Opinión

Discriminación: Sueños y memoria




junio 18, 2020

¿A cuál mujer en Ciudad Juárez le es ajeno el feminicidio? ¿Quién sigue creyendo que no somos indispensables los unos a las otras y las otras a los unos? ¿Quién sigue callando en pro al buen decir o las apariencias?

Por Hilda Sotelo
Twitter: @hildasotelo888

Digo que la memoria se convierte en hormiguero, trabaja rápido, cava túneles para sacar a la luz lo necesario, encontrar algún sentido a lo que hacemos y ejercer justicia.

Cuando la memoria falla, cuando en el pasado parece no haber nada, lo que hay es el recorrido de la borradura por parte de los opresores, lo que hay es dolor y capas de sufrimiento, pero no son capas del yo, va más allá, es la historia de las bisabuelas, las abuelas, las madres, la historia de las etnias, la explotación. Es la historia desconocida del racismo, la misoginia que no se problematiza en las cátedras, en las escuelas. Es el testimonio de horror que no se habló, no se dijo, pero está ahí, presente en el cuerpo en los acontecimientos que se repiten una y otra vez si no denunciamos.

El proceso de la denuncia tiene mil dificultades internas y no se diga legales. En mi experiencia acompañándome y acompañando a mujeres violentadas, no solo me he quedado llorando y frustrada junto con ellas, también he entrado en pánico, miedo, persecución.

Encima de todo he dudado de mis propias memorias, “tal vez lo sobre interpreté o lo interpreté mal”, me he dicho. Si algo aprendí en mis clases doctorales fue a enfocar mi atención a la crítica de las discriminaciones, autonomía que me costó esfuerzo. Después de años de observación puede detectar la pedagogía de la crueldad tejida en los programas, y los maestros.

Recuerdo desmontar la casa del amo con el recurso de los sueños. Cuando se vive en medio de crisis secuenciales, soñar para redefinir la memoria y la vida. Soñar se convirtió en parte de mi ley creativa, si la historia no se estructuraba en ese elemento, escribir no valía la pena, así creé mis primeros libros orgánicos.

Soñar lo llevé hasta mis clases doctorales pero en la pedagogía de la crueldad soñar-escribir es de locas, en la pedagogía de la crueldad la vida es un sueño y los sueños, sueños son.

La neutralidad se da cuando la memoria se amplifica se identifica con el dolor de otras, soñar es renunciar a la realidad, acceder a otros símbolos e interpretaciones para recodificar el presente, salvarnos, dar sentido y orientación a nuestro destino.

En mi clase de Pedagogía crítica, recuerdo analizar la relación maestro-alumna durante todo un semestre, llevé una bitácora de sueños. En el dormir, me fui hasta África, recuerdo haber sido muy bien recibida allá. Eso sucedió años después, en realidad, cuando visité la Universidad de Yale, el programa de estudios afroamericanos y después cuando visité universidades africanas.

Del análisis de la relación maestro-alumna surgió la ruptura, por más esfuerzos y lecturas para comprender los mecanismos del opresor y oprimido y la pedagogía de la violencia por parte del maestro, lo más sano fue la separación, cambié de maestro y asesor. Yo no quería ser la mexicana o la mujer de color que los blancos representan, por ahí no iba el desmonte.  Me interesaba dejar de huir, ver a la víctima a los ojos, preguntarle, abrazarla, sanarla.

Ser la mexicana en EU que puede defenderse y defender a otras.

Me interesaba dejar de repartir crueldad hacia mí, las otras y sobre todo hacía mis jóvenes alumnxs de preparatoria. Tomé varios caminos y el principal fue el feminismo, de ahí siguió la escritura, pero yo no podía concebir la escritura como el parásito que a su vez parasita a otrxs. No podía repetir lo que se me había entregado en el programa de escritura creativa en UTEP y en los talleres en Ciudad Juárez, miedo, nervios, rechazo, competencia desleal y corrupción.

Ni siquiera pude terminar la maestría, renuncié, no fui la única, varias de mis compañeras maestras no continuaron debido a los acosos y comentarios machistas hacia su trabajo creativo. Me mudé al doctorado en pedagogía y supe que para mí la escritura es orgánica, la comunicación entre los seres habla, se siente, reconstruye, sana; escribe cuando lo considera esencial. No tiene que cumplir un requisito de entrega o satisfacerse en el agobiante ritual del autor o la autora. En la escritura crítica orgánica el signo lingüístico está al servicio de la usuaria y no al revés. Ella no tiene que pasar por el arbitraje de ninguna realeza.

La escritura crítica orgánica crea sus propias leyes comunicativas, funciona, integra para armonizarse y por increíble que parezca busca la felicidad. Durante muchos años no pensaba en la felicidad, dejé de serlo, dejamos de serlo, ¿quién podía ser feliz en medio de la guerra contra el narcotráfico, cruzando las fronteras, sin poder respirar? ¿Quién en su sano juicio renunciaría criticar la política del miedo?

¿A cuál mujer en Ciudad Juárez le es ajeno el feminicidio?

 ¿Quién se ha centralizado en el yo para ser “exitosx” sirviéndose del sufrimiento y el dolor ajeno? ¿Quién sigue creyendo que no somos indispensables los unos a las otras y las otras a los unos? ¿Quién sigue callando en pro al buen decir o las apariencias?

Este escrito es para reflexionar y denunciar, aunque lo había hecho en otras ocasiones, consideré importante volver a la denuncia. Para continuar la escritura de este texto necesitaba la autorización de mi colega Tafari A. Nugent, escritor afroamericano y la doctora Judith Ilieana.

No tuve que ir muy lejos encontré a Tafari apenas salía de casa, lo vi, lo vi fotografiando un cartel que decía Justice for George Flyod, ¿por qué lo encuentro justo cuando estoy pensando en él? Es bien sencillo, Tafari y yo compartimos memorias, algunas literales, otras ejemplares.

Nuestras historias de injusticia están escritas en nuestros cuerpos, en las ramas familiares en la historia de los pueblos. Le pregunté a Tafari si acudiría a la protesta del 10 de junio en El Paso, dijo que no, no se vulneraría ante la policía que avienta gas pimienta, además por si lo habíamos olvidado la historia de este país es así, la confederación sigue, así son la cosas.

La resignación paraliza las memorias y solo beneficia al opresor, cierra los ojos, las discriminaciones pasarán desapercibidas. Es necesario activarse, darle salida al enojo sin vulnerarse o dañar a otros cuerpos. Tafari ha decidido escribir, escribir hoy más que nunca. Iliana no solo me autorizó comentar su historia dijo que debemos seguir denunciando estos hechos todas las veces que sea necesario.

Las reacciones se están dando, denunciar, derribar monumentos, nombres, edificios que simbolicen la represión, corrupción o representen a los racistas, misóginos, se seguirá dando en Estados Unidos y México.

Las propuestas vienen o vendrán de distintas personas, por ejemplo, Freddy Klayel-Avalos and Josh Acevedo miembros del Board of Trustees del Distrito Independiente de El Paso, propusieron remover el nombre de Robert E. Lee de la escuela primaria, por ser el rostro del estado confederado, y por haber sido artífice de varias victorias estadounidenses atacado a México (Batalla de El Cerro Gordo).

Es necesario hablar, decir lo que se sabe, lo que se palpita, sin disculparse con el victimario. Es necesario quitar de las escuelas y las calles, los nombres de los mercenarios, recordar quienes realmente fueron, reescribir la historia a través del testimonio. Activar la memoria, los sueños.

Para los etnógrafos en la memoria literal el pasado y el presente se encuentran sometidos, las causas y consecuencias permanecen. El dolor se palpita a los ámbitos de la vida del sufriente y puede implicar riesgos, el pasado se empeña en vivir el presente en una especie de opresión hasta que encuentre justicia. La tortura no se retira y el o la sufriente hostiga al originador del dolor.

Por otro lado, la memoria ejemplar, recupera el suceso y lo lleva a formas generales que le ayuden a comprender situaciones nuevas. El dolor se neutraliza, la conducta deja de ser privada.

Para las feministas no existe lo privado porque sabemos que al romper el pacto de secreto movemos el lenguaje hacia la justicia, y entre más público se haga el caso más probabilidades de conexión entre las partes afectadas mejor la justicia.

Me ha tocado acompañar y ser el caso donde la memoria literal se ha convertido en pesadilla y no permite a la mujer salir del sufrimiento, donde las mujeres abandonadas por el estado y los sistemas de justicia hemos tenido que escrachar (hostigar) a los acosadores, violadores y no permitirles continuar con su vida como si nada hubiera pasado, citaré dos ejemplos, el caso de la doctora Judith Iliana Villanueva y el mío: “Tenía 18 años y estaba en primer semestre en la universidad cuando Miguel Ángel Zapata profesor del programa de creación literaria en UTEP me violó (…)

En marzo de 2017 me diagnosticaron con estrés postraumático luego de comenzar a tener pesadillas con ese cerdo (…)”. La doctora Iliana a pesar de haber denunciado en el 2017, 18 años después ante la policía y las autoridades universitarias, no vio la justicia suceder. Los años pasaron, pero el dolor no, entonces, las feministas nos unimos, creamos plataformas autónomas de autocuidado y cuidado mutuo. Todavía en el 2019 el violador Miguel Ángel Zapata se presentaría a un evento poético patrocinado por el gobierno de México, ni la doctora Judith, ni las feministas lo íbamos a permitir, movimos el lenguaje de la denuncia que fue a dar a la poeta Carmen Nozal, ella sin dudarlo canceló el evento y nosotras escrachamos al violador.  

Mucho antes del #MeTooEscritoresMexicanos, a través de mi blog denuncié las prácticas de algunos maestros en UTEP, Arturo Ramos entre ellos. Me había prometido no volver a la violencia, ni en los recuerdos, me lo prometí durante mis últimas clases de creación literaria en UTEP, cuando veía claro que las primeras semanas casi nadie participaba y al transcurrir el tiempo, la mayoría hacia eco de narciso (el maestro). No fue mi caso y por eso, durante la clase, me hice merecedora a ser el primer texto creativo a criticar.

Me sudaban las manos. “¿Qué necesidad?  Los golpes van al texto, no a mí” Pensaba “Estamos hablando con el texto, todo en nombre del texto” La risa cruel se asomaba.

Para entonces yo cuestionaba sobre la corporeidad del libro lo palpitante de la escritura creativa, ¿dónde estaba el ánima de lo que leemos y escribimos? ¿Por qué entre más burlón, corrupto y sucio es el autor, mejor le va? ¿Qué es esta somnolencia?

No recuerdo a ciencia cierta los comentarios de mis compañeros a excepción de uno, el de Tafari A Naugent  “I do not know that much of Spanish but I can guess that your ideas are petty much like mine” Luego el peor de todos los comentarios, el del maestro, “ no le hagan caso a Hilda, está loca, tiene el síndrome del útero, no lo digo yo lo dice Freud. Esto que escribes es muy loco, no tiene de dónde agarrarse”. ¿Pues no que el enfoque era el texto? Me levanté de mi butaca, salí a llorar. La clase había terminado pero la lección no.

Tafari me acompañó, comprendió perfectamente la discriminación que recién me sucedía; sexismo, comentario machista hacia mi trabajo creativo, malas prácticas docentes, y abuso de poder. Tafari sabía del tema. ¿Por qué Tafari y los demás no? No lo comprendí en ese momento, me alejé completamente de los programas de creación literaria pero no renuncié a mi sueño de convertirme en escritora a mi modo.

Dejé de enviar propuestas al congreso de literatura, con la violencia que estábamos viviendo en Ciudad Juárez durante la guerra contra el narcotráfico era suficiente. Años después me asomé al congreso, enfrenté al acosador, él aseguró no recordar el agravio. Enfrentar al victimario, encararlo lleva consigo más trauma.

Durante mi tiempo de acompañante a víctimas de la violencia en Ciudad Juárez, aprendí a escuchar el proceso expresivo de cada una. Aprendí que la experiencia personal no necesariamente representa la de otras o la colectiva. Aprendí a ser más solidaria y a creer, ante todo, en la versión de ella. Aprendí que la víctima no se deshace tan fácilmente de los tentáculos del opresor, y que no encontrará liberación y paz hasta que se haya hecho justicia.

Aprendí a salirme y sacar a otras de los espacios de violencia. Aprendí a redefinir éxito. Supe de mí a través de ayudar a otras.

Finalmente, en el 2018 denuncié a Arturo Ramos, lo denuncié ante las instancias legales universitarias. La escritora Selfa Chew había sido otra víctima de sus comentarios machistas, a ella se unieron otras que no me han autorizado decir sus nombres.

La institución dijo haberle enviado una advertencia y él continuó su ejercicio profesional como si nada pasara. Supe por voces de mujeres que él tal vez había repensado su masculinidad y que las trataba mejor, ¡vaya!  ¿Hay algo que agradecer?

Yo no tenía que haber renunciado a ningún espacio, en todo caso era él, el que debió ser cesado o castigado, pero heme allá caminando entre ciegos de género y color. Ahora volviendo la cabeza para regresar al pasado que se integra. Arturo Ramos, instructor retirado de literatura y creación literaria en la Universidad de Texas en El Paso, coordinador vitalicio y capataz del Congreso de Literatura Mexicana Contemporánea, trabajó tiempo completo durante años, en dos universidades (en EU y en México) ¿Cómo es posible sostener dos trabajos de tiempo completo en dos países en dos universidades?

La corrupción hace posible que los sueños de los misóginos se hagan realidad, recibir dos pensiones para retirarse a escribir, tener espacios y recursos públicos a su disposición y seguir abusando de mujeres. Armando Armengol, fue otro maestro al que le rindieron homenaje facebuquero al morir, las feministas no lo dejamos partir en paz hasta que cinco de nosotras escribimos nuestra experiencia de acoso.

Pero los misóginos no operan solos, está toda una orquesta que les aplaude. A principio de este año, las vigías patriarcales me alcanzaron (solemos ser vigilantes del orden en una o varias ocasiones hasta que dejamos la ceguera).

Pregunté a una compañera si ella recordaba aquel incidente en el aula con Ramos, ella no solamente no recordó, dijo que él era buena onda. Comprendí por qué Tafari A Naugent había reaccionado al igual que yo en aquella ocasión, y por qué mi excompañera de clase no recordaba tal agravio. Tafari había vivido en carne propia la discriminación, no solo él, su gente en Estados Unidos, en el mundo. Sus memorias resuenan con las mías, se encarnan, están en los cuerpos de mujeres y las pieles de color. Tafari es afroamericano, yo soy mexicana, descendiente de mujeres rarámuris, hija de campesino; los dos llevamos la impronta de la discriminación por clase social, género, etnia.

No gozábamos de ningún privilegio, la educación era nuestra puerta hacia la liberación, pero la educación, la movilidad social de la que tanto hace alarde UTEP, el éxito literario de los “buenos” libros de los que tanto presume Ramos, no estaba disponible para nosotras, las maestras de escuelas públicas.

La lección ha concluido, la memoria ejemplar nos permite retomar episodios del pasado para ilustrar situaciones actuales y que no se repitan. La lección para mí ya fue aprendida, no así las discriminaciones y abusos de poder en las instituciones, en las calles de nuestros países.

La sensación de asfixia en poblaciones oprimidas no es fortuita, las mujeres muy seguido reportamos el dolor en el pecho que puede tener distintos orígenes, la depresión entre otros. Las botas abusonas han contribuido en gran parte a trazar la borradura de nuestra contribución e importancia en el hacer del mundo, el trazo sigue ahí solo hay que abrir los ojos para verlo y empezar a dibujar nuestro propio destino a partir de la memoria y los sueños.

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