Indígenas wixárika recorren un camino de siete horas o más para recibir atención médica. Esta es la travesía para acceder a los servicios médicos de salud, y la historia de la Casa Huichol, albergue que ofrece techo y comida durante el tiempo que deban quedarse en la ciudad para ser atendidos
Por Brince Tapia Graniel, Ana Paula Carbonell, Elisa Gutiérrez Cisneros Y Moisés Hernández Durán
ZonaDocs
Guadalajara, Jalisco –Para llevar a su hijo al médico, Mónica debe recorrer siete horas de camino.
El camino y sus consecuencias son el pan de cada día para la comunidad wixaritari que tienen un acceso limitado a los servicios públicos que aseguran su salud. La realidad de los indígenas wixárika en Jalisco pone en cuestión el cumplimiento de derechos a servicios públicos por parte del gobierno y su obligación de garantizar el derecho humano a la salud.
Esto ocurre por la insuficiencia de servicios médicos en las comunidades wixárikas en Jalisco, donde habitan unas 14 mil 300 personas principalmente los municipios de Mezquitic y Bolaños, según la Comisión Estatal Indígena (CEI).
Las personas de este grupo étnico que requieren servicios de laboratorio u hospitalización deben trasladarse para acceder a otras instituciones de salud, comúnmente en la ciudad de Colotlán. Si ahí no pueden ser atendidos, deben seguir su camino hasta Guadalajara, ya sea en camión, pidiendo ride… o largos tramos caminando.
Para Leo Sánchez de la Cruz, los problemas de salud que lo obligaron a viajar – junto con su esposa Carmela, desde Cuamustita en el municipio Tuxpan de Bolaños a Guadalajara – comenzaron como algo pequeño: una molestia en el cuello.
“Pues nada, no me quiso atender”.
Al no recibir una consulta en su pueblo, se trasladó a Nayarit. Su única respuesta ahí fue que debía ir a Colotlán o a Guadalajara. Se aguantó un mes. Su molestia escaló hasta un tumor que después de remedios caseros como papa y sábila, explotó. Nuevamente, le dijeron que no lo podían atender en otro lugar más que en Guadalajara.
Junto con su esposa Carmela, caminaron y pidieron aventón hasta llegar a la ciudad. Él habla español, pero su esposa no.
En total, fueron siete horas de viaje. Moverse se volvió una dificultad, junto con el dinero de los tratamientos y el hospedaje.
Cuando entrevistamos a la pareja comentaron que era su último día ahí. ¿La razón? La cuota diaria de diez pesos que deben de pagar al albergue para dormir, la cual se vuelve una carga cuando además de eso deben ahorrar para su regreso y para sus medicinas.Los trayectos pueden llegar a ser de siete horas, tomando en cuenta que la persona está enferma, ya que en ocasiones son madres con hijos quienes necesitan atención médica.
Una vez aquí, con pocos recursos deben moverse en una ciudad donde se enfrentan con los problemas que van más allá de lo económico.Cuando su segundo hijo nació con retrasos de desarrollo y hemiplejia, Mónica de la Cruz González y su esposo, originarios del pueblo de Cerro Bajito en Mezquitic, acudieron al centro de salud más cercano a su pueblo. Este se encuentra en Ocota de la Sierra, a tres horas caminando. No sólo llevaban al pequeño Oribe de tres años, también llevaba ocho meses de embarazo.
Una vez ahí fueron dirigidos al Hospital Civil en Guadalajara. La clínica les proporcionó una ambulancia, así que en cuestión de cuatro horas llegaron a la ciudad. Ahora con un nuevo bebé, la pareja depende de su estadía en el albergue para seguir atendiendo a las terapias de Oribe.
Mónica extraña su pueblo, su hija de cinco años y al resto de la familia que tuvo que dejar atrás para apoyar a su hijo.
Cuando le preguntamos qué era lo más difícil que había vivido en su camino, dijo que nada, porque estaba agradecida de poder hacer esto él. Ni los trayectos, ni el cansancio son más grandes que las fuerzas que tiene para luchar por los suyos. Nos platicó de sus deseos de ser enfermera.
Planea retomar su sueño una vez que Oribe se encuentre mejor y pueda regresar. El regreso y los ingresos son una fuente de preocupación para ella y su esposo. Se dedican a vender artesanías, pero saben que no es suficiente para los gastos que requiere la atención de su hijo.
No sólo llevaban al pequeño Oribe de tres años, también llevaba ocho meses de embarazo.Una vez ahí fueron dirigidos al Hospital Civil en Guadalajara. La clínica les proporcionó una ambulancia, así que en cuestión de cuatro horas llegaron a la ciudad.
Ahora con un nuevo bebé, la pareja depende de su estadía en el albergue para seguir atendiendo a las terapias de Oribe. Mónica extraña su pueblo, su hija de cinco años y al resto de la familia que tuvo que dejar atrás para apoyar a su hijo. Cuando le preguntamos qué era lo más difícil que había vivido en su camino, dijo que nada, porque estaba agradecida de poder hacer esto él. Ni los trayectos, ni el cansancio son más grandes que las fuerzas que tiene para luchar por los suyos.
Nos platicó de sus deseos de ser enfermera. Planea retomar su sueño una vez que Oribe se encuentre mejor y pueda regresar. El regreso y los ingresos son una fuente de preocupación para ella y su esposo. Se dedican a vender artesanías, pero saben que no es suficiente para los gastos que requiere la atención de su hijo.
Los wixárikas que se encuentran recibiendo tratamiento en el Hospital Civil cuentan con algo en común: el servicio en sus comunidades es escaso e insuficiente, por lo que los trasladan a otros centros. La discriminación no se queda atrás en las clínicas regionales, como contó Marta que lleva cuatro años en Guadalajara:
“y los huicholes no se bañan, no se lavan, y por eso se enferman. Así nomás nos dicen. […] Las clínicas que hay allá en mi casa nunca voy. Porque no me gusta lo que me van a decir. Causar nomás penas, pa qué ir. Si me van a maldecir, pa qué. Mejor no, acá me vengo.”
Con atender a la consulta no termina con su odisea. Los pacientes después se encuentran sin dinero para pagar los medicamentos o tratamientos necesarios. Además de que vienen a una ciudad donde no tienen conocidos o recursos para conseguir un lugar donde vivir mientras reciben tratamiento médico.
Brendalidia quedó embarazada a los 17 años. Su papá decidió ya no apoyarla más. Poco después se enfermó de anemia. Marta, su suegra y voluntaria en Casa Huichol, la acogió. La trajo desde su pueblo en Tuxpan de Bolaños hasta Guadalajara para que recibiera la atención que necesitaba.
Actualmente con ocho meses de embarazo, Brendalidia lleva seis meses fuera de su pueblo natal recibiendo tratamiento. Al ser nuera de Marta tuvo la oportunidad de conseguir hospicio en esta fundación y tener seguimiento para su enfermedad y su embarazo, que será un niño. Aún no tiene nombre para él, pero está emocionada.
Dentro del Plan de Desarrollo de 2001-2007 y el de 2013-2018 se especificó que el gobierno tomaría acción para mejorar el servicio de salud pública que se le ofrece a los indígenas; por ejemplo, la preparación especial del personal médico, su acercamiento a las comunidades, etc.
Por parte del Consejo Estatal de Indígenas se ofertan programas de capacitación pero en su página de web no han salido convocatorias desde el 2013. En especial con la comunidad wixárika no se ha visto un mayor acercamiento del servicio. Las mejoras se han visto de manera lenta, con cuestiones fuertes por resolver.
En el marco legal el gobierno se ve obligado a asegurar el acceso al servicio público de salud. Existen varios documentos legales que lo exigen, por ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, sociales y culturales; la Declaración de Las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y la Ley del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas; de los cuales, el Pacto y la Declaración son obligación del gobierno como se estipula en el Artículo Primero de la Constitución mexicana.
Si se continúan apoyando a fundaciones no gubernamentales como Casa Huichol, fundada en 1972 por María del Rocío Echevarría Ortíz, se contribuye a que los indígenas puedan recibir mayor servicio médico que necesiten y que se facilite solventar sus otras necesidades. Aquí puedes escuchar más sobre su ella y su fundación:
Siempre se necesitan voluntarios, ya sea para el manejo de redes sociales o apoyar en actividades dentro del centro. Se aceptan donaciones de todo tipo, ya sea monetarias o materiales: ropa usada en buenas condiciones, cobijas, juguetes, etc. Rocío recalca que lo mejor que las personas pueden hacer es hacerse presente, prestar un día a la semana y ayudar.
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Reportaje elaborado por estudiantes de la Licenciatura en Periodismo y Comunicación Pública del ITESO en el marco del Laboratorio de Información y publicado originalmente en Zonadocs que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.