La reciente escaramuza entre Estados Unidos e Irán es un episodio más de un añejo conflicto que muchos parecen olvidar. Pero allí está, siempre latente y en el límite constante de estallar. Aquí una breve revisión a los detalles donde se esconde el diablo.
Alberto Najara
@anajarnajar
Ciudad de México –Este 2020 amaneció con una tormenta en redes sociales. La etiqueta #TerceraGuerraMundial fue una de las más repetidas en Twitter.
El hashtag fue consecuencia del ataque de Estados Unidos al aeropuerto internacional de Teherán, donde se encontraba el general Qasem Soleimani.
El Pentágono dijo que fue un “ataque de precisión” con drones que lanzaron una bomba al sitio donde se encontraba el militar. En realidad se trató de una represalia a una serie de agresiones contra instalaciones militares en Irán el último día de 2018.
Un contratista estadounidense (el eufemismo para llamar a los mercenarios) murió en los ataques.
La respuesta fue desproporcionada. Soleimani era jefe de los Quds que son la fuerza de élite en la Guardia Revolucionaria de Irán.
Pero no sólo eso. El militar era considerado el máximo líder en ese país, con más poder inclusive que el primer ministro. Muchos lo consideran un héroe, el que mantuvo a raya a Estado Islámico y permitió un espacio de relativa paz entre los iraníes.
El gobierno de Irán anunció represalias. Durante los funerales de Qasem Soleimani mantuvo una bandera roja en sus edificios oficiales, una señal de que el país está en guerra.
Fue una parte del escenario porque además de la respuesta del gobierno iraní, lo que más se temía eran las represalias de sus aliados.
Por eso la etiqueta en Twitter. Pero como muchos episodios en esa red social, en el fondo se trata sólo de una especulación. Porque en términos reales, el mundo está lejos de una conflagración global.
De entrada porque dos de los tres principales actores que tienen capacidad de desatarla, Rusia y China, permanecen al margen del conflicto.
El tercer involucrado, Estados Unidos, insiste en que no quiere una guerra… A pesar de las bravuconadas de su presidente.
Lo más importante es entender qué está sucediendo. Y el primer paso es revisar el contexto. En la región existe un conflicto centenario que ha tenido diversos momentos de intensidad.
La razón central es religiosa. Las distintas tribus que allí habitan tienen su propia forma de entender el Corán, e inclusive hay grupos cercanos al Cristianismo.
A esto se suma la mano occidental representada, por un lado, por las petroleras estadounidenses y del otro el respaldo de la OTAN al nacimiento y expansión del Estado de Israel.
Esto desató varios episodios de inestabilidad. A finales de los 70 la Revolución Islámica sacó del poder al sha Mohamed Reza Pahlevi, gobernante pro estadounidense quien se refugió en México. Murió en Cuernavaca.
Allí empezó el régimen de los ayatolas, líderes religiosos que desde entonces concentran el poder en Irán. Una de sus primeras acciones fue declarar la guerra a su vecino Irak, con el que sostuvo una larga y cruenta confrontación.
En esa guerra, por cierto, nació la fama militar de Qasem Soleimani.
Los siguientes episodios son más conocidos: la invasión a Yemen que desató la primera Guerra del Golfo, el empoderamiento de grupos extremistas como Los Talibanes que destruyeron la herencia cultural de Afganistán, y el ataque a Nueva York que justificó la invasión a Irak en 2003.
Una apretada síntesis para explicar lo que ahora se vive. Durante su segundo período como presidente, Barack Obama negoció con Irán suspender el enriquecimiento de uranio a cambio de ayuda económica para desarrollar alternativas civiles de energía.
Trump desconoció el acuerdo desde el primer día de su gobierno, e inclusive acusó al gobierno iraní de utilizar el dinero –unos mil 500 millones de dólares- para financiar milicias como Hezbollá.
Más allá de su bravata el magnate tenía cierta razón. Soleimani era el enlace con algunos extremistas, y de hecho utilizó esa relación para combatir a Estado Islámico y su pretensión de establecer un enorme califato.
Esas guerrillas, sin embargo, también atacaban a Israel, el enemigo común. Varias veces el régimen de Tel Aviv pretendió asesinar al militar pero Obama se opuso.
Donald Trump suele reducir casi todo a su pedestre formación política mezclada con el presunto éxito en su vida empresarial. Irán, y en general todo lo que representa el Islam, son enemigos útiles.
Más en este 2020 que pretende reelegirse y enfrenta además un proceso de desafuero en el Congreso. La combinación perfecta para reanimar su esencia.
El magnate va a hacer todo lo necesario para ganar la elección de noviembre. El asesinato de Soleimani es una muestra, como lo es también el discurso conciliador del 8 de enero tras el ataque a dos bases militares estadounidenses en Irak.
Trump fue diplomático, casi conciliador. No permitirá que Irán fabrique un arma nuclear. Dijo que busca la paz y hasta abrió la puerta a una posible negociación con Teherán. Con sus reglas, claro.
Del otro lado también parecieron soltar palomas blancas. El gobierno iraní avisó del ataque cinco días antes de lanzar los misiles. Pidió a los iraquíes que trabajan o viven cerca de las bases que abandonaran el sitio. En el bombardeo no murió nadie.
Es más, no está claro si los cohetes causaron daños.
La versión oficial es que fue una reacción “proporcionada” al escenario que desató la agresión. Según Trump, lo importante es que no hubo víctimas estadaounidenses.
Un juego de espejos. A nadie le conviene escalar el conflicto y por eso, como en los choques lamineros, cada quien se queda con su golpe…
Aparentemente. Porque el capítulo no está cerrado. El gobierno de Irán difícilmente tendría más reacciones, en parte porque no le conviene enfrentarse con el ejército estadounidense (su capacidad militar es menor), pero también porque un conflicto armado lo hace vulnerable ante los grupos internos.
El problema son sus aliados, especialmente las milicias extremistas. A éstos no los controla nadie y menos cuando se trata de combatir a sus peores enemigos, Israel y Estados Unidos.
Una semana después que nació 2020 la etiqueta #TerceraGuerraMundial se quedó en cientos de memes. Pero el riesgo no se fue.
Nada más se pospuso. Como siempre.