La Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz fue recibida en la Ciudad de México en medio de contrastes: calidez y solidaridad, por un lado; rechazo e intolerancia, por otro. Los convocantes hicieron un llamado a la reconciliación nacional, que no tuvo eco en las oficinas del Palacio Nacional. Mientras, las víctimas siguen sumando filas y buscando justicia en soledad
Por: José Ignacio de Alba y Daniela Pastrana
Fotos: Daniel Lobato
Pie de Página
Ciudad de México – “Aquí no caben etiquetas artificiales”, dice Adrián LeBarón, con la voz enronquecida por la emoción. Luego enlista: “No somos chairos, ni fifís, ni conservadores, ni de la izquierda… somos seres humanos luchando por vivir”.
Su mensaje es sencillo y potente: “Llevamos casi 15 años en guerra y no hemos aprendido a reconciliarnos todavía (…) La guerra nace en la cabeza, la paz nace en el corazón. Te amo, México. Te amo, mexicano y mexicana”.
Detrás del templete instalado frente al Palacio Nacional, un hombre escupe su xenofobia: “tú no eres mexicano”, grita al ranchero de Chihuahua que hace apenas dos meses perdió a su hija y cuatro nietos, en una emboscada de un grupo criminal.
El sol de mediodía cae inclemente sobre la plancha del Zócalo. La Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz tardó casi cuatro horas en llegar de la Estela de Luz hasta el Palacio Nacional y tuvo que librar un bloqueo de simpatizantes del presidente Andrés Manuel López Obrador para llegar hasta el templete instalado frente al recinto.
Desde ahí, el poeta Javier Sicilia, convocante de la caminata, lanza su cuarta “Carta Abierta” al mandatario: “Querido presidente”, dice en tono conciliador, y tras describir la violenta realidad de México pide mecanismos extraordinarios de verdad y justiciar.
“Tú nos pides más tiempo para buscar la seguridad, pero no hablas de verdad ni de justicia”, dice Sicilia, luego de admitir que este horror fue heredado de administraciones pasadas.
Pero sin verdad, insiste, “no habrá justicia ni reconciliación ni amnistía ni paz ni transformación. Lo único que habrá es más infierno”.
Por eso pide al presidente del país un cambio en la política de estado de atención a las víctimas: “Una política de Estado que rebasa, como es evidente, al Gabinete de Seguridad y que debe, por lo mismo, ser asumida y promovida por tí, que lamentablemente no estás presente a causa de graves y desafortunados prejuicios hacia las víctimas y el sufrimiento del país”.
El lado correcto de la historia
Dice el poeta convertido en activista: no hay que repetir el pasado, que nos ha destruido. Es tiempo “de poner el vino nuevo en odres nuevas”.
Y cierra con un mensaje duro al mandatario que aspira a un lugar honorable en la historia de un país con políticos deshonrosos: “Tú decides, Presidente, hacia qué lado de la historia quieres caminar”.
Pero el discurso de la reconciliación no tiene cabida frente a Palacio Nacional.
En la plancha, unas 2 mil personas que acompañaron la caminata en su último día escuchan en silencio las palabras de María Mercedes Carranza, una poeta colombiana, muerta en 2003:
“Todo es ruina en esta casa,/ están en ruinas el abrazo y la música,/ el destino cada mañana, las risas son ruinas;/ las lágrimas, el silencio, los sueños./ Las ventanas muestran paisajes destruidos,/ carne y ceniza se confunden en las caras,/ en las bocas las palabras se revuelven con miedo./ En esta casa todos estamos enterrados vivos.”
A un costado se escuchan gritos: “extradítenlos”, “fuera Sicilia, fuera LeBaron” y “vende patrias”.
Son simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, convencidos de que la caminata es una provocación golpista del proyecto político del presidente. Por eso también se escucha su grito de campaña: “¡Es un honor, estar con Obrador!”
No rebasan los 300. Pero no se callan, ni escuchan.
A un costado del templete, una mujer grita enardecida a una madre que busca justicia:
“¡Váyanse!”
— Escúchame, mataron a mi hijo — intenta explicar la aludida, mientras saca de su bolsa un folder con el expediente.
— Son unos provocadores — dice con furia la mujer, sin intentos de mirar el documento
— Mataron a mi hijo- repite en vano la aludida.
— Son unos provocadores. ¡Lárguense! — insiste la otra.
Hacen falta voluntades
No todo, sin embargo, es rechazo. Muchas víctimas nuevas, sobre todo de la capital del país y de la periferia, se han sumado en estos días a la caminata. Y otras iniciativas ciudadanas reciben con afecto al grupo en la capital del país.
Desde el sábado, que se reservó para eventos culturales, llegaron a la Estela de Luz las bordadoras por la paz que han llenado de nombres e historias miles de pañuelos blancos.
— ¿No hay suficiente material?
— No es eso. De hilo hay kilómetros. Lo que hacen falta son manos, voluntades y gente que decida parar y darle un poquito de su vida a alguien más. Hacen falta personas que estén dispuestas a escuchar y a solidarizarse con otras causas. Ve la poca concurrencia que tiene la caravana, es para que este lugar esté repleto.
El colectivo borda las letras en color verde para representar a las personas desaparecidas, en rojo a los asesinados y en morado los feminicidios.
A varios integrantes de la Caravana se les regala hilo y se les presta un bastidor y un paño.
Jenny Gómez que viene de Chilapa, Guerrero, borda en una sombra un mensaje para su esposo “Mario Gatica Hernández, tengo fe de que pronto te encontraré tus hijos y yo te extrañamos”. Agrega la fecha de la desaparición 19 de agosto del 2015.
Le preguntamos cuál de las historias que ha bordado es la que más le ha impactado y responde sin poder evitar las lágrimas: “la historia de una niña que murió mientras abrazaba su hermanito para protegerlo”.
Articulaciones y ausencias
La Caminata por la Paz avanza desesperadamente lento hacia el Zócalo capitalino
En cada “antimonumento” instalado sobre Paseo de la Reforma, la marcha hace una parada en señal de respeto.
La primera parada es la escultura que recuerda a los 43 niños quemados en la guardería ABC de Sonora. Luego a los mineros atrapados en Pasta de Conchos, la mina del magnate Germán Larrea.
En el antimonumento de los 43 estudiantes campesinos de Ayotzinapa, familiares de los jóvenes se solidarizan con la caminata.
“No están solos, el dolor que traen ustedes es el mismo que traemos los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa”, les dice Melitón García, quien también hace un llamado a vincular la lucha de las víctimas.
El contingente también se detiene en el antimonumento dedicado a los feminicidios y el que está dedicado a la matanza de estudiantes de 1968.
Frente a la glorieta de La Diana, los asistentes se quitan un zapato para recordar a Mackenzie Langford, la niña que sobrevivió a la masacre perpetrada contra la familia LeBaron.
Langford, de 9 años recorrió 10 kilómetros para avisar a gente de su comunidad que las camionetas en que viajaban fueron emboscadas. En su recorrido, en solitario, la niña se quitó uno de los zapatos por las ampollas que se le hicieron al caminar.
Pero la solidaridad no es la misma en el Senado de la República, donde una comitiva se reúne con senadores de cinco partidos de oposición a los que piden que el tema de las víctimas no sólo sea parte de la agenda legislativa, sino que sea un asunto prioritario para la nación.
Nadie de la bancada de Morena, el partido en el gobierno, participa en el encuentro, aunque el coordinador Ricardo Monreal, aclara en tuit: “fui invitado, más no pude acompañarlos por compromisos previos”.
La soledad de las víctimas
María Isela Valdez Chaindez, espera a su colectivo, el colectivo 10 de marzo, con una gran imagen de su hijo, Roberto López Valdez, secuestrado por un grupo armado el 10 de marzo de 2014 cuando salía de casa de su novia, en Reynosa Tamaulipas.
Cuenta que la familia no pudo pagar el cobro de piso que le pedía el grupo criminal. Así que ella, viuda, se quedó sin hijo, sin restaurante y sin casa, porque tuvo que desplazarse fuera del estado.
En agosto de 2018, María Isela se le paró enfrente en el aeropuerto al entonces presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. Él ofreció ayudarla, pero según cuenta, el gobernador Cabeza de Vaca encerró a todas las mujeres de su colectivo para que no pudieran tener ese encuentro.
Meses después, en junio de 2019, la mujer participó en la reunión de víctimas con López Obrador, ya como presidente, y desesperada, se arrodilló frente a él.
Eso, piensa ahora, le cerró las puertas en el gobierno federal.
“Yo creo que no le pareció que nos hincáramos y que lloráramos porque me dejó mucho tiempo hincada”, reflexiona.
“(Alfonso) Durazo me habló y me dio el teléfono del Licenciado Mejía, del señor Urrutia, del teniente Hernández, pero nadie te hace caso”.
Isela enlista las puertas que le han cerrado: La Comisión de Víctimas, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Subsecretaría de Gobernación.
“Todos se esconden, todos le cubren la espalda al presidente”, dice.
Por eso le queda venir a gritar. La mujer de 58 años está enferma de la presión. Va a cumplir 6 años buscando a su hijo, que tenía 28 cuando se lo llevaron.
“Ya les hice toda la investigación. Pero antes al menos venía yo a Atención Ciudadana y me contestaban, pero ahora no”, dice la mujer.
Como otras víctimas, lamenta que en la marcha participe el senador independiente Emilio Álvarez Icaza.
“En la reunión que hubo previa una semana antes de la caminata, Sicilia nos prometió que no iba a haber políticos de ningún partido, que solo víctimas. No se a qué viene ese señor”.
La historia de María Isela concita lo que, al final de los cuatro días de caminata, queda claro: entre las pugnas políticas y la polarización social, nadie se ocupa de las víctimas.
Desconsolada, la mujer se pregunta porque la única persona que parece mover algo en este país no quiere oírla este domingo.
“¿Por qué huye de nosotros el presidente? ¿Por qué nos tiene miedo? No queremos hacerle daño, solo queremos encontrar a nuestros hijos”.
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