que escuché por primera vez el apellido Rapinoe, googlié: ‘¿cómo se pronuncia…’ y comencé a seguirla en Twitter. También me emocionó el mensaje que Marta, la capitana brasileña, dio a las niñas al terminar el juego que eliminó a su equipo de la competencia. Y sí, lo reconozco, antes de todo eso voté unas 40 veces por Nina, la niña de San Luis Potosí que se ganó una beca para asistir a una clínica de futbol gracias a las redes de mujeres que sin conocerla decidieron apoyarla.

Hasta ahí, todo era información dispersa en el escenario virtual pambolero a la que prestaba poca atención y por mera casualidad. Luego, me enteré de que la final de la copa femenina la ganaron las estadounidenses —aunque no vi el partido— y sobre la exigencia que el público del estadio coreó cuando terminó: equal pay, equal pay.

Entonces, el tema verdaderamente captó mi atención. No tenía idea [porque, claro, siempre me había importado un carajo] que también en el futbol las mujeres son mal pagadas en relación a su esfuerzo y resultados, con respecto a lo que ganan los futbolistas hombres. Pensaba, inocentemente, que igual que el futbol masculino todo era sostenido por un poderoso mecanismo publicitario que, siendo en realidad una de las máximas expresiones del nacionalismo, tendría bien asegurada la fidelidad de todas —como la de todos— las enredadas entre sus tentáculos: tanto participantes, como consumidoras. Y pues nop.

Una vez más reconfirmé que el sistema no está diseñado para nosotras ni está preocupado por hacernos lugar o reconocernos con igualatitud. Ni siquiera cuando le conviene.

Pero esperen, mi ingenuidad no tiene límites, aún hay más. Leí las reacciones de onvres alrededor del tema y —¡oh, sorpresa!— me llevé horas pasmada por las decenas de comentarios a notas de prensa, videos y otros contenidos, argumentando en contra de la exigencia de las jugadoras de un pago justo. En pocas palabras, me shockeó la inmadurez de quienes salieron a defender “su futbol” [lol].

Por más neófita que fuera en el tema, debí haberme imaginado lo escabroso que es para algunos que las mujeres se atrevan a practicar un deporte del que se les vetó por años, mostrarse orgullosas y seguras de sus capacidades deportivas y luego —¡imagínense!— pedir que les paguen lo justo por meterse, literalmente, en la cancha de los varones. Ay, ¡qué igualadas!

Ya en serio. No sé si es porque este mundo está de verdad en llamas y todos somos como la rana esperando dentro de la olla con agua a salir hervidos para darnos cuenta del peligro hasta que sea demasiado tarde, pero: necesitamos hablar del odio que despierta que una mujer juegue, opine o participe en el mundo del futbol. De muestra, los invito a leer y reflexionar los comentarios violentos y la cero argumentación vertidos por los onvres en este lindo artículo de Estefanía Camacho: “Y tú, ¿qué sabes de futbol, si eres mujer?”.

Y luego, tenemos que hablar también de por qué, como mujeres, hay temas a los que no les entramos porque creemos “no son lo nuestro”, como en mi caso el pambol. Ir pensando, cuánto de verdad hay en nuestras negaciones y afirmaciones de quiénes somos, de lo que nos gusta o disgusta. Y cuándo puede ser que —de tanto que nos lo repitieron— terminamos aceptando como algo irrefutable una imposición o una exclusión.

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