“Los partidos políticos están en el corazón de todo régimen político, son de alguna manera la llave que permite acceder al poder”
Jaime García Chávez
Ha sido un quebradero de cabeza, pero no únicamente. Para marxistas, socialistas, progresistas, y en general para las izquierdas, los problemas de organización han sido un desafío y motivo, frecuentemente encubierto, para agilizar la búsqueda excluyente del poder. Por eso es que los problemas de organización no son instrumentales, son verdaderos problemas políticos, más si se liga su praxis con la ética, porque a partir de ahí el partido ha de prefigurar la sociedad que quiere allende sus fronteras. En otras palabras, lo que quiere para sí, lo quiere para todos.
Los partidos políticos están en el corazón de todo régimen político, son de alguna manera la llave que permite acceder al poder. Ningún sistema democrático se puede caracterizar de tal si no cuenta con un sólido y avanzado sistema partidario. La ausencia de esto impidió y ahora traba la consolidación de la democracia en México, que ahora sí se ha pospuesto, como dicen los retóricos, para las calendas grecas.
Ahora se sostiene que mundialmente los partidos políticos han entrado en declive, que probablemente la sociedad se tendrá que avenir sin ellos. No comparto esa visión. Si los partidos están en crisis, hay que aprovechar la política para construirles una senda de superación, porque siguen teniendo gran pertinencia al lado del respeto a los derechos, dignidad y prerrogativas de los ciudadanos para perseguir, sin sus mediaciones, la búsqueda del poder para proyectos a los que se tiene derecho a aspirar.
No hace ni cincuenta años se consideraba a los partidos políticos democráticos y de izquierda más memorables como entes para el análisis y la elaboración teórica, para que procuraran síntesis ideológicas, examinaran las contradicciones sociales, extrajeran las reivindicaciones necesarias e ineludibles, respetando la autonomía de los diversos movimientos sociales. También se les asignaba una función de educación política, todo ello para buscar el poder y realizar las transformaciones sociales del Gobierno y del Estado, en consulta permanente y vinculante con la sociedad.
Todo eso, con el creciente malestar en la democracia y las anomalías que introdujo el populismo internacionalmente, es agua que pasó por debajo del puente. Hoy se considera pesado vivir y participar en un partido. Hay que sacrificarle muchas horas y fines de semana y eso riñe con el hedonismo, particularmente con lo que algunos llaman “ética del postdeber”.
El PRD a la hora de su aparición en la escena pública mexicana, con todas las limitaciones que se le puedan poner, fue una buena promesa en el sentido que he descrito: empezando por autoconcebirse como un instrumento de la sociedad para canalizar demandas políticas, económicas y culturales de gran calado. Andando el tiempo, en cuestión de años y elecciones que transcurrieron rápido, dejó de ser izquierda para convertirse en un deleznable aparato para satisfacer negocios y proyectos de poder personalísimos. Prácticamente se convirtió en una sociedad mercantil, acentuando este carácter luego de la traición que se conoce como “Pacto por México”, que robó toda autonomía y eslabonó a ese partido al profundo desprestigio que comparte con el PAN, el PRI y otros satélites.
Morena, en la actualidad y desde su fundación, anda de la greña para su definición como partido político, pues no se sabe dónde empieza este y dónde continúa el movimiento del mismo nombre. Esa confusión es letal para el sistema democrático que se anhela en el país; lo vemos y confirmamos en la preparación de las elecciones que vienen para el año 2021 en casi la mitad de las gubernaturas y congresos locales y en la totalidad de los integrantes de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, donde por cierto esta última dará aliento a la hegemonía de López Obrador o le pondrá un dique para poder navegar hacia otros puertos.
Hablo de lo que veo desde el balcón chihuahuense y en cómo se está procesando la designación de su candidato a Gobernador del estado norteño de Chihuahua: se advierte tosquedad en la imitación de los proverbiales dedazos que daban los presidentes de la república del viejo partido de estado, el PRI. Favoreciendo la argucia de las encuestas, Morena es un partido con militancia sin derechos, lo que prefigura que se quiere para la sociedad entera.
Los aspirantes cocinan la designación en la cima del poder presidencial en la Ciudad de México, en franco desprecio de los ciudadanos chihuahuenses que hoy se debaten en una impresionante crisis de todo tipo, pero particularmente política por el tema al que me refiero. Y si vemos a los candidatos, encontramos que dos de ellos nada tienen qué hacer si intentáramos definirlos por sus compromisos hacia la izquierda.
Por un lado está el desarraigado Rafael Espino De la Peña, hombre de negocios y extraño totalmente a Chihuahua y sus grandes problemas de las últimas décadas. En otro sitio está el Senador Cruz Pérez Cuéllar, panista de origen y corazón, hoy morenista, pero no es un Lily Téllez, aunque no tardará en serlo. Es Senador gracias a las redes que se tejieron para la elección del 2018 y arrojaron una captura de politicastros de todas las especies imaginables, al margen de las expresiones democráticas y de izquierda en la región. Es, sin duda alguna, un seguidor de César Duarte, y si por él fuera, hoy gobernaría a Chihuahua Enrique Serrano del PRI, al que sirvió de esquirol.
Se cocina aparte Carlos Loera De la Rosa, el superdelegado nombrado al inicio de este Gobierno federal. Ciertamente tiene una historia marginal en la izquierda, pero su oferta está profundamente manchada por sus formas de hacer política: es un ejemplo de la práctica del más burdo clientelismo, es el señor que regala millones de pesos del presupuesto como si fueran de su propio peculio y ya ha gastado otra millonada de pesos en publicitar su imagen, lo que no se veía ni en los peores o mejores tiempos del PRI.
Con un panorama así, Morena lejos está de prefigurar la transformación que quiere, y decir que representaría más de lo mismo ofendería hasta al PRI.
04 diciembre 2020
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.