Opinión

La vacuna se llama derechos humanos




diciembre 14, 2020

Hay una vacuna para el hambre, la pobreza, la desigualdad y posiblemente para el cambio climático, así como para muchos de los otros males que enfrenta la humanidad

Jaime García Chávez

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) acaba de emitir una trascendente declaración sobre la pandemia. Se trata de un documento, a mi juicio, imprescindible para concluir una visión sobre lo que ha sido este suceso epidemiológico y sus repercusiones aún imposibles de pronosticar. 2020 ha sido un año que jamás olvidaremos, porque es terrible y devastador y nos ha marcado de muchas maneras, según palabras del texto que comento y que quiero resumir como una contribución a la difusión de tan importantes y constructivas ideas. Va:

Existen 67 millones de personas infectadas y 1.6 millones de muertos. El impacto ha sido devastador en la economía, en los ingresos, educación, salud y alimentos para millones de personas.

Se ha registrado retroceso en el desarrollo, en los esfuerzos por aliviar la pobreza que afecta a mujeres y niñas.

Ha pasado factura a todos los derechos humanos. La COVID-19 se ha cebado con nuestras sociedades y exhibe fracasos a la hora de invertir en la construcción de sociedades justas y equitativas. Se ha olvidado la centralidad a la defensa de los derechos humanos.

En las últimas semanas se han producido avances extraordinarios en el desarrollo de la vacuna. Pero las vacunas por sí solas no pueden resolver la pandemia o el daño que ha causado a nivel global. Los estados y sus gobiernos tienen que distribuir estas vacunas equitativamente y reconstruir la economía. Aquí se inscriben tres futuros posibles: 1) esto puede terminar aún peor; 2) podemos luchar poderosamente para volver a la normalidad; 3) podemos recuperarnos de mejor manera.

Se espera que las vacunas nos liberen, aunque aún faltan meses. Aunque estas no prevendrán ni curarán los estragos socioeconómicos. Pero hay una vacuna para el hambre, la pobreza, la desigualdad y posiblemente –si se toma en serio– para el cambio climático, así como para muchos de los otros males que enfrenta la humanidad. El nombre de esa vacuna es “derechos humanos”.

La incapacidad de muchos países para invertir suficientemente en la atención sanitaria universal y primaria, de conformidad con el derecho a la salud, ha quedado expuesta como algo extremadamente miope. Muchos gobiernos no actuaron con la rapidez o la decisión suficientes para detener la propagación de la COVID-19. Otros se negaron a tomarla en serio.

Se han sembrado teorías de la conspiración y de desinformación. Se ha clavado un cuchillo en el corazón del bien más preciado, la confianza. Hay discriminación a minorías raciales, que han resultado altamente vulneradas.

Los pobres se han empobrecido y los que sufren discriminación sistémica han sido los más perjudicados.

La pandemia se abrió paso a través de instituciones escandalosamente mal preparadas y mal equipadas. Los trabajadores de la salud constituyen sólo entre el 2 y el 3 por ciento de la población nacional y, sin embargo, representan alrededor del 14 por ciento de los casos de la COVID-19 notificados a la OMS.

Las repercusiones para las mujeres han sido particularmente devastadoras, a muchas no les quedó más remedio que retirarse del mercado de trabajo para ocuparse de los niños. Las mujeres tendrán que desempeñar un papel mucho más importante. No es una coincidencia que en un mundo en el que tan pocos países tienen mujeres líderes, varios de los países que se considera que han manejado la pandemia de manera más efectiva sean liderados por mujeres.

Los derechos a la libre expresión, a reunirse y a participar en la vida pública se han visto afectados. Las acciones de algunos gobiernos que se han aprovechado de la situación para acabar con la disidencia política y las críticas, incluso deteniendo a actores de la sociedad civil y a periodistas.

La contribución de la sociedad civil a la superación de la pandemia y a la posterior recuperación una vez que ésta haya terminado será absolutamente vital, y las restricciones a la sociedad civil socavarán esa recuperación.

Del mismo modo, los países más ricos deben ayudar a los países más pobres mediante la cooperación mundial. La primera prueba de esto serán las nuevas vacunas y que estas lleguen a todos los que las necesitan. La pandemia ha puesto de manifiesto una y otra vez que nadie está seguro hasta que todos lo estén.

El documento es extenso y por razones de espacio dejo aspectos sin reseñar, pero quiero subrayar que en este se contiene una advertencia muy fuerte para reorientar lo que hoy se está haciendo, para no lamentarlo mañana como una de las grandes catástrofes de la humanidad, nunca antes vista.

***

Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.

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