Durante la contingencia sanitaria, las habilidades y fortalezas que constituyen el movimiento feminista en México han sido claves para contrarrestar el recrudecimiento de las violencias en contra de las mujeres
Celia Guerrero
Twitter: @celiawarrior
Han pasado 12 semanas de las históricas marchas del 8 de marzo a lo largo del país y del posterior paro nacional de mujeres y niñas, dos grandes impulsos para la visibilización de las luchas de las mujeres y el feminismo en México. Desde entonces, la emergencia sanitaria por la pandemia de COVID-19 parece —por lo menos en la agenda mediática— haber colocado esas problemáticas en un impase.
Sin embargo, como sucedió en 2019 con el movimiento Me Too en México, o con las protestas por la violencia institucional que acuñaron el lema: “No me cuidan me violan”, o con los paros y tomas separatistas de estudiantes cansadas de enfrentar la violencia machista hasta dentro de sus escuelas; aunque medios, instituciones, gobiernos y sociedad subestimen la organización de las mujeres y se equivoquen en sus cálculos, finalmente los temas se empujan solos a la agenda mediática pese a la renuencia machista para darles importancia.
Ahora, no faltarán quienes se pregunten, ¿qué hacen las feministas en tiempos de COVID-19? Como no las ven manifestándose en Reforma, quisieran proclamar su derrota. De nuevo se equivocan. Durante este lapso —que pareciera perdido en muchos sentidos, pero no es así— las habilidades y fortalezas que constituyen el movimiento feminista en México —con todo y sus múltiples asegunes— han sido claves para contrarrestar el recrudecimiento de las violencias en contra de las mujeres y otros que trajo la emergencia sanitaria.
Valdría la pena rescatar experiencias: ¿cuáles han sido las acciones inmediatas para proteger a las mujeres en medio de esta contingencia, sus primeros aprendizajes y cuáles son las prioridades a atender como movimiento en este escenario que pretenden reciclar llamándole “nueva normalidad”? Sirva este texto para detonar una conversación al respecto.
Pondré como ejemplo a organizaciones de mujeres, colectivas feministas y circunstancias que suceden en el Estado de México porque son a las que he seguido durante los últimos meses. Una de las habilidades que muestra el movimiento feminista que crece y se fortalece en este estado es su capacidad de detectar que la violencia contra las mujeres es estructural, y no solo cultural o directa. No es casual que esta violencia —una que suele perderse entre lecturas y posturas feministas— sea la señalada por las mujeres de la periferia, es la que tienen más presente, es la primera que las impacta. Por ello, lo inmediato que hicieron para enfrentar los problemas traídos por las medidas ante la pandemia fue aliviar la necesitad de alimentos a mujeres trabajadoras y sus familias que de un día para otro perdieron su sustento.
Esta actividad la han mantenido durante semanas varios grupos feministas que en principio se dedican a dar talleres de prevención de violencia, asesoría jurídica y psicológica y acompañamiento a mujeres víctimas en Chimalhuacán, Ecatepec y Nezahualcóyotl. Hay que destacar que se trata de una reacción directa al aumento desmesurado de la insuficiencia alimentaria en zonas urbanas que el gobierno mexicano debió prever como consecuencia de la campaña “Quédate en casa” y es aún una de sus responsabilidades por resolver.
“Las mujeres que nos contactan, muchas de ellas tienen pareja. Pero ellas son las que están gestionando el alimento para sus hijos y dicen: ‘Es que mi marido se quedó sin trabajo’”, cuenta una integrante de la Colectiva Moradas, un grupo feminista que dona despensas en Chimalhuacán y Neza desde el inicio de la contingencia sanitaria.
Sobre los aprendizajes, también en este estado, las redes de mujeres aún están buscando formas innovadoras de articularse y comunicarse para solicitar ayuda en medio del confinamiento. Esas redes de sororidad que generalmente se construyen a lo largo del tiempo y entre conocidas, con las limitaciones de movimiento proliferaron en redes sociales y medios digitales. Y aunque hay grupos de este tipo que ya existían antes de la emergencia sanitaria, el problema es que los canales digitales siempre han atendido a contextos limitados.
“La gente que se nos ha acercado es porque nos ha visto en las marchas. Pero al ama de casa o la señora que lleva a sus chiquillos a la escuela, no estamos llegando como quisiéramos a través de nuestras páginas [digitales]”, explica Patricia, integrante de la Red de Mujeres de Oriente del Estado de México.
Luego está, por supuesto, la violencia machista y feminicida dentro de las casas que quieren englobar bajo el término de violencia intrafamiliar pero involucra una amplia gama de agresiones en gran medida contra mujeres y niñas. Como La Igualada anterior abordó este mismo tema, me limitaré a agregar que, también en el Estado de México, la Red Nacional de Refugios ha tenido conocimiento de mujeres víctimas de violencia que, en medio de la emergencia sanitaria, requirieron atención médica, se presentaron en hospitales y fueron rechazadas porque solo están atendiendo casos de COVID-19.
También en las unidades de atención a violencia contra mujeres sus hijas e hijos, centros de justicia, fiscalías especiales y tribunales familiares, los servidores públicos utilizan el pretexto de la emergencia sanitaria para rechazar a las mujeres usuarias. Varias de estas oficinas cerraron durante la contingencia, modificaron sus horarios o están atendiendo únicamente casos de violación o con lesiones físicas visibles, retrocediendo lo poco que durante décadas se ha avanzado para reconocer y atender la violencia contra las mujeres en el país.
Esta es una de las “nuevas normalidades” a las que un movimiento feminista deberá reaccionar, reconfigurando prioridades según el caso, porque ni será una sola “nueva normalidad”, como la quieren presentar, ni será tan nueva.