Migración

Marcia: una historia de la cruda política migratoria de Donald Trump… Y México




diciembre 18, 2020

Ésta es la vida actual de Marcia, una mujer de Nicaragua que, como otros miles de personas, fue obligada a esperar en México la respuesta a su petición de asilo en Estados Unidos. Una mirada a la política migratoria de Donald Trump y que ha sido aceptada por el gobierno mexicano

Texto: Rodrigo Soberanes / Pie de Página

Fotos y video: Duilio Rodríguez

A ella le gusta caminar hacia un cerro pequeño que se levanta en la colonia Anapra porque desde ahí puede asomarse a Nuevo México, mirar por encima del muro fronterizo construido por Estados Unidos que corta de tajo el avance del caserío a donde ella y su familia llegaron hace nueve meses escapando de Nicaragua, su país de origen. 

En febrero de 2019 Marcia, sus dos hijas y su esposo lograron salir de su país con vida después de unas amenazas de muerte y ahora están atrapadas en Ciudad Juárez por un enredo jurídico causado por una política migratoria de Donald Trump llamada Protocolo de Protección a Migrantes (MPP por sus siglas en inglés).

Esa política, también conocida como Programa Quédate en México, consiste en regresar a territorio mexicano a todas las personas solicitantes de refugio en Estados Unidos, para que ahí esperen sus audiencias en las cortes migratorias. 

Marcia mira hacia el futuro desde ese cerro al que suele caminar cuando tiene una pausa en sus actividades diarias. Piensa que pronto se resolverá el acertijo que la tiene detenida en Ciudad Juárez, atrapada en esa política inédita impulsada por el presidente saliente de Estados Unidos.  

Ya no mira al pasado. Allá dejó serias amenazas de muerte que la hicieron salir de Nicaragua con la plena seguridad de no volver más. 

“Tuve miedo a estar en mi país porque mi esposo recibió amenazas de muerte por protestar en contra de lo que se está haciendo en el país, en contra de tanta violencia. Él no está de acuerdo con lo que está pasando en Nicaragua, con tantas muertes”, contó Marcia. 

Desde abril de 2018, las amenazas de muerte en Nicaragua son más graves que antes. Es la fecha en que inició una revuelta social en contra del gobierno de Daniel Ortega por su intento de reducir un porcentaje a las pensiones de los trabajadores. Fue el colofón de una larga lista de descontentos que se iban acumulando. 

Un niño se asoma a la escuela del albergue Pan de vida. En este lugar permanecen decenas de familias en espera de la resolución de un juez federal de Estados Unidos que les permita la entrada al país. Foto Duilio Rodríguez.

La olla de presión estalló y medios locales coinciden en señalar que, a más de dos años de las protestas, más de 300 personas opositoras a Ortega han sido asesinadas. 

“En Nicaragua si a uno lo amenazan de muerte, lo cumplen, si no es que lo mandan a matar como lo hicieron con muchos jóvenes”, dijo Marcia.

Las amenazas directas llegaron sobre su esposo, pero no fue el único de la familia que padeció la violencia: también su hija, quien en ese entonces tenía 13 años y fue foco de comentarios incómodos a partir de un día en que fue a su colegio vistiendo una blusa con la leyenda Nicaragua libre.

“Sus amigas le decían que si no era del partido, no iban a ser sus amigas. Le decían ‘vos sos liberal vos qué vas a hacer con nosotras’. Entonces a ella la rechazaban”. 

La familia tuvo un par de escalas en México. Una en Tapachula, Chiapas, y otra en la Ciudad de México. Al llegar a Ciudad Juárez se fueron directo a cruzar el Río Bravo para entregarse a la Border Patrol. Una vez en manos de las autoridades norteamericanas, fueron sometidas al mismo procedimiento que otras 68 mil personas desde enero de 2019 a la fecha. 

“En ese momento teníamos la esperanza de que íbamos a poder cruzar porque ya habían llamado al familiar en los Estados Unidos para confirmar nuestra información. Y de repente nos hicieron firmar una hoja donde decía que entrábamos al MPP y que no podíamos ingresar a Estados Unidos, que teníamos que esperar. 

-¿Les dijeron qué es el MPP?

-Si, yo me resistí a firmarla, pero me dijo el oficial: la firmes o no la firmes, vas para Juárez. 

-¿Le preguntaron si tenía miedo de ir a Nicaragua?

-Si, en la entrevista, me preguntaron todo, todo. Luego me dijeron que no es tan fácil, que tenemos que esperar un proceso”.

Firmaron los papeles de entrada al MPP en El Paso, Texas, y fueron llevadas de vuelta a Ciudad Juárez. El Grupo Beta las llevó al albergue Pan de Vida, localizado en la popular colonia Rancho Anapra, un lugar de calles de arena y casas improvisadas donde las personas viven combatiendo la pobreza y el estigma de la violencia. 

El albergue ocupa media cuadra aproximadamente. Es un amplio paraje que hace 30 años era un corral de vacas y chivos donde un día Ismael comenzó a regalar burritos a quien pasara por ahí. Desde ahí quedó sembrada la costumbre de ayudar, contó Ismael Martínez Santiago, uno de los fundadores del albergue Pan de Vida. 

Comenzaron a recibir mamás solteras, generalmente violentadas y personas afectadas por desastres naturales, o que simplemente no tuvieran donde vivir. 

Así nació el albergue Pan de Vida y ha ido creciendo con un ir y venir, un entrar y salir constante. 

En enero de 2019, el lugar comenzó a “volverse internacional” con la llegada de grupos cada vez más numerosos de personas que eran enviadas a Ciudad Juárez para esperar sus audiencias dentro del Protocolo MPP. Personas obligadas a quedarse en México. 

Desde abril a la fecha, un total de 4 mil migrantes han pasado por ahí. En el día de más ocupación llegaron a tener a 360 personas. 

Se instaló un trajín sin cesar de personas que entraban y salían, ya sea hacia sus países de origen o hacia sus audiencias programadas. Israel Martínez ha procurado tener en buen estado la furgoneta blanca donde él mismo se encarga de ir a dejar a las personas a la frontera. 

Es como cuando no existía el albergue y él manejaba hasta 10 equipos de futbol donde abundaban los niños que, por sus contextos, iban directo a la vida delincuencial. 

Las salidas para llevar y traer migrantes son a las tres, cuatro o cinco de la mañana y normalmente deja a las personas con una despedida, por si acaso, por si el juez les permite entrar al país. Por si acaso ya no se vuelven a ver. 

“Aquí viven bien, sin miedo. Los delincuentes ya son conocidos nuestros y nos tienen respeto”, contó Ismael Martínez, quien vive en la colonia Anapra desde que tenía 12 años, cuando no había luz, agua ni drenaje en el lugar. “Nosotros también venimos desde bien abajo, por eso sabemos cómo son las cosas”, contó. 

Ismael, “el primo” como le dicen en el lugar, ha visto casos de migrantes acogidos al MPP que logran casos favorables y entran en Estados Unidos, pero la mayoría han sido rechazados. Van y vienen, siempre con sus historias “terribles” a cuestas de lo que les pasó en sus países de origen y que es la causa de su estancia en el albergue. 

Marcia tiene su próxima audiencia para mayo. Le queda tiempo, pero ya está nerviosa porque no tiene abogado y no ha encontrado quién le traduzca con fidelidad al inglés la petición de asilo que le tiene que entregar a la juez que le tocó. 

Marcia se acogió al programa Quédate en México y espera junto con su familia en un albergue para migrantes en Ciudad Juárez la audiencia con un juez federal E.U. Foto Duilio Rodríguez.

“He estado pidiendo un abogado que me ayude. Tuve contacto con un abogado de ACNUR. Me hizo toda la entrevista de por qué vengo de mi país. Me dijo que me iba a llamar, pero no me ha dado respuesta”.

El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, estableció en su plataforma electoral que una de sus prioridades era desaparecer el MPP. Cuando el demócrata resultó con ventaja el día de la votación, Marcia y el resto de migrantes que viven en Pan de Vida tuvieron un día de fiesta, de júbilo. 

“Tenemos la esperanza de que nos pueda ayudar. Queremos que nos dé una respuesta, no sé cómo será, pero tengo esperanza de que nos pueda dar una respuesta”, dijo la mujer nicaragüense.

Las personas que viven en el albergue salen sólo cuando tienen que salir: a sus audiencias, a comprar alimentos, a trabajar o a alguna consulta médica. 

Marcia es de las pocas personas que salen por gusto. Siempre que puede, cruza la puerta y toma hacia la derecha y después vuelve a girar para caminar cuatro cuadras más cuesta arriba en una rampa arenosa que termina de súbito en un barranco. 

Desde ahí, mostrándonos su vista favorita de los últimos meses cuenta lo desesperada que está su hija adolescente porque está perdiendo tiempo de escuela. Señala un cerro más alto donde -afirma- están trazadas las rutas de coyotes que ofrecen pasar migrantes al otro lado de la frontera. 

Dice que jamás se iría con un coyote. Ha aprendido a tener paciencia. Sabe que tiene donde dejar sus cosas hasta que un día pueda cruzar. Algún día encontrará un paraje del otro lado del muro desde donde se verá, allá a lo lejos, la colonia Anapra de Ciudad Juárez, México.

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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.

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