De baja estatura, piel morena, medio robusta con un peinado de chongo con el cabello restirado, ‘La Nacha’ vestía faldas debajo de la rodilla, quien no la conocía no imaginaba que esa mujer de imagen recatada, caritativa y madre amorosa era quien controlaba toda una organización delictiva
Texto: Juan de Dios Olivas/Apuntes Políticos
Fotos: El Juárez de Ayer
En plena zona Centro de Ciudad Juárez y como forajidos del viejo oeste, aquel hombre con fama de bravucón se enfrentaba en un duelo a balazos con un policía especial. Dispara varios tiros en contra del agente, pero su rival le responde y con sólo dos disparos logra atravesarle el corazón.
Pablo González, alias “El Pablote”, perdía así la vida la noche del 11 de octubre de 1931 en el interior de la cantina “El Popular”.
El episodio es narrado tan sólo unos meses después a través de un corrido musical por el compositor José Rosales, pero más que una canción, el incidente donde muere “El Pablote”, saca a la luz toda una organización dedicada al tráfico de drogas en la frontera.
Su esposa, Ignacia Jasso, alias “La Nacha”, a quienes muchos señalaban desde antes como la líder del grupo, heredaba de facto el control total de ese comercio ilícito en el cual habría de seguir liderando por casi medio siglo, aprovechando principalmente la corrupción policiaca y política de uno y otro lado de la frontera, tal y como ocurre en la actualidad.
El comienzo de la organización de “La Nacha” sería en los años 20, cuando Juárez iniciaba una época dorada aprovechando la prohibición de alcohol en los Estados Unidos.
En esa década se instalaron en la ciudad todo tipo de bares, casinos, restaurantes y toda una industria dedicada al turismo, llegándose a contabilizar hasta 400 mil visitantes por año.
Entre quienes arribaban atraídos por el alcohol y la vida nocturna se encontraban miles de veteranos de la Primera Guerra Mundial, considerados adictos a la mariguana y heroína, quienes conformaban un nuevo mercado para el incipiente negocio del narcotráfico.
La organización de “La Nacha” iniciaría su hegemonía en la frontera en 1925, cuando en una sola noche acabó con sus rivales, once inmigrantes chinos que fueron ejecutados a sangre fría en las calles de Juárez.
Su líder sería parte de la agenda entre México y Estados Unidos décadas después, cuando el primer zar antidrogas de este último país, Harry J. Anslinger, director de la Oficina Federal de Narcóticos (antecesora de la DEA), solicita su extradición al Gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho.
Pero “La Nacha” seguiría operando como si administrara cualquier otro negocio legal.
“Es un secreto a voces que la señora Ignacia Jasso viuda de González alias ‘La Nacha’ se dedica a la venta de droga en su domicilio ubicado en la calle Degollado número 218. En esta ocasión ocho de sus principales vendedores fueron aprehendidos bajo el cargo de narcotraficantes, sin embargo, se espera que salgan libres por la posibilidad que tienen de pagar las altas fianzas”, publicaba El Continental el 22 de agosto de 1933.
Y días después los detenidos eran liberados. “La Nacha” tenía el dominio total.
Los primeros traficantes
De acuerdo con una investigación de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), realizada por Adriana Linares, en la que recoge datos de los principales periódicos, los primeros traficantes de drogas en la frontera eran inmigrantes chinos que llegaron a la región de El Paso y Ciudad Juárez tras el terremoto que azotó San Francisco, California, el 18 de abril de 1906.
Los asiáticos instalarían lavanderías y cafeterías, algunas de ellas eran burdeles disfrazados donde se apostaba dinero y se consumía opio y morfina.
Ese comercio era controlado por Sam Hing, quien se convertiría en el primer traficante de la región con un área de influencia que incluía El Paso, Texas, donde operaba era en una zona que se ubica en el cruce de las calles Oregon y Paisano.
En Juárez, las autoridades los detectarían e iniciarían una persecución para erradicar sus actividades y el primero de diciembre de 1920, el juez de distrito Jerónimo de González Meléndez otorgó una orden de cateo solicitada por el jefe de la Guarnición Militar de la Plaza para buscar opio, morfina y cocaína en los domicilios de cinco individuos.
Los militares catearon las viviendas de Rafael L. Molina, localizada en la calle Mejía número 143; de Carlos Moy, en Mejía número 62; la de Manuel Chon, en Ferrocarril numero 59; la de Manuel Sing en la avenida Juárez número 63; y por último la de Sam Lee, que se encontraba en el número 20 de la calle Noche Triste.
Pero el grupo siguió operando hasta que en 1925 vieron su suerte frente a la pareja que formaban Pablo González, “El Pablote” e Ignacia Jasso, “La Nacha”, quienes venían operando desde años atrás.
Un hombre apodado “El Veracruz”, segundo de González, sería el encargado de sacar del mercado a la organización rival y ejecutaría a sus enemigos en una jornada que dejó once muertos, todos chinos, cuyos cadáveres aparecerían en el desierto y en el Río Bravo.
Sin competencia, la pareja se consolidaría en el negocio de las drogas controlando el barrio Bellavista y colonias aledañas, donde se ubicarían los centros de distribución o “picaderos” que los adictos estadounidenses tenían perfectamente ubicados y las autoridades ya toleraban.
Para ello, utilizarían la “generosidad” tanto con políticos y policías como de los habitantes de las colonias donde operaban, a quienes ayudaban con dinero, lo que les permitía dejar de lado la violencia para mantenerse en el negocio de las drogas.
“El Pablote” y “La Nacha” distribuían heroína que traían de Torreón y la zona serrana localizada entre los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua —llamada actualmente el Triangulo Dorado—, además de mariguana que era cultivada en Juárez, en la gran manzana que entonces era propiedad de Manuel Azcárate Montoya, localizada entre las calles Melchor Ocampo y María Martínez.
El control que tenía la pareja permitió a “El Pablote” llevar una vida ruidosa, donde predominaron las mujeres, los tragos y principalmente los pleitos callejeros, lo que lo llevaría finalmente directo a la muerte al batirse en un duelo con un policía de apellido Robles en una cantina.
En forma lujosa, pero discreta, al día siguiente se llevaron a cabo los funerales de González, quien fue sepultado a escasos metros de la entrada del panteón municipal de la Chaveña.
Cinco décadas
De baja estatura, piel morena, medio robusta con un peinado de chongo con el cabello restirado, “La Nacha” vestía faldas debajo de la rodilla y usaba zapato cerrado.
Quien no la conocía no imaginaba que esa mujer de imagen recatada, caritativa y madre amorosa era quien controlaba toda una organización delictiva, que cada vez expandía más sus tentáculos a nivel internacional y que muchos expertos consideran el primer cártel de las drogas en la frontera.
A la muerte de su esposo, Jasso asume el control total del territorio, no permite ninguna competencia y utiliza además de la corrupción gubernamental, la solidaridad con las familias pobres de Juárez para afianzarse en el negocio, algunas de las cuales le ayudaron a escapar cuando por algún desacuerdo con la Policía los agentes intentaban detenerla.
También echa mano de su propia familia para controlar sus actividades sin que hubiera lugar para la traición.
Con “El Pablote” tuvo cuatro hijos: Manuel, Natividad, Ignacia y Pabla, esta última fue madre de Héctor González “El Árabe”, uno de los máximos distribuidores de droga en los años 60 y quien se convertiría en el heredero del imperio de “La Nacha”.
“Fue una mujer muy hábil, se arregló con la Policía mexicana y hasta con los Estados Unidos”, refiere el cronista de Juárez, Filiberto Terrazas.
Y es que, cuando los militares y veteranos de guerra de Estados Unidos cruzaban la frontera para consumir drogas, sus nombres y con quién iban eran anotados en los puentes internacionales para no ser molestados.
En alguna ocasión fue acusada y aprehendida por la venta y posesión de droga. También se revelan públicamente sus actividades que lleva a cabo en su propio domicilio ubicado en la calle Degollado, pero fue liberada por la influencia que tenía entre las autoridades y policías.
Su negocio continuaría en expansión en la década de los años 40 penetrando al territorio de los Estados Unidos, lo que fue detectado por el entonces primer zar antidrogas de ese país, Harry J. Anslinger, el director de la Oficina Federal de Narcóticos.
En 1942, la banda de “La Nacha” comete un error y cae en una trampa de los agentes federales estadounidenses en El Paso y Anslinger exige al Gobierno de México su detención y extradición.
No era la primera vez que Estados Unidos requería la entrega de un mexicano para llevarlo a sus tribunales —uno de los más famosos fue Pancho Villa—, pero el caso de “La Nacha” era diferente.
El contrabando de licor entre 1920 y 1930 era una de las principales preocupaciones del Gobierno estadounidense durante la prohibición, pero tras derogarse esas normas, las drogas, principalmente la mariguana, pasaron poco a poco a ser uno de los objetivos pese a que no se consideraba expandido su consumo y aún más, a que éste era tolerado principalmente entre los militares.
En el caso de Jasso, nunca se autorizó su extradición y durante los periodos de las guerras en las que Estados Unidos se embarcó se toleraron sus actividades.
“Formalmente nunca tuvo problemas legales fuertes, llegó a ser presa en la Cárcel de Piedra en alguna ocasión, pero nunca fue condenada”, indica Terrazas.
Ignacia sentía cierto desprecio por los estadounidenses, principales clientes de sus “picaderos”, provenientes de Fort Bliss, refiere el periodista Alejandro Páez Varela en un artículo escrito para Letras Libres.
“La traficante comentaba que la heroína era solo para ellos. Terminó vendiéndola a quienes pagaran, gringos o no”, apunta.
“La Nacha” alcanzó lo que pocos han logrado, heredar su organización y morir en libertad. Su nieto, Héctor González, conocido como “El Árabe”, hijo de Pabla, se convirtió en su sucesor a finales de los años 60, pero murió en un accidente automovilístico.
“Hasta entonces, ningún cártel ha dominado más de 10 años el mercado de las drogas y ella duró casi 50 años”, agrega Terrazas.
Su historia es parte de la leyenda negra de Ciudad Juárez que surge en los años 20 del siglo pasado.
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FUENTES: Filiberto Terrazas, cronista de Ciudad Juárez; Adriana Linares, La Leyenda Negra, en http://docentes2.uacj.mx/; Martín González de la Vara, en Breve Historia de Ciudad Juárez y su región; Alejandro Páez Varela, Historias del Narcotráfico, en Letras Libres; Elaine K. Care, La Extradición de Ignacia Jasso, en https://aha.confex.com)