Opinión

¿Y la educación en valores… apá?




enero 18, 2020

Gerardo Cortinas Murra

La tragedia lagunera, del niño asesino-suicida trajo, por enésima vez, el debate mediático de los temas de la calidad de la educación en México y la influencia de la tecnología visual en el desarrollo de la personalidad de los niños. Paralelamente, se discute el impacto de la desintegración familiar como factor no solo de deserción escolar, sino también de delincuencia infantil y juvenil.

Las tragedias escolares, tanto en México como en varios países del mundo, son constantes. Y cada vez que sucede, se somete al escrutinio público las nocivas consecuencias del ilícito tráfico de drogas y armas.

A mi parecer, si bien es cierto que en décadas pasadas las tragedias escolares eran muy esporádicas, también lo es que el germen de la delincuencia infantil y juvenil surge gracias al fracaso de la política educativa en nuestro país.

Fracaso entendido, desde el punto de vista educativo; pero que, políticamente, ha sido un triunfo (en especial, durante el priato), toda vez que ese fue el objetivo primordial: mediante un aislamiento ideológico y cultural, crear una sociedad incapaz de enjuiciar al sistema político.

En efecto, a pesar de que el Art. 3º. de la Constitución Federal establece el principio fundamental de que la educación deberá fortalecer “el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la dignidad de la persona, la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad”; lo cierto es que en el sistema educativo, prevalecen un sinnúmero de prácticas discriminatorias.

Más aún, en lo referente al principio de que la educación “será de calidad, con base en el mejoramiento constante y el máximo logro académico de los educandos”. Por desgracia, insisto, el sistema educativo mexicano está edificado bajo un esquema de enseñanza de instrucción; es decir, meramente informativa y sin vinculación alguna, a la realidad socioeconómica y política del país.

En estas circunstancias, para comprender el entorno social en los que acontecen las tragedias escolares en México es necesario tomar en cuenta los siguientes datos: a) el alarmante crecimiento de los índices de desintegración familiar; b) el promedio anual de lectura de 3.3 libros por persona; y c) que todos los días son asesinados, en promedio, 3.6 niños y adolescentes.

Ante esta trágica realidad con la que conviven millones de familias mexicanas, la irresponsable declaración del Gobernador de Coahuila, de culpar a los ‘videojuegos’ del drama lagunero, generó una serie de críticas y reproches en contra de este gobernante priista, dada su notoria ignorancia en temas educativos.

Ahora bien, destacados analistas e investigadores han expresado su punto de vista respecto a quienes deberían ser señalados como los responsables y, en su caso, como víctimas, de este sangriento acontecimiento; mismos que merecen ser citados en esta ocasión:

“…un videojuego no hace a los niños asesinos… Son el abandono, la violencia familiar o social, la profunda tristeza y la ira acumulada los que influyen en estos casos.

“Muchas personas se preguntan acerca del nivel de maldad del niño por haber disparado contra compañeros y maestra, y lo hacen responsable por ser un pre-adolescente. Pues bien, aunque duela hay que decirlo, el problema somos los padres”.

“Las víctimas son los niños abandonados por sus familias, por la sociedad y el Estado, porque viven en un país donde la violencia física, verbal, emocional, en videojuegos, noticias y estrofas musicales es normal, cotidiana, igual que la venta de armas y drogas”.

Y como suele suceder, después de un hecho trágico dentro de los planteles educativos, no faltó quien propusiera que se implementara -de manera obligatoria- el protocolo de la ‘mochila segura’. Postura asumida por el propio Secretario de Educación, Esteban Moctezuma; sin embargo, para la mayoría de los analistas, la revisión de las mochilas solo criminaliza al resto de los alumnos y estudiantes.

Al respecto, los estudios en pedagogía proponen que los padres “no seamos solo padres proveedores de cosas materiales, seamos padres responsables y atentos de las necesidades emocionales y afectivas de nuestros hijos… No sólo revisemos mochilas, revisemos sus corazones y mentes”.

“¿Mochila segura? Sí, pero revisada desde casa para asegurarnos que sea la mochila de niños sanos, amados, felices, dispuestos a detectar la amargura en sus compañeros y maestros y a decirlo, para que superen su tristeza”.

Para concluir, comparto la opinión de Francisco Javier Acuña: “La niñez mexicana acude a la escuela con mochilas peligrosas, pero la causa de estas terribles noticias no está en la falta de revisión de la mochila… el problema está en lo que llevan adentro de su cabeza y de su corazón los pequeños. Seguro traen miedos, flagelos emocionales, pesar, incomprensión y hasta rencor inconsciente; envidia infantil agravada por la discriminación o por las diferencias con otros niños que parecen, o más felices, o menos desdichados…” (Excelsior, 12 enero, 20202)

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