El gobierno del presidente López Obrador pretende legalizar la producción de cannabis como parte de su estrategia contra la inseguridad y violencia. Un plan correcto y progresista. Pero en la realidad mexicana hay otros datos
Alberto Najar
@anajarnajar
Ciudad de México –Es uno de los pocos temas donde el presidente Andrés Manuel López Obrador coincide con organizaciones civiles: Legalizar la marihuana puede ser una efectiva receta para mitigar la barbarie por la guerra contra el narcotráfico.
La estrategia no es nueva. En los últimos años son varios los intentos por modificar la Ley General de Salud y permitir, en principio, el comercio de cannabis como medicina y después para uso recreativo.
El actual gobierno va más allá. Propone legalizar no sólo el uso medicinal sino también la producción a gran escala, inclusive a nivel industrial.
La propuesta camina en el mismo sentido de una creciente tendencia mundial para combatir el tráfico de drogas sin violencia, con acciones de libre mercado más que operativos militares.
Sin embargo, la realidad en México tiene otros datos. La teoría dice que al dejar de ser ilegal la producción de marihuana, el costo de la droga se abatiría notablemente y dejaría de ser negocio para carteles y bandas de narcotráfico.
Ya no habría incentivo para promover el cultivo. Los consumidores mexicanos tendrían acceso a un mercado regulado, con supervisión en los estándares sanitarios y de calidad en el producto.
Como hipótesis de trabajo suena bien, incluso parece progresista. El problema, como en casi todos los contratos, es la letra chiquita. Y en este caso es el eficiente sistema de cultivo de la droga en el país.
Según el Reporte internacional sobre la estrategia de control de narcóticos del Departamento de Estado, la producción de marihuana en México es de unas 7 mil toneladas anuales.
El consumo interno es de 400 toneladas al año, es decir, aproximadamente el 5% de la producción total. Es hacia este segmento que se dirige, principalmente, la iniciativa oficial para legalizar la marihuana.
Con estas cifras se antoja difícil que los delincuentes abandonen su cultivo. Es una lógica de pesos y dólares: a veces es necesario sacudirse un nicho del mercado en aras de asegurar una mayor tajada.
A tal escenario contribuye el entorno internacional. Si logra superar los obstáculos en el Senado –donde se debe aprobar o no la iniciativa oficial sobre el tema- México sería el tercer país del continente en legalizar la producción de marihuana.
Pero en casi todo el mundo el consumo seguiría restringido. Es, pues, el mercado natural para la eficiente producción mexicana. El incentivo de los carteles para olvidarse del negocio es poco.
No todo son malas noticias y una buena es, paradójicamente, también de libre competencia. Estados Unidos, el principal consumidor de narcóticos del mundo, se ha vuelto cada vez más eficiente en su producción interna de cannabis.
Aún hay más. Uno de los objetivos centrales en la intención de legalizar la marihuana es bajar la violencia. Pero el mercado mundial de las drogas, especialmente los consumidores estadounidenses, se mueve cada vez más a los productos sintéticos.
Es una actividad cada vez más rentable para los carteles mexicanos que son, de acuerdo con la DEA, los mayores proveedores de Estados Unidos.
La producción de esta mercancía tiene, con algunas variantes, la misma lógica que la marihuana. Es decir, requiere de zonas de producción, equipos de seguridad para cuidarlas y mecanismos para invertir las ganancias.
Pero necesita, sobre todo, de rutas para la exportación. Y las que hay en México están permanentemente en disputa.
Una enseñanza de los años de guerra desatados por el impresentable Felipe Calderón es que la violencia se desata cuando dos o más grupos pelean por un territorio.
No importa el producto o la actividad. En el mundo de la delincuencia las diferencias suelen resolverse a balazos. Las mediciones del negocio son en muertos o desaparecidos.
En tal escenario legalizar la marihuana para combatir la violencia puede ser una buena medida. No es suficiente, pero es un primer paso.
El camino, sin embargo, es muy largo.