Opinión

Las mujeres al centro: los cuidados o el abismo




junio 12, 2020

Ellas han sido claves como médicas, enfermeras y trabajadoras de la salud; como madres, educadoras, cuidadoras de la salud y amas de casa de familias en confinamiento; como psicoterapeutas de las personas más afectadas por los efectos del coronavirus

Por Víctor M. Quintana S.

Algo huele mal, no en Dinamarca, como decía Hamlet, sino en Chihuahua: hemos tenido de las más altas tasas en el país en lo que se refiere a empleo formal y crecimiento económico, en empleos y valor agregado en la industria manufacturera.  Pero también estamos en los primeros lugares en homicidios, en feminicidios, en violencia familiar, en violaciones, en suicidios y en adicciones, en embarazos en adolescentes y en abuso sexual infantil.

A esto hay que añadir los datos que nos ha revelado la pandemia: el crecimiento de las enfermedades crónico-degenerativas, de la obesidad, de los problemas de salud mental, sobre todo de la depresión.

¿Cómo es posible que se conjuguen estas dos caras tan diferentes de la misma realidad?

Poniéndonos un poco teóricos es porque nos hemos enfocado exclusivamente en el área de la producción y hemos descuidado casi totalmente el área de la reproducción. Es decir, hemos organizado nuestra vida y nuestra sociedad en torno a la economía que produce bienes, servicios, empleos, salarios, transporte a los trabajos, vivienda para reponer fuerzas y volver a ellos, descansos para seguir produciendo más y mejor etc. Eso no está mal, si no sacrificáramos a costa de ello, otra esfera igualmente importante de nuestras vidas.

Esa esfera es la de la reproducción, de la economía del cuidado o, como algunas dicen, de los cuidados. Se trata de la esfera que ayuda a construir, a desarrollar a las personas, a las familias, a las comunidades. Comprende muchas tareas esenciales, todas ellas: cuidar de la alimentación y de la salud biológica y mental de las personas; transmitirles afecto, incluso caricias físicas.

Comunicarles visiones y sentidos de la vida, compartirles valores, tradiciones, criterios de juicio. Compartir creencia y rituales. Desarrollar sentimientos de pertenencia.

El atender esta esfera de la economía de los cuidados permite que nos desarrollemos como personas humanas, como ciudadanas y ciudadanos, no sólo como seres que trabajan y producen. Esta esfera, malamente se ha considerado como la responsabilidad de las mujeres en la casa y en la familia.

Ellas alimentan, curan, limpian, escuchan, atienden, enjugan lágrimas, orientan, enseñan a orar. Y aunque todo esto tiene un enorme valor económico, nunca se ha contabilizado, y menos abonado a la contribución de las mujeres, no sólo a la reproducción sino a la producción.

Los hombres nos hemos ausentado sistemática e irresponsablemente de estas tareas confinándonos en la pura producción, generalmente.

Pero con la precarización de la vida, del empleo y del ingreso, a las mujeres se les ha cargado además, con muchas tareas de la producción: trabajan asalariadamente, generan más ingresos para la familia, pero también emplean mucho tiempo en el transporte y desgastan su salud en ello. Entonces quien sufre es la economía de los cuidados. Si los hombres de la familia no la consideran como su esfera de responsabilidad y las mujeres no se dan abasto para atender la producción y la reproducción se descuida esta segunda. Primero es comer que ser cristiano o limpio, o disciplinado, o bien educado.

Pero este “descuido de los cuidados” no es impune socialmente hablando. Las carencias de la economía de los cuidados tienen muy graves impactos, mismos que hemos sentido muy fuertemente en nuestra ciudad: hijas e hijos sin orientación, sin autoestima, presas fáciles de las adicciones o de las pandillas. Violencia en muy diferentes formas: familiar, sexual, bullying, del narcotráfico, criminal, etc. Son varios los estudios serios realizados con internos de centros de reclusión que muestran que en la mayoría de los casos de los delincuentes hubo graves carencias en los cuidados que debían haber recibido en su hogar.

Nos preocupamos mucho, y está bien, del rompimiento de las “cadenas globales de valor” en las cuales nuestro estado se ha insertado a través de las maquiladoras, sobre todo. Pero no nos preocupamos del rompimiento de “las cadenas humanas del cuidado a las personas” que se han visto rotas por la precarización de la vida de las familias pobres que hace necesarios varios salarios para subsistir; porque la especulación y el lucro son los principales fines de la construcción de viviendas y de la planeación del transporte urbano, por la gran carencia de infraestructura pública de cuidado –no sólo de educación formal– para niñas, niños, adolescentes, personas mayores, jóvenes, por la precariedad de la infraestructura de salud, cultura y deporte, por la falta de tiempos libres para que la familia conviva.

Peor aún: pareciera que se ejerce más violencia con quienes nos cuidan: las mujeres: esposas, madres hermanas o hijas en el hogar, las trabajadoras domésticas, las cuidadoras de guarderías y asilos, las enfermeras. No sólo no se les reconoce su aporte, o no se les retribuye su trabajo o se les retribuye mal, sino se ejerce violencia contra ellas en muchas ocasiones.

La pandemia nos ha mostrado la centralidad del papel de las mujeres, una vez más. Ellas han sido claves como médicas, enfermeras y trabajadoras de la salud; como madres, educadoras, cuidadoras de la salud y amas de casa de familias en confinamiento; como psicoterapeutas de las personas más afectadas por los efectos de la pandemia. No podemos, por lo tanto, seguir viviendo como antes de la pandemia: descuidando los cuidados y a quienes nos cuidan.

Si no aprendemos y de ahora en adelante demos importancia, tiempo y recursos a la economía de los cuidados, si no reconocemos, valoramos y retribuimos el papel fundamental de las mujeres no sólo en los cuidados, sino también en la producción, si no caemos en la cuenta y actuamos como co-responsables de ambas esferas en la vida, no nos extrañe que la nueva normalidad sea un abismo de enfermedades físicas y mentales y de violencia.

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