Crónicas de Juárez

Paquimé, el lugar de las casas grandes




agosto 23, 2020

Una urbe de casas grandes fue levantada en pleno desierto hace más de 900 años. Prosperó por más de 300 años a unos 267 kilómetros de lo que hoy es Ciudad Juárez y desde ahí sus pobladores establecieron rutas entre América del Norte y Mesoamérica

Juan de Dios Olivas / Especial para La Verdad

Fotografías: Amerind Foundation e INAH / Cortesía

Con agua y tierra levantaron muros y utilizando vigas de madera dieron forma a edificios de hasta cuatro pisos con puertas en forma de T. También construyeron una red hidráulica con canales, acequias y drenaje que terminaba en una laguna de oxidación.

No se trataba de una ciudad moderna, sino de Paquimé, que en náhuatl significa el lugar de las “casas grandes”, la cual contaba con una mejor infraestructura y calidad de vida que muchas urbes de la época actual.

El lugar se ubica en el noroeste del Estado de Chihuahua, en el actual municipio de Casas Grandes, Chihuahua, a unos 267 kilómetros de Ciudad Juárez y a 321 de la capital del estado.

Pueblo del desierto

Ahí, los pueblos del desierto se establecieron hace más de 900 años, pero extendieron la influencia de su cultura sobre el valle de Casas Grandes hacia el este, hasta las Dunas de Samalayuca y la región de Villa Ahumada; al sur, hasta la región de Babícora y al oeste, hasta los acantilados de la Sierra Madre Occidental y hacia el norte, hasta la región de Janos, Carretas y Ascensión.

En sus inicios sus casas eran semienterradas con techos de ramas, recubiertas con lodo que conformaban pequeñas aldeas de una docena de viviendas cerca de los arroyos, pero al paso del tiempo sus habitantes conformaron un centro ceremonial religioso y un conjunto habitacional con más de mil cuartos habitados principalmente por comerciantes que establecieron rutas para su actividad entre América del Norte y Mesoamérica.

Las construcciones habitacionales formaron una “U” invertida, compuesta por dos alas separadas por una plaza. En el ala oeste los edificios alcanzaron una altura de hasta cuatro niveles, de los cuales se conservan tres.

Las edificaciones principales contaban con habitaciones de adobe y ventanas en forma de “T”, con fogones y herramientas para trabajar la turquesa, concha y la piedra.

Contó con dos canchas de juego de pelota, una construcción de planta cruciforme que posiblemente funcionó como observatorio, basamentos para depositar a los sacrificados y edificios en forma de ave posiblemente con influencia náhuatl e influenciados por la creencia en Quetzalcóatl la serpiente emplumada.

Entre los años 1060 y 1380 después de Cristo, Paquimé alcanzó su esplendor, después vino el declive y su destrucción a manos de enemigos no identificados por los investigadores actuales, que han encontrado que durante el ataque muchos de sus habitantes murieron aplastados bajo los techos de sus residencias.

La ciudad fue visitada por los españoles que llegaron al mando de Francisco de Ibarra en 1565, quienes la encontraron abandonada y en ruinas.

Casi 100 años después, en 1661, los franciscanos, quienes fueron los primeros en colonizar la región, edificaron en la región el convento de San Antonio de Padua de Casas Grandes, cuyos restos se encuentran al norte del poblado, a un lado del río principal de la región.

El sitio estuvo olvidado hasta 1958 cuando los arqueólogos Charles C. Di Peso y Eduardo Contreras con apoyo de la Fundación Amerind de Arizona y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), iniciaron una investigación en la zona que arrojó más datos que permitieron conocer a la cultura Paquimeita.

Ambos arqueólogos encabezaron las investigaciones de lo que fue denominado The Joint Casas Grandes Project y lograron establecer la cronología de ocupación del sitio, sistemas constructivos, extensión del área nuclear y de manera general las características culturales de la sociedad que habitó la ciudad de Paquimé.

En 1974 Di Peso en una magna obra de ocho tomos titulada Paquimé. A fallen Trading Center of the Gran Chichimeca señaló que en el lugar se ubicó un asentamiento de gente proveniente de Mesoamérica con elementos culturales de los pueblos del desierto.

La vida, fertilidad y la muerte en sus vestigios

Los principales vestigios son los montículos ceremoniales, el juego de pelota, la serpiente y la guacamaya, que encierran un simbolismo relacionado con la reproducción de la vida, la fertilidad y la muerte.

En el lugar se localizaron objetos de concha, turquesa, cerámica, madera, cestería, plumería, piedras, tierras, cobre, pigmentos, pieles, fibras, cultivos, granos, textiles, adornos personales, fetiches, instrumentos de trabajo, instrumentos musicales, guacamayas, guajolotes, representaciones mágicas en arte mural y rupestre, detalles y acabados arquitectónicos, restos óseos, enterramientos y ofrendas.

En 1998, la zona arqueológica fue elevada a la categoría de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.

El acervo conformado por los objetos y piezas localizados en ese sitio es resguardado en el Museo de las Culturas del Norte, el cual forma parte del Centro Cultural Paquimé.

Actualmente la zona está cerrada al público en general, por la actual contingencia sanitaria pero próximamente se podrá visitar.

En la zona arqueológica está establecido un recorrido que incluye la visita al área de juego de pelota; al edificio de las ofrendas; la casa de las Guacamayas; el criadero de Guajolotes; la Casa de los Pilares; la Casa de los Muertos; los montículos de los Héroes y los Pájaros; la Casa de la Serpiente; la Casa de los Departamentos; la Plataforma; la Casa de las Calaveras; la Casa de la Noria; el Monumento de la Cruz y la Casa de los Hornos.

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FUENTE: Instituto Nacional de Antropología e Historia

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