Toca reconocer la deuda histórica que tienen los feminismos con las mujeres de las periferias, acompañarlas con el mismo ímpetu que en otros espacios y acuerpar su lucha… ¿de qué sirven alejados de las que más los necesitan, centralizados y sumidos en las imposiciones de una narrativa masculina?
Celia Guerrero
Twitter: @CeliaWarrior
Ciudad de México –Puedes sacar a la chica de la periferia, pero jamás sacarás la periferia del corazón de la chica. El mismo dicho —regularmente clasista o xenófobo— utilizado para denostar el origen de las personas, nos acomoda perfecto para enaltecer la identidad y el compromiso político irrenunciable de quienes somos periféricas.
Cómo negar la deuda perpetua de ciertos feminismos hacia las mujeres que habitan territorios periféricos. Por suerte, la convocatoria de las colectivas del Estado de México a las feministas en la capital del país para acuerpar su manifestación el #24N, previa al #25N, día internacional contra la violencia hacia las mujeres, ha vuelto a señalar la necesidad de descentralizar las protestas. La misma consideración de reconocimiento y acompañamiento la piden desde hace tiempo las mujeres organizadas de cada región del país cuando olvidamos lo grande, complejo y diverso que es México. Sus reclamos —legítimos y claros, urgentes y aún así la mayoría de las veces ignorados— deberían orillar a los feminismos centralistas a una disertación profunda sobre el sitio en donde han decido colocar su esfuerzo y a la pregunta obvia: ¿de verdad creen que desde ese lugar enfrentarán con efectividad al patriarcado?
Quizá es innecesario anunciar: “Aquí comienza la periferia” porque, luego, ¿a partir de dónde trazamos la línea y para qué? Lo que sí parece prioritario es reconsiderar que se trata de las periferias [así, en plural] y de las mujeres periféricas que las habitan.
Periféricas son las mujeres que reconocen el cuerpo como territorio; dimensionan la complejidad en la socialización y vivencias recibidas y filtradas a través del espacio primario de apropiación del mundo: el propio cuerpo, e imprimen otro valor al acto del acuerpamiento; se desconectan de tuiter y salen a la calle, acompañan físicamente, colocan el cuerpo porque saben lo que implica.
Periféricas son las mujeres que viven día a día el peligro del recorrido en transporte público desde cualquiera de los municipios con dos alertas de género declaradas en el Estado de México a la Ciudad de México y de regreso. O las que nunca salen de la delimitación territorial de cualquier capital o urbe, pero sí habitan en la marginalidad.
Periféricas son las mujeres que admiten que hay feminismos basados en conocimientos mayoritariamente elitistas y hay feminismos sostenidos por otros conocimientos que parten de la vivencia de la opresión.
Periféricas son las mujeres que escuchan y observan [a propósito de escuchar y observar, aquí el trabajo de una extraordinaria fotógrafa feminista durante el #24N descentralizado] dispuestas a verse reflejadas en las otras y a encontrar las opresiones en común, a pesar de sus evidentes diferencias.
Periféricas son las feministas disidentes [más en la compilación Feminismos disidentes de América Latina y el Caribe]. Las que cuestionan la hegemonía, no quienes la interiorizan.
Hoy otras mujeres organizadas y feministas de Nezahualcóyotl, Aragón, Chimalhuacán, Valle de Chalco, Iztapalapa, Ecatepec, Xochimilco, están convocando una vez más a descentralizar las manifestaciones. Así que toca reconocer la deuda histórica que mantienen los feminismos con ellas, toca acompañarlas con el mismo ímpetu que acompañan y se posicionan en otros espacios y comprender de la naturaleza de las periferias para calcular la importancia de acuerpar a las mujeres que las habitan.
Si los feminismos están más fuertes que nunca en México —como les encanta pregonar— ¿de qué sirven alejados de las mujeres que más los necesitan, centralizados y sumidos en las imposiciones de una narrativa masculina?