Esas “benditas redes sociales” no fueron tan benditas para él. Se convirtieron en un foro totalmente adverso al punto de que, creo, parte de la decisión de irse tiene que ver con que sintió un ambiente hostil, no en las calles, no entre los que lo rodean, sino en las “benditas redes sociales”.
Alejandro Páez Varela
Ciudad de México –La salida de Evo Morales de México me supo amarga por muchas razones. La primera es que me hizo sentir mezquino. El ex Presidente –derrocado en un golpe de Estado– seguramente leyó toda esa cantidad de insultos que se profirieron en estos días, sobre todo de personajes virales que tienen odio ideológico, odio de clase y/u odio racial, como un Javier Lozano, un Vicente Fox, un Felipe Calderón o una Mariana Gómez del Campo.
Muchos, incitados por el odio, lo llamaron “mantenido”, “dictador”, “paria”, “malnacido”; incluso lo llamaron “perro”. Seguramente miles de los que lanzaban ofensas no podrían ubicar Bolivia en un mapa pero sí pudieron juntar suficientes palabras para denigrarlo; posiblemente miles de los que le crearon un ambiente hostil jamás se enteraron que ese ex mandatario indígena elevó el nivel de vida de los pobres de su nación y tampoco supieron que mantuvo la economía en un crecimiento envidiable. Nada de eso vale frente a una turba. Lo dicho: la turba no es sabia: lincha, es injusta, se mueve como las jaurías de depredadores. Me sentí mezquino a causa de los otros. Terminé, resignado, aceptando que se fuera: el ambiente de este país, razoné, es de mucho odio. Adiós, Evo. Qué vergüenza el maltrato y ya ni vale la pena tratar de decirle que no todos somos como los energúmenos que lo insultaron.
Apenas en su edición de diciembre, The Atlantic publica un ensayo de Jonathan Haidt y Tobias Rose-Stockwell sobre lo que nos ha pasado en las redes (y agradezco al pintor Daniel Lezama que me lo compartiera). “El problema puede no ser la conectividad en sí, sino la forma en que las redes sociales convierten tanta comunicación en una actuación pública –dice–. A menudo pensamos en la comunicación como una calle de doble sentido. La intimidad se desarrolla a medida que los socios se turnan, se ríen de las bromas del otro y hacen revelaciones recíprocas. ¿Qué sucede, sin embargo, cuando las tribunas se erigen a ambos lados de esa calle y luego se llenan de amigos, conocidos, rivales y extraños, todos juzgando y ofreciendo comentarios?
El psicólogo social Mark Leary acuñó el término sociómetro para describir el indicador mental interno que nos dice, momento a momento, cómo nos está yendo a los ojos de los demás. Leary argumentó que realmente no necesitamos autoestima; más bien, el imperativo evolutivo es lograr que otros nos vean como socios deseables para varios tipos de relaciones. Las redes sociales, con sus botones de me gusta, con amigos, seguidores y retweets, han sacado nuestros sociómetros de nuestros pensamientos privados y los han publicado para que todos los vean”.
Los dos ensayistas citan un estudio de 2017 realizado por William J. Brady y otros investigadores de la Universidad de Nueva York. Brady midió el alcance de medio millón de tweets y halló que cada palabra moral o emocional (las palabras de odio incluidas) usadas en un tweet “aumentaron la viralidad en un 20 por ciento, en promedio”. Es decir, tomar partido con odio nos da “satisfacción” porque nos hace más virales. Otro estudio de 2017, realizado por el Centro de Investigación Pew, “mostró que las publicaciones que exhibían un ‘desacuerdo indignado’ recibieron casi el doble de participación” que otro tipo de contenido en Facebook. Es decir: estar en desacuerdo y mostrarse indignados generaron mayor viralidad y por lo tanto, mayor satisfacción. Es decir: a diferencia de otros momentos en la historia del individuo, el odio nos puede generar satisfacción e incluso aceptación de más personas. Hasta hace poco, odiar no era públicamente aceptado; hoy hacemos nuestro amigo al que odia más y tiene más argumentos para odiar.
Vean lo que le pasó a la joven Karen, “desaparecida” por un malentendido pero luego odiada y ridiculizada por miles, muchos de los cuales aprovecharon para tratar de revertir el justo reclamo de las mujeres víctimas de la violencia en las calles.
Haidt y Rose-Stockwell agregan, en The Atlantic: “Los seres humanos evolucionaron hacia chismear, engañar, manipular y aislar.
Nos atraen fácilmente a este nuevo circo de gladiadores, incluso cuando sabemos que puede hacernos crueles y superficiales. Como ha argumentado la psicóloga de Yale, Molly Crockett: las fuerzas normales que podrían impedir que nos unamos a una multitud indignada […]; o los sentimientos de empatía por una persona humillada, se atenúan cuando no podemos ver la cara de una persona y cuando [en la red] se nos pide, muchas veces al día, que tomemos un bando [agrego: que odiemos] para ‘agradar públicamente’”.
En otras palabras, de acuerdo con Haidt y Rose-Stockwell , “las redes sociales convierten a muchos de nuestros ciudadanos más comprometidos políticamente en la pesadilla de Madison [uno de los padres de la Constitución de Estados Unidos]: incendiarios que compiten por crear las publicaciones e imágenes más incendiarias, que pueden distribuir en todo el país en un instante mientras su sociómetro público muestra hasta qué punto sus creaciones han viajado”.
“Si queremos que nuestra democracia tenga éxito; de hecho, si queremos que la idea de la democracia recupere el respeto en una época en que aumenta la insatisfacción con las democracias, necesitaremos comprender las muchas formas en que las plataformas de redes sociales de hoy crean condiciones que pueden ser hostiles al éxito de la democracia. […] Tendremos que tomar medidas decisivas para mejorar las redes sociales”.
El Presidente suele considerar “benditas” a las redes sociales y alienta su uso de manera constante. Sólo algunas veces se ha quejado de ellas: cuando le son adversas. Pero ese sentimiento amistoso está relacionado con que él sale, por lo regular, ganador dentro de esos debates. Nada del otro mundo: Andrés Manuel López Obrador es un político que anda arriba de los 60 puntos de aceptación; en este momento, las redes son mayoritariamente “afables”, “amigas”. “Benditas”. Pero Evo Morales estaba en territorio ajeno; le fue como en feria. Esas “benditas redes sociales” no fueron tan benditas para él. Se convirtieron en un foro totalmente adverso al punto de que, creo, parte de la decisión de irse tiene que ver con que sintió un ambiente hostil, no en las calles, no entre los que lo rodean, sino en las “benditas redes sociales”.
Si estamos asilados en una casa ajena no tomas en cuenta a quienes te invitaron a quedarte allí, sino a los que te ponen mala cara. Si te sientas a la mesa con una familia que te ha abierto los brazos, no resaltan los rostros amables: ves los que te rechazan. Y esos que te rechazan tienen un peso mayor, mientras eres el “arrimado”. Evo terminó –no ha dicho nada al respecto; sólo supongo– potenciando el rechazo sobre los brazos extendidos. Y decidió irse, claramente, a un país que le fuera más cercano. El odio le caló profundo y se entiende. Eso es lo que creo.
El Presidente no debería alentar tanto el uso de las redes sociales porque ciertamente democratizaron la opinión, pero abrieron, de acuerdo con los analistas, un caudal para el odio. Él lo siente muy de vez en cuándo, y tiene una posición (aceptación y cargo público) que le permite sobrellevarlo. Pero, como sucedió con Evo, no todos resultan vencedores en ese terreno. Los vencedores, en este capítulo vergonzoso –como en muchos–, fueron los que tuvieron más fuerza para odiar y, gracias al canal para expresarlo públicamente, fueron recompensados con los sabrosos me gusta.
Los periodistas solemos ser objetivo –muchas veces en un día– de los que odian y no es una cosa agradable; sobre todo porque no hay odio justificado, nunca. Odio es odio. Y algunas veces, muchas veces, ese odio viene desde los seguidores de López Obrador: observe el comportamiento de los chats de Youtube del Gobierno de México y verá qué cochinero, y es posible que por decirlo aquí yo mismo sea la próxima víctima de esos anónimos que odian tanto.
Una gran mayoría de los análisis recientes sobre las redes indican que las recompensas que recibe el odio (me gusta, aplausos, más seguidores) están alimentando a los que odian. Y digo que el Presidente no debería alentar tanto las redes (al punto de llamarlas “benditas”) porque ahorita está del lado de los vencedores, pero puede suceder, porque así es la política, que mañana se encuentre en una posición más vulnerable y será, si sucede, cuando no esté en una posición (aceptación y cargo público) que le permita sobrellevarlo. Y entonces sabrá que las redes pueden, muchas veces al día, no ser tan “benditas”. Cosa de preguntarle a Evo.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx