El impacto del narco en el desarrollo cultural del país ha sido devastador, principalmente entre las nuevas generaciones, aceptar estos cambios de ninguna forma representa la oportunidad esperanzadora que permita crear una sociedad más justa, libre, igualitaria y solidaria
Javier Cruz Aguirre
Las organizaciones criminales vinculadas al tráfico de drogas han logrado posicionarse culturalmente, en apenas cuatro décadas, de áreas muy amplias y precisas de la sociedad mexicana.
Se trata de fronteras territoriales y simbólicas en las que estos consorcios delincuenciales –hoy transnacionales– logran articular las anomalías sociales, por lo que su impacto en el desarrollo cultural del país ha sido devastador principalmente entre las nuevas generaciones, a las que han hecho adictas a su perverso quehaceres y estilo de vida.
Ellos, los capos, sus familias y sicarios, presentan como condición invariable de su método pedagógico la magnificencia del dinero.
Se trata de un exhibicionismo propagandístico –y grosero– de lo que ganan y gastan gracias a su participación en la industria del crimen, la cual choca de frente con la elaboración del gusto acuñado en la cultura de las vanguardias y las élites, entre las cuales sobresalen las artísticas, las intelectuales y la creciente presencia de una juventud participativa y cuestionadora que afortunadamente comienza a ser, por méritos propios y al igual que la narcocultura, una clase de subcultura dominante en el retraído pueblo mexicano.
Así, el crimen organizado y sus multifacéticas actividades dejaron de ser, a partir de la década de los 80, representaciones de moda pasajera o gusto comercial desechable.
En este vertiginoso ascenso al dominio de la vanguardia cultural, los narcotraficantes utilizan una categoría de mediación social que les permite aprovechar al máximo la representación mediática que se genera en los medios masivos de comunicación sobre la narco violencia.
Sobresale el uso y abuso de expresiones diversas de divulgación social como las fotografías, las notas de prensa, las series biográficas de Netflix, el cine comercial o de autor, las telenovelas, las novelas y otros géneros literarios que de alguna forma glorifican el estatus cultural del narco.
Estudiosos del tema, como Tanius Karam Cárdenas, doctor en Ciencias de la Información por el Departamento de Periodismo III de la Universidad Complutense de Madrid, destacan que los mensajes difundidos en los medios y las nuevas plataformas digitales sobre narco violencia “forman una ecología particular en la producción cultural contemporánea”.
Y es que, señalan los especialistas, como nunca antes el lector, el televidente o las audiencias digitales habían tenido tan fácil acceso a esa diversidad de contenido sobre crimen, violencia, corrupción, inseguridad; todo ello unido desde el centro temático del narcotráfico.
En el mejor de los casos se pensaba que el boom de la narcocultura pronto acabaría, pero el diagnóstico fue fallido desde el momento mismo en que se demostró que es precisamente su fácil consumo y su cómoda difusión transnacional en mercados más amplios y populares, lo que finalmente lo arraigó en el gusto de vastos sectores segregados, poco informados y peor educados de la sociedad mexicana y universal.
Su trascendencia incluso destrozó –y lo sigue haciendo –barreras de tipo religioso al imponer la adoración a simbolismos tan arraigados en la cultura nacional como la posición milenaria y hermanada con La Muerte –verbigracia, el culto a la Santa Muerte–, o a personajes de dudosa ascendencia benefactora (a quienes santifica) como Jesús Malverde.
En la imposición de anti-valores éticos y morales a la sociedad mexicana, haciendo un uso inteligente del silencio cómplice de la jerarquía eclesiástica del país, los narcos michoacanos lograron incrustar exitosamente la imagen del “apóstol Nazario”: un santo con una túnica y una cruz templaria en el pecho, pero con la cara de Nazario Moreno, uno de los fundadores del grupo criminal –hoy extinto– “Los Caballeros Templarios”.
Estos excesos inconcebibles en la cultura nacional hacen 45 o 50 años, hoy son realidad porque el sistema consumista, individual, superficial y gran acumulador de riquezas inimaginables en manos de unos cuantos, se vale del entretenimiento para vincular aspectos del narco mundo en el ideario popular.
Hoy, la temática “narca” se ubica –sin mayores tapujos– en los espectáculos, en las finanzas, en los deportes y por supuesto en la política.
Los relatos sobre crímenes sanguinarios, como si se tratara de la divina abundancia diluviana, dejaron de aparecer en los sótanos de los medios de comunicación y la internet para dominar con estelaridad las primeras secciones de los diarios, los medios audiovisuales y las redes sociales, lo que consolida su vocación formadora de “cultura”.
Aceptar estos cambios de ninguna forma representa la oportunidad esperanzadora que permita crear una sociedad más justa, libre, igualitaria y solidaria.
La esperanza queda sentada en los hombros de los jóvenes conscientes de la necesidad de revolucionar los anquilosados mecanismos del neoliberalismo, sistema que permite –sin escrúpulos– la vigencia de la narcocultura como otra forma “aceptable” del sometimiento de los pueblos.
Esa juventud regeneradora ya propone y trabaja en agrupaciones políticas, sociales y culturales independientes que dictan nuevos paradigmas que en realidad tienen sustento en los postulados del humanismo ilustrado o el viejo socialismo prehistórico, hoy utópico.
La armonía del cuerpo político y el rechazo al conflicto improductivo; el bienestar colectivo; la asociación en el trabajo; la regulación social de los mercados; la sociedad como primacía sobre el individuo; la emancipación política, económica y social de los oprimidos; y la institución de la comunidad representan algunas ideas revolucionarias que pueden sentar las bases de una colectividad libre del flagelo del narcotráfico.
El cinismo, la barbarie, el despojo, el machismo, el desprecio a la vida y la ultraviolencia en la que se sustenta el crimen organizado y el narcotráfico, dejarán entonces de ser una opción cultural para las nuevas generaciones.
El verdadero triunfo heroico de la humanidad.
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Javier Cruz Aguirre. Es Periodista y director general del portal periodístico www.4vientos.net en Baja California. Pasante de la Licenciatura en Periodismo de la Escuela Carlos Septién García. Desde 1978 ha trabajado en medios como Noroeste, La Voz de la Frontera, Semanario Zeta, Excélsior, La Jornada BC, Semanario Unión Hispana (Los Ángeles, California), Radio Cadena Enciso, el portal Sin Embargo y la Agencia Apro. Desde 1990 ejerce de manera independiente. Fue fundador y director de la Escuela Técnica en Periodismo Flores Magón.