Opinión

El arpa




junio 8, 2020

El futuro es una hoja de árbol flotando a la deriva

Alejandro Páez Varela

No hay redacción en México que no esté sometida a la tormenta perfecta. Son vientos que no vienen de un solo frente. Uno de los obvios es la crisis que sacude al mundo; la economía se ha hundido a niveles no vistos en un siglo a causa del coronavirus; los empleos se están destruyendo a velocidades inauditas y las empresas caen en cascada al abismo. Otro frente es doméstico: el recorte aplicado por el Gobierno de la 4T a la publicidad oficial ha convulsionado casi todos las estructuras empresariales que dependían de recursos públicos, salvo el puñado que la administración de Andrés Manuel López Obrador ha decidido sostener por criterios desconcertantes. Y un tercero es la crisis de credibilidad provocada por los años de sometimiento de muchos medios.

Los periodistas mexicanos están en un momento que nunca antes habían presenciado. He visto desde adentro crisis brutales; ninguna como esta. Claro que los reporteros y editores son los más vulnerables porque todos los frentes les pegan directo. El futuro es una hoja de árbol flotando a la deriva. Los fuertes son los débiles; me explico: las chicas por chicas, y las grandes por grandes, pero no hay redacción en este país que no esté sometida a la tormenta perfecta.

La crisis económica es pasajera. Sea una “V” o una “U”, o sea como una palomita (recuperación más lenta), los anunciantes necesitarán canales efectivos para promocionarse y salir más rápido. Claro que hay otros medios además de la prensa, por la diversificación que ofrece Internet; pero la prensa es un medio probado y con segmentos de precisión que ayudan a una compañía a ir por mercados específicos. ¿Quieren jóvenes? Un medio digital –como SinEmbargo– se los da. ¿Quieren una ciudad específica? También. La crisis pasará y los medios que sobrevivan (como SinEmbargo, de estructura liviana) estarán allí para los anunciantes. La nueva normalidad traerá un ajuste fuerte y serán años de apretarse el cinturón (aunque el Gobierno mexicano diga que sólo la burocracia) para alcanzar los niveles que se habían logrado.

La crisis por el recorte a la publicidad oficial es otra historia. Por un lado está la prensa adicta al dinero público, que se volvió obesa en los días de abundancia; bajar esa grasa le significará reconvertirse en un gimnasio, y eso no sucederá sin sacrificio y dedicación; le llevará tiempo acomodarse a su nueva realidad, pues. Están los medios que no han fincado su desarrollo en el dinero gubernamental; son un puñado, algunos de los más incómodos: el Gobierno de Enrique Peña Nieto (y antes, el de Felipe Calderón) les hizo un favor al dejarlos fuera de las pautas publicitarias y aprendieron a vivir sin ellas. Aún así, el frente del recorte en la publicidad oficial no lo sorteará nadie con agrado. Pero podrá sortearse con el doble de esfuerzo.

Y hay otros para los que la tormenta ha adelantado el réquiem: los que usan tecnologías viejas. Y me duele (vengo de allí) porque hablo de los impresos; la crisis apurará el cataclismo y sólo los que preparen su tránsito a lo digital, con enorme audacia y rapidez, sobrevivirán.
Y está la crisis de credibilidad. Y allí me permito agarrar aire para ir a la cocina por una taza de café.

***

El tercer frente en la tormenta perfecta de la prensa mexicana es la crisis de credibilidad. Años y años de sometimiento al poder (sobre todo de los más grandes) metió a los medios y a los periodistas en el gran saco del descrédito. Podría escribir kilómetros sobre esto pero no viene al caso; ni siquiera es mi intención, por el momento.

La 4T pudo impulsar un cambio profundo en la prensa. Pero ha dejado ir esa oportunidad, hasta hoy. Lejos de poner el ejemplo y crear un indicador (o una serie de indicadores, basados en distintos criterios) para transparentar y sanear para siempre el reparto de la publicidad oficial, recurrió a lo más fácil: hacerlo al gusto del patrón. Tal y como lo hacían Peña o Calderón o Fox o Zedillo o Salinas o al infinito.

Pudo condicionar la entrega de publicidad a ciertos criterios y forzar el saneamiento de las empresas de medios. Uno muy simple: establecer salarios mínimos profesionales y condicionar la publicidad a su cumplimiento; que reporteros y editores no ganen (no ganemos) menos de un piso, para que el dinero no se vaya (o no todo el dinero) a helicópteros y aviones de los dueños de la prensa, sino mayoritariamente a la tropa. O establecer un consejo de medición de audiencia que diga quién es quién. O establecer fondos para impulsar la profesionalización de la base: uno para los mejores proyectos de investigación sobre corrupción, el supuesto eje de este Gobierno, por ejemplo; un fondo para periodismo científico o periodismo económico; un fondo para todos los reporteros que se han especializado sobre la marcha en medición de pobreza. Un fondo para periodistas que trabajan con metadatos (son contados los que pueden describir una granja de bots) o uno para los mejores noticieros alternativos en Youtube.

Para nuestra desgracia (y ahora hablo como sociedad), por lo que se optó es por el reparto al puñado de amigos y a otros medios, como Reforma o Proceso, que son incómodos pero (supongo) no quieren dejarlos fuera para no abrir ese frente, el de la publicidad, con ellos.

Lo peor es que, advierto, otras fuentes de financiamiento se abrirán para la prensa. No para toda, pero sí para la que está acostumbrada a abrir la mano y cerrar los ojos. Me refiero a fuentes de financiamiento que buscan el poder y que usarán esa prensa para sus propósitos; desde el narcotráfico hasta los políticos y empresarios con ganas de retomar el poder. Una buena parte de la prensa será sujetada, creo, por los que tengan con qué.

Y de esta manera, la 4T habrá provocado un cisma pero no para construir algo, sino para ver cómo caen, uno por uno, los medios. Una suerte de sadismo sin sentido y sin orientación. Nerón tocando el arpa mientras las llamas consumen Roma.

Lo lamento por tanta gente valiosa en las redacciones de México, hoy sometidas a la tormenta perfecta, a vientos que no vienen de un solo frente. Sobrevivirán con seguridad los medios con los que simpatiza la 4T o los que acepten las fuentes menos ortodoxas de financiamiento. Se consumirán (o quedarán en huesos) muchos esfuerzos valientes que suelen ser los más vulnerables a los caprichos desde el poder. Y todo para qué, diría la canción.

Ciertamente este medio está lleno de pus y cucarachas. Pero no todo es pus y cucarachas. Lo que lamento es que las cucarachas sobreviven a los cataclismos. Y estarán allí cuando Roma sea ceniza. Y quizás sean ellas las que toquen el arpa –ah, la paradoja– en el mundo que está por venir.

***

Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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