Opinión

El hambre que viene




mayo 28, 2020

En debate de odio que envuelve al llamado “círculo rojo” de políticos y opinadores, muy pocos miran a las comunidades, pueblos y barrios donde se incuba el impacto más profundo de la pandemia por coronavirus. Donde la discusión cotidiana es ganar unos pesos para comer. Y sobrevivir al pantano que es una buena parte de México

Alberto Najar
Twitter: @anajarnajar

Ciudad de México – Hace unos días, mientras esperaba el cambio de señal en el semáforo, a mi auto se acercó un joven para limpiar el parabrisas.

Le pedí que no lo hiciera porque no tenía monedas (es cierto, no traía), pero la respuesta del muchacho, un veinteañero con un aspecto distinto al que suelen tener las personas en situación de calle, me dejó pasmado.

“¿No tiene algo para comer?”, pidió. Fue, literalmente, un golpe al estómago. Ese día había salido del encierro por la cuarentena para comprar comida.

Le compartí algo de lo que llevaba a casa. Días después encontré un caso similar. En Twitter se publicó la foto de un niño que intercambiaba sus juguetes por comida.

Quien difundió la imagen pidió a sus seguidores que donaran algo de comida a la familia del niño. La respuesta fue eficaz: al menos durante lo que resta de la cuarentena podrá conservar sus preciados juguetes.

Los dos casos ocurrieron en barrios de clase media en Ciudad de México, donde una de las quejas de los vecinos es que los restaurantes y bares de la zona tienen varias semanas de cierre.

Pero lo mismo sucede ya en otras ciudades del país. Los casos nutren los espacios centrales de muchos medios tradicionales, que lo presentan como evidencia de la supuesta estrategia fallida para combatir la pandemia.

Más allá de la estrategia de odio y desinformación para minar la estrategia sanitaria contra la pandemia, a la espera de la multiplicación de los muertos que ansían algunos personajes, es importante revisar con calma el eventual escenario post covid.

Desde abril, antes de ser hospitalizado por contraer el coronavirus, el primer ministro de Reino Unido Boris Johnson advirtió que la pandemia tendría el mayor impacto en la economía mundial desde la Segunda Guerra Mundial.

Los pronósticos de crecimiento en el PIB de China se asemejan a los tiempos en que Mao Tse Tung gobernaba el país, en ese entonces con una férrea ideología comunista.

El Banco Mundial estima que habrá por lo menos 49 millones de nuevos pobres en las regiones afectadas por la pandemia. Una cifra optimista dicen organismos como la Universidad King College de Gran Bretaña.

Sus expectativas son que unas 420 millones de personas se van a considerar dentro de los estándares de la pobreza.

Es la nueva normalidad para el mundo. Y para nuestro país la situación no es diferente. El Banco de México estima que el PIB puede caer en 8%, una cifra mayor a las estimaciones iniciales de una pérdida de 7 puntos porcentuales.

Los números, sin embargo, no describen el impacto profundo de la pandemia, sobre todo en las regiones marginadas del país, esas que nutren las estadísticas de la pobreza alimentaria.

Muchas son comunidades con población indígena, pero también se encuentran los barrios pobres en los suburbios de las grandes ciudades.

El joven que limpia parabrisas a cambio de comida, el niño que sacrifica sus juguetes por alimentos, la pareja de ancianos que entrega sus muebles por unas medicinas son apenas algunos ejemplos, los más conocidos porque se encuentran en las ciudades y les encuentran algunos periodistas.

Pero México no es sólo las capitales de los estados. Hay miles de comunidades que en los meses de cuarentena se aislaron aún más. Donde la discusión no es el comentario del presidente o los patéticos afanes reeleccionistas del impresentable Calderón Hinojosa.

Allí el tema es más elemental: en dónde conseguir comida. Cómo recuperar la manera de ganar unos pesos para sobrevivir.

En el pantano de odio y clasismo que envuelve la discusión en medios y espacios políticos o de la academia, escasean quienes miran abajo, a los espacios donde se incuban las próximas malas noticias en las estadísticas de pobreza.

Pocos hablan de eso, sobre todo en los medios. Pie de Página y Amapola son algunos de ellos. Las historias sobre la escasez de alimento en sitios como la Montaña de Guerrero son una advertencia de lo que viene.

Del hambre que acecha. De la certeza de que, como ha ocurrido otras veces, cuando los tomadores de decisión se percaten puede ser muy tarde. 

Ya ocurrió una vez. En la pandemia de AH1N1 se aplicó la estrategia de defender con recursos fiscales a las empresas creadoras de empleo, una forma, gritaron, de ayudar a los más vulnerables.

Pero no fue así. Los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) revelan que la decisión permitió mitigar el impacto de la pandemia en los centros urbanos y destinos turísticos, por ejemplo.

Ayudó a preservar en crecimiento algunas industrias y el sector servicios. Pero de nada, o casi nada, ayudó a los más vulnerables.

El Coneval reveló, en diciembre de 2009, que el 75.7% de los pueblos indígenas del país vivían en pobreza multidimensional.

En los siguientes años la tendencia se mantuvo para el resto de la población. Entre 2010 y 2012 aumentó el número de pobres en todo el país.

Según el Consejo –ahora cuestionado por López Obrador- el 45.5 de los mexicanos eran pobres. 

Muchos, según los datos del Coneval y del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi), se encontraban en los sectores que supuestamente se rescataron tras la pandemia de AH1N1.

Pero la mayoría eran personas que olvidaron Calderón y quien le desalojó de Los Pinos, Enrique Peña.  

En 2014 el índice de marginación aumentó al 46.2% de los mexicanos. Es decir, para ese años en México había 55.3 millones de personas en situación de pobreza. La mitad de la población de entonces. 

¿Sirvió la estrategia de la lluvia y el goteo, el dogma econometrista de que apoyar al gran capital a la larga permite el goteo de recursos para los más pobres? 

Los números que fascinan a los cruzados del modelo muestran que no, y mucho menos después de una pandemia. Tal vez por eso la decisión del gobierno actual de enfocar los recursos a la población más vulnerable.

Pero no hay certeza de que sea suficiente. Los países con economías más sólidas esperan una recuperación cercana a la normalidad pre-covid de un par de años, por lo menos.

En el México con la mitad de su población en pobreza, con la mayor desigualdad social entre los miembros de la OCDE, se antoja difícil un pronóstico de esta naturaleza.

Porque al impacto de la covid se suma la marginación centenaria de miles de comunidades. El abandono de los últimos 8 gobiernos. 

Las características de la pobreza multidimensional que afecta a millones de personas y que se define, básicamente, en la imposibilidad de tener un ingreso suficiente para satisfacer las necesidades básicas.

Quienes se encuentran en estos niveles pueden, ante una emergencia sanitaria como la de este 2020, descender al peldaño anterior de las estadísticas: la pobreza extrema.

A esto se añade la decisión de algunos, a mitad de la pandemia, de cobrar venganza y ajustar cuentas con López Obrador inclusive a costa arriesgar la vida de miles de personas.

Un escenario complicado, con riesgo de convertirse en devastador. Donde, como se ha demostrado, la pobreza y el hambre seguramente se cebarán entre los más pobres.

***

Alberto Najar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service. Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.

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