COVID-19

Diarios de una pandemia: recuperarse de la COVID-19




mayo 4, 2020

Hannia* es una joven que perdió a su madre, quien murió por COVID-19. Ella y su hermano también enfermaron. Esta es la historia de un viaje que culminó en tragedia, en duelo y enfermedad. Y también es el relato de la recuperación

Texto: Vania Pigeonutt / Pie de Página

El 16 de marzo aterrizó el vuelo Iberia–6403 proveniente de Madrid, España. En el avión regresaba de emergencia María, una mujer de 62 años de edad. Venía de un viaje a Europa largamente anhelado. En esta aventura la acompañaron su esposo, su hijo y su nuera. Aunque volaron al viejo continente a inicios de febrero a un recorrido que tenían planeado por Europa, tuvieron que forzar el regreso, debido a la COVID-19. 

Cinco días después de aterrizar en México y con una serie de negligencias médicas para atenderla, su familia –algunos ya habían contraído la enfermedad– sólo le dijo adiós a María por medio de videollamadas; lejos. Desde su recuperación por COVID-19, Hannia, su hija, cuenta que cuando su familia regresó con muchas dificultades de Europa, no había medidas en México para darles seguimiento y detectar oportunamente la enfermedad, que ahora es pandemia. Los estafaron en hospitales privados con la prueba, los ignoraron por días.

“Gente que venía en el mismo avión con mi mamá, tenían que ser los primeros en ser buscados, para identificar si ellos padecían esta enfermedad y recibir una atención oportuna. Nosotros dimos aviso inmediato, lo hicimos con el mayor afán preventivo. Dijimos que mi mamá había muerto: ¡Por favor, busquen que se les haga la prueba, porque sí se puede detener la difusión de este padecimiento, y lo que tenemos como respuesta es ser responsabilizados de la introducción de la infección en México”, lamenta.

Hannia, nombre que no es verdadero, pero en esta historia la identificará, narra cómo ha enfrentado su familia el estigma de tener COVID-19 y por esa razón reserva su identidad. Su mamá fue el primer caso de muerte de una mujer en México y esto les ha generado una ola de descalificaciones y acciones violentas, no sólo a ella, a su hermano quien también dio positivo en COVID-19 –ambos se están recuperando–, sino a sobrinas, cuñadas, papá, a ella en su papel de defensora de derechos humanos y violencia de género, a su papá. 

Negligencias

Los primeros días de marzo Hannia estaba en Veracruz cuando vio en las noticias lo que ocurría en Italia por el virus  SARS-CoV-2. Ella como defensora de víctimas, no se desenfocó de su papel. Le pareció que el mundo había vivido algo similar en 2009 con el SARS. De algún modo estaba tranquila hasta que leyó que cerraban las fronteras en Italia, donde hasta ese momento se encontraba su familia acompañando a su mamá, quien soñaba visitar Europa desde los siete años de edad y se preparaba para recibir quimioterapia de regreso, porque una semana antes le detectaron meloma múltiple en fase inicial: cáncer.

El 12 de marzo decidieron comprarles boletos a sus familiares estancados en Europa por la pandemia. La gente no podía salir del propio territorio Italiano. María, su esposo, hijo y nuera, movieron cielo, mar y tierra para poder regresar a su país. Le contaron a Hannia que eran vistos como bichos raros porque se lavaban constantemente las manos, se checaban la temperatura y usaban cubrebocas, guantes y visores. Querían salir de esa psicosis generada por el desabasto de víveres, los toques de queda.

Apenas un mes atrás, Hannia salió del hospital. Para ella ha sido difícil asimilar que en pocos días cambió su mundo como lo concibió. Le atraviesan principalmente tres factores en su introspección obligada: las negligencias que conllevaron las circunstancias de la muerte de su mamá, los ataques sistemáticos en redes sociales,  y generar una empatía con las víctimas, decirles que se puede hablar.

“Decirle a pacientes y familiares, médicos y enfermeras que no están solos. Pueden hablar. Son las tres reflexiones que a mí me quedan, de los grandes aprendizajes de mi vida, el tiempo nos da la razón y pone las cosas en donde deban de estar”. Con su experiencia, dice Hannia, prefiere profundizar en sus análisis de manera estructural, por eso está segura de que el sistema falló y pese a lo que a diario diga el subsecretario de Salud, Hugo López–Gatell, a quien considera soberbio y que no sabe escuchar, México no hizo lo pertinente.

Su familia debió recorrer vía terrestre desde Italia hasta llegar a Madrid, donde estuvieron confinados cuatro días hasta que salió el Iberia–6403. Varios pasajeros venían de Italia. “Uno de los pasajeros había requerido asistencia médica respiratoria y bajan a todos los del avión y los hospedan en un hotel de allí del propio aeropuerto de Madrid. Entonces al día siguiente que esos pasajeros se habían pasado del vuelo de Italia, abordan este avión donde mi familia llega a México”.

Hasta ese momento en Europa las medidas policiacas eran estrictas, la mínima distancia entre la gente era de dos metros, mientras que en México, cuenta Hannia, el aeropuerto “parecía el metro Pantitlán a la hora pico”. No había ninguna medida, y pese a las advertencias, no hubo un seguimiento a los pasajeros de este vuelo.

Cuenta que este viaje sería el último de su mamá antes de la quimioterapia. Tenía que estar muy bien, para que iniciara estros tratamientos. Durante esas tres, cuatro semanas, ningún sobrino fue a su casa, sólo otro hermano y ella. El 17 de marzo su mamá inició con una fiebre de 38 grados y comenzó su drama.

Decidieron trasladarla al hospital ABC Observatorio, donde se ofrecían las pruebas de COVID-19 en 3 mil pesos. Sólo a ella se la practican por la fiebre y les niegan las pruebas para los demás.

“Ella llegó cansada del viaje, pero era explicable por las tantas horas que se habían pasado viajando, pero era todo”. En ese hospital sólo le pusieron oxígeno dos horas y después la regresaron a casa, con paracetamol. Le dijeron que en las próximas 72 horas tendría el diagnóstico, pero ni a las 72 horas ni pasado el plazo ocurrió; de hecho, pagaron allí 25 mil pesos para nada. Después les llegó un correo que por problemas técnicos no les harían llegar la prueba.

“En ese momento decidimos comunicarnos al 51515  teléfono que, el gobierno de la Ciudad de México había dispuesto para posibles casos de covid. Se resuelve el cuestionario y nos dice que hay un alta posibilidad de que mi mamá sea positiva y que ellos se comunicarán con nosotros. No se comunicaron, ese día 20 de marzo y el día siguiente sábado, mi mamá vuelve a amanecer con fiebre de 38 grados. Nosotros nos comunicamos con Locatel, para darle seguimiento a la llamada que un día antes le hicimos”, y nada, narra. 

Les dijeron que encerraran a su mamá en un cuarto sola. El sábado nuevamente tiene fiebre, sin que llegara un servicio de salud, por parte del gobierno de la Ciudad de México, para ser valorada y en su caso aplicarle la prueba. “Se comunica con nosotros la dirección sanitaria de Benito Juárez. Nos hacen las mismas preguntas que el cuestionario, nos vuelven a decir lo que nos dice la aplicación y Locatel de que encerráramos a mi mamá en un cuarto sola sin que nadie se le acercara y esperáramos a que los servicios de salud acudieran a nuestro domicilio”

Eso les pasó de las tres a las siete de la noche. Ante la falta de información ellos acuden a médicos y enfermeras de Europa. Les dicen que consigan un oxímetro, un aparato para medirle la oxigenación, luego también a distancia, les dicen que necesita ser intubada de inmediato. 

La llevan a otro hospital, el Ángeles Metropolitano. Presentaba tos con flema y flujo nasal. Para  María estos días sin atención médica, fueron una bomba de tiempo. Ella tenía 45 por ciento de probabilidades de vivir, pero decidieron atenderla. Fue hasta ese lugar, donde se enteró que su hermano de 29 años de edad, el que había ido al viaje, dio positivo a covid. Ni su papá ni su cuñada lo hicieron, pero también se confinaron. 

El 23 de marzo, la defensora de derechos humanos, especializada en tortura y derechos de las mujeres, concluyó la batalla más difícil de su vida. Saber de la muerte de su madre y ver su cuerpo desde un elevador. No pudo abrazarla ni despedirse de ella, pero al mismo tiempo sabe que todo lo que ambas se quisieron decir, lo hicieron vivas.

María murió a las 5:28 de la tarde del 23 de marzo a causa de una neumonía viral por COVID-19. El resultado positivo de la prueba, incluso, estuvo después de que ella muriera. La doctora tratante les dice que el estado de salud de su mamá se había complicado y que sería trasladada a terapia intensiva. Ella muere por un paro respiratorio y no llegó a esa sala de cuidados especiales.

“Ese mismo momento recibió mi cuñada, papá y hermano el resultado. Mi hermano salió positivo, le practican una tomografía y sale con una afectación del 30 por ciento de sus pulmones. Era asintomático. También con una oxigenación baja. Yo tengo a mi mamá siendo sacada del hospital, ya fallecida por los servicios funerarios; y al mismo tiempo acompañando a mi hermano al área restringida de covid, ahí del hospital”. 

Su mamá había cumplido 62 años de edad y era una abogada prominente, alegre, buena consejera y positiva. Su hermano de 32 años y ella tendrían un reto enfrente: superar la enfermedad. Lo que han hecho pero con complicaciones. Sobre todo ella. Está en la etapa de recuperación, pero aún se cansa con caminar cinco minutos cada dos horas. Hannia perdió el gusto, el olfato, le dolían los ojos de una manera muy profunda. Definitivamente lo que le conviene en su recuperación es estar inmóvil.

Ella fue ingresada días después al hospital de Nutrición, pero en estas llamadas telefónicas y videollamadas, le interesa hacer esta reflexión. Agradecer a los médicos y enfermeras que sí la han ayudado, pero también alertar del discurso de odio y discriminación que permea en México, ante una enfermedad desconocida.

Sobrevivir a la COVID-19 en soledad

Hannia empieza a tener una inflamación muy aguda en la garganta. Era una inflamación diferente, porque en lugar de inflamarse de forma redonda la garganta, la garganta se le inflamó en la parte superior continua al paladar. “Yo siempre he descrito esta inflamación como si tuviera un pedazo de bolillo mojado pegado en el paladar, pero hacía atrás. Y la inflamación era en la demás parte de la traquea, así estuve jueves y viernes de esa semana del 16, es decir, 19 y 20, inflamada. Entonces el 20 decido hacer enjuagues con Isodine faringeo”.

No volvió a tener ningún otro síntoma hasta que muere su mamá. “Se va inmediatamente a cremación, no hicimos rito funerario, mi hermano ingresa, lo que nos pasó sí fue feo, pero yo creo que eso no es lo que en mi caso me afectó, lo que más impacto emocional he tenido, fue que, cuando mure mi mamá, como muchas familias anunciamos en los perfiles de Facebook que mi madre había muerto y que había sido por covid, pero de forma muy rápida, yo y el resto de mis familiares empezamos a ser agredidos en redes sociales, diciéndonos cosas feas, como que éramos unos mentirosos que mi mamá no había muerto”. 

Después de las denuncias reciben una llamada de la Secretaría de Salud local, pero no por la muerte de María, sino porque su cuñado, trabajador del poder Judicial, ya tenía otra connotación, dice Hannia. No es lo mismo una familia a los empleados de un poder nacional, y ella cree que por eso el martes 24 de marzo fueron a su casa y  aplican sólo a tres de ellos: a  su hermana, esposa del funcionario, a su sobrina y a uno de los menores. Se comprometieron en otras seis pruebas.

Ayuda a cuentagotas

Faltaban su esposo, cuñado y otro sobrino. “Qué pasa conmigo después de la muerte de mi madre. Empiezo a responder todos los ataques mediáticos. Yo entendía que podía estar fatigada del estrés de la hospitalización de mi madre, de mi hermano, del ataque en los medios, y me sentía un poco cansada. Ya con los antecedentes que tenía decidí realizarme la prueba en el Hospital Ángeles, y pues así pasó esa noche bañada en sudor”.

El 25 de marzo que amanece bañada en sudor, le dijo a su esposo que no salieran de la cama, se sentía muy fatigada, pero tuvo que hospitalizarse.

“Y sí, es toda la tos maldita, el cansancio maldito, el desgano maldito, el ataque generalizado contra nosotros. Y pues nada, que llegan los servicios de salud. Me trataron de persuadir para que no fuera trasladada. Me dijeron: mira, pues sí, tienes covid, sí tienes problemas para respirar y si nosotros te llevamos al hospital lo más seguro es que te reboten porque no traes fiebre, porque tu tos no es seca, mi tos era con flemas, entonces como no cumples sencillamente te van a rebotar”, cuenta de una llamada de Locatel, previo a internarse.

En el hospital de Nutrición le hicieron una tomografía y corroboraron no sólo el covid, sino una neumonía ya presente. 

“Sí fue un momento de mucho estrés, porque mi mamá acababa de morir, ya sabíamos que la posibilidad de muerte era real. Mi mamá estaba bien, te cuento, a las 8 de la mañana de 23. Pero para las 7 de la noche mi mamá estaba muy mal. Entonces yo había visto que el deterioro de este padecimiento es muy rápido. Igual, mi hermano ingresó al hospital bien, no con síntomas casi nulos o sintomáticos, y pues ya estando adentro del hospital, no porque la hospitalización sea la mala, sino porque la propia evolución de la enfermedad y del virus es muy rapaz, es muy veloz, y creo que eso no lo han entendido los médicos”.

Aisalda, dice, llega a un estado de poco entendimiento de la enfermedad, porque ni los médicos saben qué te va a pasar. “Yo recuerdo que me dolían los ojos por atrás, y yo no puedo explicar cómo me dolía. Es que me decían, es que te duele la cabeza, yo decía es que no me duele la cabeza, me duele un ojo, aquí atrás. Yo me sentía medio loca, porque yo sentía que se me quemaba la mitad de la cabeza, o sea como si algo ardiera por adentro, y me decían es que no tienes fiebre. Y les decía es que no tengo fiebre lo que estoy diciendo es que me quema la cabeza aquí adentro no sé qué tengo”. 

Duelo inacabado

Hannia, prefiere ver hacia adelante, recuerda que su mamá siempre la impulsó. La anécdota más ilustrativa al respecto fue el cuando terminaba su maestría y necesitaba titularse. Su mamá la ayudó a definir entre hacer el examen o tesis, que le podrían significar otros seis meses y la imposibilidad de postularse al doctorado. Su maestría fue en victimología.

Recuerda las palabras de su mamá: “nada pierdes”. Cuando recuerda esa anécdota el silencio del que ya se ha acostumbrado en momentos invade la escena. Siente que todo ha sido rapaz, atroz, rápido, brutal. No había podido bajar de su recamara, hasta que por la obligación de esos ejercicios para recuperar su actividad pulmonar tuvo que caminar un poco. Le dolió ver ya una foto de su mami a un lado de sus cenizas. Aunque era consciente de todo lo ocurrido, se paralizó.

Adiós

Hannia escribió del adiós a su mamá las siguientes palabras:

Al llegar al hospital, vi sobre la rampa del sótano la camioneta de una empresa funeraria que en mi familia comentamos contrataríamos para cremar a mi madre, en seguida relacioné que habían ido por ella y entré de prisa con ese fuerte sentimiento y pensamiento.

Subí corriendo las escaleras para no perder tiempo esperando el elevador. Cuando llegué al piso, vi sobre el pasillo que venían 4 o 5 personas totalmente cubiertas con equipo de protección médica, batas quirúrgicas, cofias, lentes, guantes, protectores de zapatos, tapabocas y empujaban una camilla con una bolsa negra.

Me quedé inmóvil al final del pasillo viendo aquella escena mientras se aproximaban las personas con la camilla por el pasillo y dando tiempo a mi cabeza para entender que esa era mi mamá. En algún momento hablé en voz alta y aseguré “es mi mamá”, después lo hice en forma de pregunta, nadie me contestó, no sé si porque no me escucharon o no sabían qué responder. Sentí un impulso de caminar, pero me detuve para no acercarme de forma acelerada.

El mismo elevador que iba a tomar para subir a piso, era en el que metían la camilla para sacarla del hospital, me acerqué a un metro de el y dije “sí es mi mamá, adiós mamá, te quiero mucho mamá”, alguien de los que iba con ella detuvo el cierre de puertas, así pude mirar con atención que mi mamá iba en dos bolsas negras, la primera era visible y tenía una pequeña abertura porque no había sellado el cierre y me permitía ver la bolsa de adentro, que tenía un candado plateado para asegurar el cierre…

Al día siguiente de su muerte, las cenizas de mi mamá llegaron a mi casa en una caja de madera que había sido bañada en cloro. Nadie de mi familia volvió a ver o a tocar a mi mamá después de que ingresó al hospital. No hubo servicios funerarios por condiciones básicas de la lógica, no permitiríamos que el resto de nuestra familia se expusiera a ser contaminada en una concentración funeraria o que tuvieran contacto físico con nosotros, que estuvimos en acercamiento con mi madre y menos, a que se aproximaran a su cuerpo.

***

Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.

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