Seguimos en fase 1. Muchos gritan que pasemos a la fase 2 y son, claro, los que no viven al día; los que se pueden encerrar y dejar de ganar dinero cada mañana porque lo tienen
Alejandro Paéz Varela
Ciudad de México -El sábado por la tarde, un conjunto de nubes aplacó un poco el sol en la capital mexicana y Dani y yo decidimos salir en bicicleta. Nos pertrechamos con alcohol en un cómodo despachador individual que costó 12 pesos; con mascarillas de buena calidad que colocamos en las canastillas; con cascos, que nos pusimos desde antes de darle a los pedales. Y listo: a la calle. Había poca gente. Nos enfilamos hacia Chapultepec, que lucía hermoso y fresco. Los vendedores estaban ya desmontando sus puestos.
Nos sorprendió ver paseando a tantos extranjeros; gente tomando la tarde, jugando ajedrez o haciendo picnic. Menos que siempre, por supuesto, pero bastantes dada la emergencia. Había parejas con sus hijos de brazos. Todos nos veíamos a todos con ojos de sospecha, y qué bueno: tomamos distancia. En pleno andador, nos encontramos a nuestros amigos Jovi y Frank con la pequeña Panchita, que apenas camina. Nos saludamos de lejos. Frank acaba de regresar de Nueva York; es periodista (The New York Times, New Yorker) y da clases allá. Salió antes de que aquello se volviera un infierno. Nos pusimos –de inmediato– a reflexionar sobre por qué no hay una sensación de emergencia en México; nos preguntamos por qué no había tantos casos y luego, el planteamiento obligado: ¿estamos, acaso, viviendo los últimos días de calma antes de que se desate el infierno?
En algunas respuestas coincidimos. México no tiene tanto flujo de personas con los países en emergencia temprana, como China; sí hay vínculos fuertes con España, pero leves respecto a Italia. Etcétera. Ambos mencionamos el clima, la temporada; Frank incluso mencionó que el vínculo cercano de los mexicanos con sus abuelitos: acá viven con la familia sus últimos días; en Europa y Estados Unidos los mandan a asilos donde ha habido fuertes brotes o a vivir solos, donde se ven obligados a salir a la calle para abastecerse. Todo para explicarnos qué pasa en el país.
Nos despedimos y quedamos de hacer fiesta vía Skype, tomarnos una cerveza a distancia, conversar. Ellos se siguieron por los andadores y nosotros el paseo en bicicleta: el monumento a los Niños Héroes, los baños prehispánicos. Nos paramos bajo el ahuehuete seco al pie del castillo, que Nezahualcóyotl habría sembrado. Los ahuehuetes viven quizás miles de años. En el norte se les conoce también como sabinos. Hay sabinos hermosos y anchos por todo el país. Ahuehuete sería lengua náhuatl: āhuēhuētl. Unos lo traducen como “tambor de encino” pero yo me quedo con otras traducciones: “aquel que no envejece”, exquisita definición; o “anciano de agua”, bella. El ahuehuete seco en el cerro del castillo en Chapultepec vivió 500 años. La placa colocada allí dice que en 1969 falleció “debido a la contaminación y la falta de agua”. Lo creo. Pensé, entonces: ojalá una característica particular de estas tierras, que aún desconocemos, tenga la mano puesta sobre el coronavirus. Si mata a un árbol-montaña, pues qué le dura un bicho minúsculo, dije, accediendo un poco a mi propia charlatanería casera. Pero no creo que haya “miles de casos ocultos” como viene pregonando, sin datos y desde hace semanas, Samuel García, el ridículo Senador de Movimiento Ciudadano.
Llegamos a casa y nos desinfectamos completos. Simone, mi perra, que ha acompañado en su encierro a Dani durante una semana (yo soy el que más sale, porque tengo ahora dos empleos) se preguntaba somnolienta dónde habíamos estado. Comimos con hambre. Y entonces vi una entrevista que hizo El País a los responsables de la OMS-OPS en México, Jean Marc Gabastou y Cristian Morales Fuhrimann. Se publicó ese mismo sábado. Bingo, dije: si alguien sabe cómo vamos y cómo estamos, son esos dos. Ahora sí, a enfrentar la realidad, me dije, y pensé: quizás el ridículo Senador que aparece con cubrebocas en sus fotos y videos alarmistas está en lo cierto y es hora de asumirlo.
Primero, lo del cubrebocas. Yo mismo he difundido que la instrucción, a diferencia de lo que recomendó el Gobierno de Felipe Calderón con el H1N1, es dejarlos a personal médico y a enfermos. La entrevista con los de OMS-OPS fue hecha por la periodista Carmen Morán Breña. En la foto que la acompaña, ninguno de los dos especialistas lo trae. Buena señal, pensé. Luego leí: “La casa de la OMS en México está llena de gel antivirus por todos lados y un expendedor de espuma recibe en el ascensor. Pero, si no hay síntomas, ni hablar de mascarillas. ‘Quítenselas’, ordena Gabastou”.
Ah, exclamé yo.
Luego, lo de la respuesta de México. La oposición llama irresponsable a Andrés Manuel López Obrador por sus acciones frente a la pandemia y yo quería que los dos entrevistados se expresaran al respecto. Lo hicieron. “México está tomando varias de las lecciones aprendidas por otros países, como China, y está aplicando medidas coherentes con las recomendaciones de la OMS; fue el primero en poner a punto una prueba de detección para el coronavirus y eso es premisa básica para disminuir la velocidad de dispersión de la pandemia. Esos esfuerzos nos hacen pensar que se siguen haciendo bien las cosas, los 164 son aún importados y las personas con las que estuvieron en contacto han sido estudiadas, eso nos deja tranquilos. Estando aún en el escenario 1 se están aplicando medidas típicas del 2, cuando ya se da transmisión comunitaria. Eso es ir por adelantado”.
Épale, pensé.
“Pongo este ejemplo: en España cerraron las escuelas cuando llevaban más de 1,000 casos y en Italia más de 2,000; aquí se han clausurado con 100. Podemos apreciar que hay cosas que se están haciendo correctamente, aunque eso no significa que todo va a salir bien, sabemos que vamos a transitar muy pronto al escenario 2 y que el 3 va a expresarse muy probablemente en las próximas semanas. La incógnita es cómo sucederá. ¿Se dará igual por todo el país, escalonadamente por Estados? Eso es un gran desafío”.
Uy, expresé.
He leído críticas, sobre todo de “académicos” y “especialistas” ligados al gobierno de Calderón, sobre “priorizar la economía sobre la salud”; dicen que en el afán de no dañar económicamente al país, AMLO ha respondido lentamente. Busqué la respuesta de los dos encalados de OMS-OPS. Allí estaba, por supuesto. “El Gobierno, alertado de otras crisis, ¿no estará quizá primando [privilegiando] resguardar la economía en lugar de tomar medidas más drásticas o eficaces contra la pandemia?”, pregunta la reportera. Gabastou responde: “Esas medidas drásticas no han demostrado su eficiencia. Si hubiera una receta mágica la aplicaríamos, y nosotros la recomendaríamos, pero esa receta no existe. Países con el PIB alto que han iniciado medidas muy drásticas pueden sufrir un impacto más fuerte porque finalmente dependen de las finanzas de la especulación. Esas medidas no mitigan el impacto económico. México está resistiendo y es un país con muy pocos casos. Eso va a cambiar rápidamente, pero este esquema nos habrá hecho ganar días o semanas”.
Órale, dije.
También se han lanzado críticas a la 4T por el número de pruebas realizadas. Y yo también tengo esas dudas. La periodista pregunta sobre eso. Gabastou dice: “Nueve mil pruebas para la fase 1 de la epidemia y eventualmente 2 es suficiente”.
Híjole, respiré.
En México se calcula que un 7 por ciento de los sintomáticos necesitará cuidados intensivos cuando en otros países esa proporción es del 4 por ciento. ¿Por qué? ¿Qué nos hace distintos? La respuesta me deja frío. Habla Gabastou: “Aquí hay más gente joven, sí, pero es el segundo o tercer país en diabetes y obesidad, que son factores de riesgo. Un 50 por ciento de los que entren en cuidados intensivos podrían fallecer, por eso es mejor que se prevea un número superior para anticipar derivas e imponderables”.
Úchala, exclamé.
Vi de reojo mi casco para la bicicleta. Tanta comida chatarra nos pasa la factura a diario, por supuesto. Pero ahora el coronavirus ha expuesto esa debilidad. Más bicicleta y menos Cheetos, me dije; más bicicleta y menos comida frita, antojitos, garnachas y Gansitos. Debemos aprender nuestra lección ya.
“Al inicio de la crisis, ustedes felicitaron a México. ¿Hoy también?”, pregunta la reportera de El País al terminar la entrevista. El que responde es Morales: “Hasta el momento, sí”.
Ah, me dije.
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Ya es domingo. Plácido Domingo anuncia que tiene coronavirus. Lo anuncia en domingo. Salimos en bicicleta y armados de alcohol, nos fuimos al Miniso. Primera foto que me pasa por la cabeza: se dicen japoneses pero todo lo que venden es chino. Me pongo racional y pienso que no hay una sola evidencia de que el coronavirus sobreviva pegado a artículos importados. Miniso, pues. Vamos a buscar una canasta para ropa sucia. Tengo una, pero es para la entrada. Como ando mucho en la calle, en virtud de que soy periodista, llego a casa y antes que nada me quito la ropa y desinfecto mis zapatos o tenis. Luego me baño. Estoy procurando baños cortos porque estoy bañándome dos veces al día.
Seguimos en fase 1. Muchos gritan que pasemos a la fase 2 y son, claro, los que no viven al día; los que se pueden encerrar y dejar de ganar dinero cada mañana porque lo tienen. El último país sin coronavirus de la región es Belice y hoy anunció que cierra la frontera. Es fase 1 y yo opero en fase 2. Haga lo mismo, si puede. Y si los de la OMS y la OPS están en lo cierto, quizás la vamos a librar bien y vamos adelantados. Ojalá. Confío en la solidaridad de los mexicanos, en que somos disciplinados cuando se trata de peligros colectivos. Viví los sismos de 2017 dentro de uno de los barrios más afectados y qué les digo: todos fuimos un ejemplo de compañerismo, solidaridad y pasión por servir. Mis vecinos son una maravilla en eso. Todos merecemos salvarnos. Eso, y mucha disciplina, nos puede salvar. Tic, tac, tic, tac. El reloj del brote viral suena. En México, se supone, estamos entrando en la fase más difícil. Procuro no escuchar al reloj, pero le tengo los ojos puestos encima. Lo que oigo son pájaros que se bañan deliciosamente en el tejado vecino porque han descubierto una charca de la lluvia de ayer. Dos de ellos pelean en el aire, otro estira ala y pata frente a mi ventana. Ya es domingo. El sol lanza baldes de lumbre sobre los techos, los patios, sobre los árboles. Les voy contando. Ándese tranquilo pero no confiado. Cero confianza. A resistir. Hay que estar sanos para ayudar a otros, como dice Lolita Bosch. Sanos y vivos nos queremos. Hasta el próximo lunes.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx