De acuerdo con el Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington, el 3 de agosto alcanzamos a Estados Unidos en muertos…
Alejandro Páez Varela
La calle ha retomado el barullo. Los vendedores de frutas y verduras anuncian desde sus trocas ofertas en bolsas de 20, 30, 50 pesos. Los músicos callejeros se paran frente a los edificios y suena el silbato del camotero. Madres y padres con sus hijos chiquitos van de la mano rumbo al parque como si hubiera parque, porque no hay. Afuera del súper está la familia completa: los chiquillos venden chicles, los mayores piden una ayuda. Los últimos informes dicen que se han despintado algunos estados del rojo que marca la emergencia por un anaranjado que dice que seguimos en emergencia. Las cifras dicen que el pico de contagios en México no ha cedido y que la ansiada semana-en-la-que-venceremos-la-curva se aleja como en una pesadilla donde estiras la mano para alcanzar la soga y el abismo se hace más profundo, y la soga se aleja.
Our World In Data, el sitio web que hacen distintas escuelas de Oxford y que usan como material de apoyo para la enseñanza MIT, Harvard, Cambridge, Berkeley, Stanford y la misma universidad de Oxford, dice que las cifras que se ven sobre México podrían estar subvaloradas porque faltan pruebas. Somos de los países que menos pruebas realizan en el mundo. Our World In Data pone este ejemplo: Nueva Zelanda es el país con más pruebas y el que más pronto salió de la emergencia; no dice que salgamos ahora mismo a hacernos todos la prueba (ni hay), pero el ejemplo es bastante sugerente. La Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud dicen que sí deben hacerse más (específicamente para el caso mexicano) y atendiendo ese llamado, el Gobierno de la Ciudad de México ha prometido cien mil al mes, focalizadas: para confirmar sospechas, para los familiares de los sospechosos y para los círculos cercanos de sospechosos y familiares. Pero el doctor Hugo López-Gatell insiste cada noche que no es necesario hacerlas. ¿Tons’?, diría el ranchero. Ton’s, pregunto yo, ¿por qué no aplicar más pruebas?
Mi amigo Luis Alonso, de Mazatlán, me cuenta que sus dos hijas tienen coronavirus. El maestro albañil que caracolea mosaicos en casa me dice que su hijo también. Por aquí y por allá, casos, casos. Una fatalidad lo suficientemente cerca como para probar que las hay. La mayoría de los casos de contagio, veo, no se cuentan porque les dicen que se vayan a casa; que si pasa esto y aquello entonces sí, que llamen a emergencias para hacerles la prueba. Pero miles, supongo, no se contabilizan porque no se comprueban por medio de la prueba.
Veo el consolidado de datos que hace la Johns Hopkins University: somos el lugar 14 en el mundo en casos confirmados; y estamos entre los primeros cinco en más casos diarios. La ansiada semana-en-la-que-venceremos-la-curva se aleja de nuevo en esto que parece una pesadilla y en la calle suena el barullo: cruzan las bicicletas con entregas calientes: pizza, tacos, sushi; los muchachos de la marimba tocan sones veracruzanos; en el súper, los de Cornershop –que reparten mandado a domicilio– se cruzan contigo, le tocan el hombro para preguntarte algo, se amontonan encima de la cebolla, los tomates, las lechugas: se cansaron de guardar distancia y corren a las entregas.
Mis amigos Vero y Jorge me preguntan si nos vemos la próxima semana; que si, respetando sana distancia, nos hacemos un picnic con carnita asada y cervecitas. La idea es maravillosa, sobre todo después del encierro de 60 días y por ellos dos, que son extraordinarios. Yo les digo que, según López-Gatell, la siguiente semana estaremos en el pico de la pandemia. Prometemos cuidarnos. En la calle el barullo confirma que estamos saliendo. ¿Qué puede pasar?, me aconsejan las ganas de carne asada y el sabor de los amigos.
Me cito una encuesta del 2 de junio realizada por Facebook: México, como gran parte de Brasil, Chile o Perú (los cuatro enfermos de la COVID-19), es de los países donde sus ciudadanos afirman que usan siempre cubrebocas al salir. Por encima de Nueva Zelanda (que ya no tiene casos), Estados Unidos (que tiene un montón y siguen enfermando), Francia, Alemania e Inglaterra. Somos un pueblo que usa cubrebocas, oiga usted. ¿Qué puede pasar? ¿Se hace o no se hace la carnita?
Bueno, me digo, checo otros gráficos. Para más seguro, como dicen los clásicos. Ahora voy a otra favorita: la página del Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington. Comparo Estados Unidos contra México: allá están de la tiznada, entonces la medición contra alguien peor puede traer bienestar al alma. O agrega por lo menos buena dosis de placebo para justificar la carnita.
Checo muertes totales por 100 mil habitantes. Datos al día de ayer, domingo. Agrego Ecuador al gráfico para apuntalar mejor mi deseo de placebo, que es deliberado (con todo el respeto posible para ambos países, por supuesto). Recordemos que lo de Ecuador es una tragedia internacional. Bien. Al gráfico. Repito, muertes totales por 100 mil habitantes:
- Estados Unidos: 34.92
- Ecuador: 30.87
- México: 12.86 por cada 100 mil.
Bien, se hace la carnita. Estoy convencido. Pero luego le muevo poquitito al gráfico. Checo las proyecciones. Me paralizo.
De acuerdo con el Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington, el 3 de agosto alcanzamos a Estados Unidos en muertos por habitante. Y superaremos a Ecuador.
• Estados Unidos: 42.25.
• México: 40.64.
• Ecuador: 35.27 por cada 100 mil.
Pinche Institute for Health Metrics and Evaluation, suelto.
Ahora escucho gritos del vecindario: hay fútbol. Y suenan, también, dos ambulancias. Los gritos de “gol” (desconozco si son retransmisiones) se opacan con las sirenas.
¿Se hace o no se hace la carnita?, me insisto. ¿Qué puede pasar?, dicen mis ganas de tomarme una cervecita fresca con amigos.
Más mapas, más datos. Entonces recuerdo que López Obrador ha dicho que venzamos el miedo; y recuerdo que la más mínima crítica a López-Gatell es motivo de tremenda tunda en redes; por neoliberales, alarmistas, neoporfiristas y fifís.
Mejor regreso a las proyecciones de muertos por habitante y le muevo a la gráfica: agrego Bélgica. Úchala, me digo, 96.82 muertos por cada 100 mil habitantes al 3 de agosto. Pobres, digo en voz alta.
Veo una última vez la gráfica:
• Bélgica: 96.82.
• Estados Unidos: 42.25.
• México: 40.64.
• Ecuador: 35.27 por cada 100 mil habitantes.
…y luego cierro todas las ventanas de Internet, y ya. Se hace la carnita, pues.
Todos los datos que reviso me dicen que la cosa empeorará, pero me asomo por la ventana y los veo tan contentos. Dejo de preguntarme qué puede pasar: ya sé lo que puede pasar. Mejor pienso en la carnita. El viernes pido unos cortes con grasa; tengo congeladas tortillas de harina de Chihuahua y hay algo de carbón. Se hace la carnita.
Pobre Bélgica. Propondré un brindis con Stella. Un brindis por su salud.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx