Los Madero y los Marko; los “Chuchos”, los Calderón o los Fox saben a un mismo caldo –aunque no lo sean– ya muy mosqueado, agrio. Y, como decía el conocido, “lo ‘mágico’” es que no se dan cuenta.
Alejandro Páez Varela
Ciudad de México –Un amigo que ha prestado sus servicios en tareas de Comunicación Social a distintos gobiernos, empresas, partidos y políticos (sobre todo de Acción Nacional) me decía que era sorprendente cómo Andrés Manuel López Obrador colocaba temas en la oposición; la dejaba exhibirse y luego le daba una arrastrada pública usando sus propias palabras. Un conocido coincidía, y agregaba: “lo ‘mágico’ es que sus opositores apenas alcanzan a enterarse”.
El amigo me ponía como el ejemplo más pulido las acusaciones de “racismo al revés” contra López Obrador por focalizar una parte de la ayuda social en ciertos indígenas (adultos mayores), minoría abatida por siglos. Soltó el dato, esperó las reacciones y luego las sepultó, con los argumentos que salieron. Los tres coincidimos en que la oposición no ha logrado, un año después, construir siquiera una narrativa coherente que le ayude a sobrevivir. Los únicos que “brillan” en el desolado mundo opositor son los que colocan algún escándalo y la mayoría de las veces ha sido a base de mentiras. Jules Rementería es rey con el “chorizo-gate”, pero al menos no había segundos y terceros (inocentes) invocados. El “racismo-al-revés-gate”, en cambio, se fue contra los menos agraciados y dio, otra vez, la razón al Presidente.
Por fortuna, la supuesta polémica terminó como vino. Digo “por fortuna” porque los argumentos era tan absurdos que daban pena. Digo “supuesta polémica” porque no había ni hubo nunca tal: apenas un puñado de ignorantes le declaró la guerra a la idea de adelantar las pensiones a los adultos mayores de pueblos originarios; apenas un puñado pensó que era “racismo al revés”.
Lo dije públicamente la semana pasada y lo repito: Tildamos a Estados Unidos de racista y nos pone el ejemplo: las tribus originarias tienen exenciones de impuestos; se les dieron grandes extensiones de tierras en el siglo pasado; se les asignaron hasta negocios lucrativos, como los casinos, para que se emparejaran económicamente después de siglos de despojo. Jubilar a adultos mayores de las comunidades indígenas en México les pareció racismo. Una soberana estupidez (y disculpen ustedes el español, pero es una lengua compleja y llena de posibilidades).
Un caso emblemático de la mentira, la derrota y la falsa polémica es la sobrina del ex Presidente mexicano Felipe Calderón, Mariana Gómez del Campo. Hace poco generó un rechazo hasta de su propia familia cuando tuiteó una imagen del cartonista Paco Calderón donde se decía qué “hay niveles” sociales. Luego se convirtió en la lanza de muchos que rechazan que el Estado mexicano haya rescatado a Evo Morales, ex Presidente de Bolivia cuyo rasgo más fuerte, además de ser un generador de bienestar para los pobres en su país, es ser indígena. Posteriormente se soltó con lo de dar beneficios focalizados a los pueblos originarios en México. Gómez del Campo tiene antecedentes de racismo y clasismo y su fuerte político, por llamarlo de alguna manera, es ir “contra el populismo” (que según ella se representa en beneficiar más a los que menos tienen). Pero este episodio, sembrado por López Obrador, le dejó verse básicamente como ignorante.
Gómez del Campo tiene muchos problemas –empezando con el de autoestima, porque ella no viene de familias “blancas”, puesto en su propia lógica–; pero dos muy marcados hablan de hipocresía. El primero es que, dados sus antecedentes, su argumentación se basa en un rechazo de clases; el segundo es que ella misma ha vivido del Estado mexicano como pocos ciudadanos de este país. Ha vivido del Estado, pero, ¿alguien recuerda qué de qué ha servido ella a los ciudadanos? Su última “aportación” (o la que recuerdo, que no la sigo y no me parece tan importante) es la polémica (también falsa) que desató con la “votación fraudulenta” para la elección de Rosario Piedra como titular de la CNDH. Pero no sé de alguien que recuerde qué ha propuesto, qué ha logrado, qué ha sembrado a favor del país. Y esos son los personajes que “brillan” desde la oposición, para su desgracia.
La paradoja es que Gómez del Campo crezca dentro del PAN o de México Libre por sus posiciones racistas y clasistas o por simplemente atacar sin razonar. Y eso, a su vez, habla de dos cosas: qué inspira ser oposición en el país que vivimos, y qué tan pobre es ese flanco que alguna vez albergó figuras como Manuel Clouthier, Rosario Ibarra de Piedra, el mismo López Obrador, Carlos Castillo Peraza o Cuauhtémoc Cárdenas.
Decía que el caso de la sobrina de Calderón es emblemático.
Lo es: Gómez del Campo no tiene cargo público hoy mismo porque básicamente se le acabó la senaduría que le dejó el tío. Pero en el único puesto en la administración pública federal que tuvo (también por los méritos de ser familiar del Presidente) fue simplemente opaca. En el año 2002, cuando trabajó en la Secretaría de Gobernación en la Subsecretaría de Desarrollo Político, en la declaración patrimonial que presentó a la Secretaría de la Función Pública se limitó a informar su trayectoria académica y laboral, que entonces se resumía a ser secretaria particular de alguien en Acción Nacional. Ni bienes ni conflictos de interés declaró.
Dos años después, en 2004, cuando presentó su declaración de conclusión, siguió en lo mismo: decidió no hacer públicos sus bienes patrimoniales, su sueldo o sus posibles conflictos de interés. Ni siquiera años después, cuando el PAN impulsó el tema de la transparencia en funcionarios públicos, Gómez del Campo presentó su declaración 3 de 3 en la iniciativa impulsada por organizaciones civiles. La opacidad ha sido su firma. Y nada más. Y esos son los personajes que “brillan” desde la oposición, para su desgracia.
Hoy, desde su única trinchera (Twitter), da clases de ética y moral. Y provoca reacciones por la misma razón que le ha permitido vivir del Estado mexicano: porque es sobrina de Felipe Calderón y de su esposa, la señora Zavala. De otra manera difícilmente atraería la atención; no hay medallas, no hay mérito propio. Sólo tropiezos y una marcada agenda de clasismo, racismo y estupidez que –la memoria de Manuel Gómez Morín me disculpe– es el sello del PAN en estos días.
Durante el Siglo XX, la oposición fue una reserva moral, un bastión de la ética para contener y contrarrestar a los gobiernos corruptos y abusivos del PRI. Eso, desgraciadamente, terminó. Los Rementería y los Gómez del Campo; los Madero y los Marko; los “Chuchos”, los Calderón o los Fox saben a un mismo caldo –aunque no lo sean– ya muy mosqueado, agrio. Y, como decía el conocido, “lo ‘mágico’” es que no se dan cuenta.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx